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"Ahora toca ser explotado por tus propios compañeros de profesión"

"Esperaba que no se hiciesen contratos fraudulentos y se diese una remuneración digna, acorde con el trabajo realizado. Que iluso soy ¿verdad?"

Soy un licenciado de Derecho con un buen expediente, con un máster, becas por rendimiento académico, cursos de especialización, bilingüe en francés y nivel avanzado de inglés, y naturalmente nimileurista. Trabajo 40 horas de jornada intensiva a la semana por 600 euros al mes. Eso sí, con un contrato de 20 horas (y por tanto cotizando por la mitad, con el correspondiente perjuicio para las arcas de la Seguridad Social).

Atrás queda el recuerdo de cuando era oficial de enlace de la Presidencia española de la Unión Europea y ganaba 120 euros netos al día, además de las comidas y los gastos de alojamientos incluidos en hoteles de cinco estrellas. Ahora toca ser explotado en un despacho de abogados por tus propios compañeros de profesión. Teniendo que quemar tu propia moto de 125cc sin compensación alguna (salvo que me pagan la gasolina, que buenos son) y arriesgando cada día tu integridad física en ella, al tener que patearte todos los juzgados de la Comunidad de Madrid —por no hablar de los de Guadalajara e Illescas.

Y aun así, mucha gente me dice: “bastante con que tienes curro”, “yo también trabajo de abogado junior pero sin cobrar", “ese sueldo no esta mal para empezar” o “con la crisis que hay, ¿qué esperabas?”. Pues esperaba que al menos un despacho de abogados cumpliese con la legalidad vigente, no hiciese contratos fraudulentos y te diese una remuneración digna, acorde con el trabajo realizado, y ajustándose al convenio colectivo pactado. Qué iluso soy ¿verdad? Y mientras tanto hay que ver cada día a esos funcionarios del juzgado que no dan ni golpe y cobran el triple o más que tú.

Con este panorama, las únicas opciones que hay de no ser nimileurista son marcharse de Españistan, montar uno un negocio por su cuenta, o ser funcionario. Lo malo es que para ésta última alternativa ya no van a sacar plazas.

Jaime González Dumas

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