Daños colaterales
La crisis ha causado un tsunami sobre nuestro tejido institucional
Hoy va a tener lugar al fin la entrevista entre Rajoy y Rubalcaba con el telón de fondo de un encuentro previo entre el presidente y Duran. Lo que resulte de las conversaciones entre estos dos líderes conservadores es esperable, un acuerdo básico en torno a la política de austeridad y recortes, y la búsqueda de estrategias comunes sobre cómo aplicarla de la manera más eficaz y más acorde con los intereses de sus dos partidos. Prever el resultado del cara a cara entre Rajoy y Rubalcaba ya es más difícil. La impresión general es que ambos lo necesitan para presentar públicamente lo que se viene reclamando desde hace años, un gran pacto de Estado capaz de dotar del más amplio apoyo político a las medidas para sacarnos de la crisis. Seguramente acabe en un mero intercambio de opiniones que se escenificará luego como el primero entre otras entrevistas futuras. Lo único cierto es que la crisis económica estará en el centro del debate, con algún añadido concreto como la ya imprescindible renovación del Tribunal Constitucional.
No estaría de más, sin embargo, que hiciéramos un pequeño ejercicio sobre qué nos gustaría a los ciudadanos que resultara del encuentro aunque, como es lógico, solo me atrevo a hablar en mi nombre. En primer lugar, que se haga tabla rasa del pasado inmediato y se piense con dimensión de futuro; que nos dejemos de reproches mutuos por lo que hicieran o dejaran de hacer unos u otros, y nos pongamos a trabajar al unísono, tanto hacia afuera, hacia Europa, como hacia adentro. Pero, ante todo, y este sería mi principal ruego, que no nos quedemos solo en las medidas económicas e incorporemos también al debate la necesidad de restañar los muchos daños colaterales que ha producido esta crisis. La crisis económica, y esto es lo más grave, no solo está teniendo un efecto palpable en términos económicos y sociales, que han resultado en un empobrecimiento creciente y en la aparición de una nueva menesterosidad; también ha producido un verdadero tsunami sobre nuestro tejido institucional, que amenaza con llevarse por delante un impresionante esfuerzo colectivo por dotarnos de instituciones democráticas estables y eficaces. Es como si se nos estuvieran abriendo todas las costuras a la vez.
Del mismo modo en que un terremoto pone a prueba la solidez y resistencia de los edificios, esta crisis está haciendo lo propio con los pilares sobre los que se sostiene nuestra democracia. Para empezar, su propia estructura territorial, el Estado de las autonomías, que ahora mismo padece las consecuencias derivadas de no habernos atrevido antes a emprender su reforma en un verdadero Estado federal. Sin olvidar también otros órganos sistémicos como el Tribunal Constitucional, el CGPJ o el poder judicial como un todo, o algunos reguladores como el Banco de España, tocado de muerte después del caso de Bankia. Es obvio que la desconfianza hacia muchas de nuestras instituciones, empezando por los propios partidos políticos, viene de antes. Pero es en estos momentos cuando amenazan con revertir en una auténtica deslegitimación. Muchas de ellas hace tiempo ya que dieron muestras de poca solidez. Es ahora, sin embargo, cuando empezamos a verlas desnudas. Podemos seguir con otras instituciones fundamentales para el buen funcionamiento democrático, como los medios de comunicación, ahogados en deudas, con lo que ello significa para su independencia, o la propia RTVE, amenazada de muerte por los recortes o las dudas ante su imparcialidad. Y ya hemos visto lo ocurrido con la Corona.
Todo esto no lo arregla un solo partido político, por muy amplia que sea su mayoría absoluta. Es una labor de todos ellos y de la misma sociedad civil. Pero la responsabilidad principal recae sobre los dos con mayor representación. No es imprescindible que se pongan de acuerdo sobre todos los detalles del plan de ajuste siempre y cuando se consensúe la preservación digna del sistema público de la sanidad y la educación. Sí resulta imperativa, sin embargo, la cooperación activa entre ellos para acabar con esta deriva hacia la erosión de nuestro sistema democrático. Están obligados a reinyectarlo de liquidez legitimatoria. Para empezar, renunciando al afán partitocrático por colonizar instituciones que deberían operar con independencia de su influencia directa. Y ya sabemos cuáles son. Después, aplicando con rigor medidas para contrarrestar la crisis moral derivada en comportamientos poco edificantes. Ejemplarizar para reconectar con la ciudadanía.
La crisis está devorando la cohesión política de Europa y ahora amenaza con hacerlo, si es que no lo ha hecho ya, a nuestra cohesión interna. Por eso urge un claro mensaje de unión política a la ciudadanía, un verdadero pacto de Estado.
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