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“No podemos estar todos chupando del bote, porque el bote se acaba”

David Cerro, que está en paro, cobra la renta de inserción en Galicia

Carmen Morán Breña
David Cerro muestra la nevera de su casa, prácticamente vacía
David Cerro muestra la nevera de su casa, prácticamente vacía

En el frigorífico de David, apenas hay unas patatas y unos huevos. Su renta fue menguando como los alimentos en la nevera. Fue bajando escalones al ritmo que marcaba el mercado laboral. Primero estuvo en la construcción. Eso se acabó. Se colocó entonces, durante cuatro años, en el locutorio de un amigo. “Allí ya cobraba poco, pero iba tirando”. El negocio cerró en 2008. La siguiente estación fue el paro. Y los cursillos de formación, que le proporcionaban el 75% de un sueldo básico. Todo finalizó sin que apareciera un trabajo. “Busqué, busqué, rebusqué y volví a buscar. Nada”.

David es joven, 31 años, “ágil”, dice. “Puedo trabajar en cualquier cosa”, asegura. Su pueblo, Viveiro, en la costa de Lugo, invita a formarse para el sector servicios, la hostelería. Él probó primero con la electricidad industrial... “Pero hay tanto paro, que, de coger a alguien, contratan a los que ya tienen experiencia, y yo no la tenía. Ahora me preparo informática, a ver si así...”.

Antes de darlo todo por perdido estuvo seis meses “a palo seco”, sin ingresar ni un euro, trabajando en pequeñas chapuzas aquí y allá. “Hay gente que me quiere bien y me fui buscando la vida con su apoyo”, afirma. Pero un buen día decidió que tenía que comer. Y llamó a la puerta de los servicios sociales. Ahora cobra la renta de integración social de Galicia (Risga), unos 400 euros. Y sigue con sus cursos de formación. “Salí pronto de casa, no pude estudiar. Afortunadamente vivo en el mismo piso desde hace 10 años, pago por él 180 euros”, cuenta.

Cuando se independizó, las cosas no fueron muy bien. “Pasé un tiempo en la calle y ya sé lo que es eso, sé con qué ojos te mira la gente. No quería repetir esa experiencia, porque es muy dura, pero, sobre todo, porque lo difícil es salir de esa situación”. Precisamente para eso están estas rentas de inserción. Son un colchón para no caer del todo y seguir en la senda del empleo. Pasar la raya de la exclusión social tiene un difícil viaje de vuelta.

David dice que es consciente de “cómo está la cosa por todos lados con la crisis”. “No podemos estar todos chupando del bote; el bote se acaba y nadie lo está llenando. Yo, al fin y al cabo estoy solo, si un día como, bien, si no como, no pasa nada. No quiero pensar en las familias, los que tienen hijos. Si yo tuviera hijos que no pudieran comer me volvería loco”, asegura solidario.

La situación de David es la de muchos españoles. Cuando el empleo vuelve la espalda, la gente mira a la familia, a los amigos. Es la primera red que uno encuentra. David no la tiene. “Mi madre está jubilada, tiene una paga ridícula y además está enferma, con fibromialgia. Mi padre es pintor y cobra 200 euros menos que antes. Hay un hermano, sí, pero no tengo mucha relación con él, pero aunque la tuviera, tampoco él está muy boyante”, señala. ¿Amigos? “Sí, hombre, siempre hay alguien para aquello del ‘hoy por ti, mañana por mí’, pero...”

Este joven está ahora “contento”, porque las aplicaciones informáticas se le dan bien, dice, pero cree “que el futuro está fuera de España, en Inglaterra, quizá, en Alemania”. Mientras ese futuro del que habla se va desprendiendo de la neblina, David va a sus cursos y vuelve a casa. “No tengo vicios. El dinero me da para pagar el piso, comer y algo de tabaco. Llevo sin salir prácticamente dos años porque te acaba dando vergüenza”, explica, y procura no perder el humor, pero la esperanza la tiene más mermada. “No creo que haya menos trabajo que en 1996, lo que hay es menos dinero”, termina.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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