“Mi sueño no es ser mantero; yo soy actor y cocinero”
Sin papeles no hay contrato y sin contrato no hay papeles. Esta es la angustiosa realidad para miles de migrantes en España. A Algassoume Thiam, senegalés, se le acaba este mes de diciembre el plazo para obtener un empleo y conseguir regularizar su situación en España
“Siembro semillas por muchas partes, pero la tierra está seca”, comenta Algassoume Thiam, que llegó a España a los 13 años desde Senegal. Lleva viviendo aquí otros 16, “sin papeles”, dice, y aún no ha conseguido su permiso de residencia. Obligado a marchar de su país por la necesidad de encontrar un futuro mejor en Europa, experimenta en su propia piel la dureza del proceso migratorio.
En estos días, Algassoume (Hassim para los amigos) recorre preocupado las oficinas de Trabajo Temporal en búsqueda de un empleo. El tiempo se le acaba. Siente angustia, pues están a punto de vencer los seis meses de validez de su tarjeta roja de solicitud de asilo que le permite obtener un contrato de trabajo, necesario para lograr el permiso de residencia. Para él, este carnet es una puerta a la esperanza que se le abrió hace un año, cuando pudo demandar la protección internacional –aún pendiente de resolución–, y teme se le cierre en diciembre al vencer los seis meses.
A pesar de que su madre sufría con la idea de que dejara su hogar, a Hassim le tocó migrar en cayuco desde Senegal a Marruecos en ese viaje inhumano donde tantos pierden la vida en el océano. Pudo llegar y trabajó recogiendo fruta para ganar y enviar algo de dinero. Combinaba esa actividad con el cuidado del ganado de un familiar a cambio de alojamiento. El “sueño de oro europeo” estaba en su mente y se comentaba entre los chicos del pueblo, hasta que un día decidió con alguno de ellos embarcarse rumbo a España, escondido en los bajos de un camión.
“Todos somos personas”
Desde los 13 años, ya en España, Hassim ha vivido presa del miedo, evitando que le pudiera parar la policía para pedirle la documentación “en regla”, o para llevarlo al cuartelillo, al CIE (Centro de Internamiento para Extranjeros), o expulsarlo del país. Los primeros cinco años vivió “escondido” para evitar estos peligros, desconocidos para él hasta entonces.
En 2010, gracias a un amigo que también era inmigrante, se atrevió a salir de su refugio, lo “conocido”, y decidió formarse en cursos que se permiten a los no regularizados en los Programas de Acogida. “¿Qué haces aquí quieto en la casa? ¡Ven a estudiar y a aprender el idioma!”, le animó su amigo Elkebir. Comenzó con formaciones de conocimiento del entorno y de lenguas. Le encantaría hacer cursos oficiales e incluso ir a la universidad, pero sin NIE es imposible.
Fue allí entre las aulas donde se le abrió otra oportunidad: uno de sus compañeros le alentó para ir a una escuela de teatro con él. Así, en 2015 entró en la compañía Stereo Rums Teatro, en la que la directora, actriz y coreógrafa Nadia Zuñiga lo formó junto a sus compañeros, también en situación irregular y de diversas procedencias extranjeras (Marruecos, República Dominicana, Sudamérica…) o de raíces andaluzas. “Antes no podía mirar a los ojos de la gente por sentir vergüenza. El teatro me ha ayudado mucho, me ha dado seguridad en mí mismo y a desterrar la idea de que soy ilegal, pues todos somos personas. Al principio me costó mucho actuar, tenía un montón de nervios, y ahora me apasiona”. La obra de teatro, que se titula Modou, Modou y en la que Hassim, como protagonista, muestra su historia, ha triunfado y conmovido a los espectadores desde 2017 en varias localidades.
“Buscando la vida”
Mientras Hassim vivía esta inesperada gran oportunidad del teatro, se buscó la vida ejerciendo de mantero. Se sumó el miedo a la persecución, a ser apaleado con porras eléctricas como les pasó a algunos de sus compañeros, además del temor a que le decomisaran su material cuyo dinero para comprarlo tanto le había costado reunir, o que le impusieran una multa. O incluso una denuncia por delito penal por vender bambas compradas en los comercios chinos de Badalona. Desde 2016 se unió a las reivindicaciones del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes de Barcelona –que defiende sus derechos, negocia con las administraciones y saca a la luz los abusos policiales–, así como a las reuniones de la Casa de Solidaridad y a las manifestaciones donde se proclaman lemas tales como: “Sobrevivir no es delito”, “Ninguna persona es ilegal” o “#RegularizaciónYa”.
“No queremos hacer daño a nadie, ni robar ni delinquir con droga para obtener unos ingresos. Para nuestra cultura, que nos marca mucho, sería enviar a casa dinero de sangre. Solo queremos trabajar y tener una vida digna. Por eso recurrimos al top Manta, la única salida que nosotros tenemos aquí hasta conseguir un permiso de residencia y de trabajo”, afirmaba Hassim cuando le entrevisté hace ya cuatro años. Pero esta salida se vio truncada desde la pandemia de la covid-19 y actualmente son muy pocos los que se atreven a ejercer esta actividad debido a las medidas institucionales vigentes. “Las redadas policiales siguen: justo acaban de agredir con porras a los compañeros en las Ramblas y se han quedado sin material”, comentaba preocupado Hassim el pasado 30 de octubre, mostrando las imágenes que los transeúntes habían grabado y denunciado.
Mientras tanto, representantes del Ayuntamiento de Barcelona viajaban a Canarias “como Ángeles blancos mientras la ciudad sigue siendo una cárcel invisible para personas migrantes sobre todo negros manter@s sin documentos”, denunciaban por las redes sociales desde el Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes.
El largo camino hacia a la regularización
Mientras Hassim sufría la dureza de vender en la calle, se le abrió en 2016 otra puerta de esperanza de escapar de esta vida complicada y sin salida para él. Promovida por el Gremio de Restauración, el Ayuntamiento de Barcelona ofreció una formación gratuita para personas sin regularizar con el fin de que, tras el periodo de prácticas, pudieran ser contratados 12 meses y demandar el permiso de residencia. Tras concluir las 300 horas lectivas y de prácticas, de la docena de alumnos del curso tan solo dos consiguieron el contrato necesario y él no fue una de ellas: el que le ofrecían era de tres meses y no fue aceptado por el proyecto de inserción sociolaboral en el que se reglaba su formación. La Ley de Extranjería en España marca estar tres años empadronado en el país, tras los cuales has de conseguir un contrato laboral de un año como mínimo a tiempo completo para poder solicitar el permiso de residencia temporal por la vía del arraigo social.
La puerta se le cerró y Hassim se desalentó: había conseguido el título de ayudante de cocina, como tantos otros diplomas, pero continuaba sin poder trabajar de forma legal. A pesar de ello, Hassim no desfalleció y siguió adelante, tal y como le ha enseñado su cultura: a aguantar y resistir.
Ahora, el senegalés necesita trabajar para poder sobrevivir y enviar dinero a su familia. “En mi país muchos dependen de las remesas que mandan sus parientes desde el extranjero, sino, no comen. Mientras Europa no deje de expoliar nuestros recursos de África y de empobrecer con acuerdos a nuestros países, seguiremos viniendo para buscar un trabajo”, exclama.
Este chico siente que ha luchado mucho, trabajando como ayudante de carnicería ya siendo un niño, en el campo, en el sector de limpieza y en obras de rehabilitación ya como mayor de edad. Sin embargo, ha sufrido engaños, como la contratación falsa cuando obtuvo la tarjeta blanca en 2020, la primera que otorgan con la solicitud de asilo, o el contrato fraudulento con la reciente tarjeta roja: “Día tras día pedía a mi jefe que me diera copia del contrato, y me daba largas. Al final me registré en la web de la Seguridad Social para sacar la vida laboral. Mi sorpresa fue ver que solo constaba un mes y pico de trabajo de los cuatro que estuve, y con una jornada de cuatro horas, en vez de ocho que trabajé. Ya perdí la oportunidad, pues ya no llego a seis meses cotizados de jornada completa antes de que caduque mi tarjeta roja, en diciembre”. Otra puerta que se cierra injustamente ante su ser.
La consecuencia de ser considerado “ilegal” también se extiende a la posibilidad de disponer de vivienda: “Yo no quiero vivir hacinado en una casa propiedad de un Banco ocupada ilegalmente, pero no tengo alternativa: si no, tendría que vivir y dormir en la calle. No puedo ir a buscar un alquiler con contrato sino tengo permiso de residencia”, se lamenta Hassim. Sin papeles no hay contrato y sin contrato no hay papeles, un pez que se muerde la cola…
No estás solo
Lo que más echa de menos Hassim de su país es a su familia, sobre todo a su madre. Las nuevas tecnologías le permiten hablar con ella a diario vía Whatsapp, algo inexistente cuando llegó en 2006. “Dejé mi tierra por obligación. Cada día pienso en mi país y los míos; soy africano. Si estás tantos años sin volver, es un problema muy grande”, manifiesta.
Mientras añora tanto a los suyos, está muy agradecido a las entidades y personas que han colaborado con él en estos años, desde los que le han enseñado a buscar la vida aquí hasta el defensor de los derechos de los migrantes Esteban Yanischevsky, del colectivo Tras la Manta. Se siente acogido por la compañía de teatro –que ya son sus amigos y su segunda familia–, y por todos los que le abren puertas: su directora y formadora Nadia, que le ayuda buscándole empleo en restaurantes de conocidos; su amigo Abdoul, que trabaja como cocinero e intenta convencer a su jefe para que lo considere en el nuevo proyecto del bar, y a David de la asociación Migractiva, que trabaja para beneficio de las personas migradas y que le está buscando un empleo. Aunque algunos intentos fracasan, como un posible contrato que no es viable por estar la empresa en ERTE –lo que impide emplear a personal nuevo–, Hassim sigue adelante en su búsqueda.
A pesar de haberse formado y haber realizado diversas actividades en España, Hassim constata que la Ley de Extranjería y el racismo institucional existentes, dificulta a las personas inmigrantes llegar a conseguir su “regularización”, vulnerando los derechos básicos reconocidos por la comunidad internacional. Y mientras Barcelona se declara con orgullo “ciudad refugio”, tantos inmigrantes siguen sin poder formalizar su situación tras años de residir en el municipio.
La situación evidencia que desde las instituciones y la mayoría de la población no se abren los ojos a que el origen de este tipo de migraciones económicas, están desencadenadas por los planes de ajuste estructural y acuerdos que se han impuesto por parte de países occidentales a naciones como la suya, Senegal. Tal como señala el investigador Carlos Gómez Gil, los acuerdos comerciales y la actividad de las transnacionales han saqueado a la población local senegalesa de sus recursos básicos y necesarios y destruido su equilibrio sociocultural, arrojando a trabajadores al paro. Ello les fuerza a migrar para poder sobrevivir.
A pesar de que Hassim intenta salir adelante, tratando de conseguir al arraigo social, posteriormente el arraigo laboral y luego la solicitud de asilo… ¿Qué vía le queda? Manifiesta que la suerte no siempre le acompaña, y se pregunta cuándo se le abrirá una puerta de esperanza que pueda traspasar sin cerrarse antes: ¿llegará cuando tenga el pelo blanco o cuando ya no le quede? “De momento estoy perdido, cualquier faena que me den, la cojo. No puedo elegir”. Sus sueños, declara, son jugar en un equipo fútbol y poder trabajar legalmente de cocinero, algo que ama, así como de actor de teatro.
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