Ocho mezquitas, nuevo patrimonio de la humanidad en Costa de Marfil
La UNESCO reconoce la singularidad de estas construcciones, testigos mudos del paso de civilizaciones, comercio y religiones por el norte del país
Tengréla, Kouto, Sorobango, Samatiguila, M’Bengué, Kaouara y Kong son siete pueblos y ciudades del norte de Costa de Marfil que a finales del pasado mes de julio vieron que sus ocho mezquitas de estilo sudanés eran reconocidas como patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Se trata de pequeñas construcciones de tierra con vigas de madera sobresalientes y contrafuertes verticales coronados por cerámicas o huevos de avestruz y esbeltos minaretes. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, “representan una interpretación de un estilo arquitectónico cuyo origen data alrededor del siglo XIV en la ciudad de Djenné”.
Esta urbe se encuentra en Malí y formó parte del su imperio, que se extendió por todo el Sahel, desde Nigeria hasta la costa senegalesa. Djenné fue una ciudad muy próspera debido al comercio de oro y sal a través del Sáhara al norte de África. Gracias a ello construyó grandes obras arquitectónicas entre las que destaca su Gran Mezquita que todavía hoy sigue siendo el mayor edificio hecho en barro del mundo (5.562m²). Tanto debió impresionar aquella construcción que pronto empezó a ser replicada en distintas partes del Sahel. Especialmente a partir del siglo XVI este estilo se extendió hacia el sur, hacia las sabanas.
Allí, los nuevos edificios se adaptan y presentan formas más bajas y contrafuertes más sólidos para responder a la mayor humedad del clima. Las nuevas mezquitas ganan en solidez al tiempo que dejan atrás las formas esbeltas y ágiles de sus predecesoras. Las que se encuentran en el norte de Costa de Marfil se construyeron entre los siglos XVII y XIX.
Todas ellas presentan las adaptaciones que tuvieron que hacerse a los planos originales en la sabana de África Occidental y en todas ellas se mezclan formas musulmanas con elementos arquitectónicos locales. Estos edificios religiosos surgieron a medida que comerciantes y eruditos extendían sus rutas comerciales desde el imperio de Malí hacia las zonas de las selvas del sur. Este comercio llevó consigo una expansión del islam y la cultura islámica.
Las ocho mezquitas declaradas patrimonio de la humanidad son las que mejor se conservan de las 20 que han sobrevivido. A principios del siglo XX se contabilizaban varios cientos, pero hoy ya no quedan rastros de la mayoría de ellas.
Son siete pueblos y ocho mezquitas porque en Kong se conservan dos: la grande (con una capacidad para unas 400 personas) y la pequeña (en la que entran unas 50), esta última en el barrio de Barora. Desde ella se divisan las torres de la más grande entre un mar de modernos tejados de cinc. Son los dos únicos vestigios que sobreviven de lo que fue la capital del reino de Kong, ciudad que alcanzó su esplendor cuando los comerciantes de Malí comenzaron a penetrar el territorio senufo.
Allí se instalaron mercaderes dioula que transformaron la ciudad en un mercado transfronterizo donde se intercambiaban bienes del desierto del norte, como sal y textiles, por los de las selvas: nueces de cola, oro y esclavos, principalmente. A medida que la prosperidad de Kong crecía, sus reyes extendieron su autoridad sobre las regiones vecinas. En 1710 fue conquistada por Sékou Oumar Ouattara, un guerrero dioula, y bajo su reinado Kong se convirtió en la capital de un poderoso imperio que dominaba gran parte de la región. El declive de la zona comenzó con la llegada de los primeros colonizadores. Los franceses entraron en la ciudad en febrero de 1888 y firmaron un tratado con el rey. Los habitantes de Kong veían en ellos unos aliados para resistir a su gran enemigo el almamy Samory Touré fundador del imperio Wasoulou (1878-1898) y los franceses necesitaban del sometimiento de los senufos para asegurar las fronteras de sus colonias frente al avance inglés desde la actual Ghana. Una apasionante historia que recoge con maestría el escritor marfileño Gauz en su novela Camarada Papa. Una obra imprescindible de la literatura africana contemporánea, de obligada lectura.
Nada queda del antiguo esplendor en la actual ciudad de Kong. Solo las dos mezquitas. Ahora Kong es una urbe fea llena de casas de cemento y tejados de cinc. Únicamente ostenta el privilegio de que de allí proviene la familia del actual presidente marfileño, Alassane Ouattara, lo que hace que todas las carreteras que conducen a ella estén asfaltadas y en buen estado. Eso facilita mucho el acceso a ella, cosa que no sucede con el resto de las localidades donde se encuentran las otras seis mezquitas que han compartido el reconocimiento junto a las dos de Kong.
La mezquita grande puede ser visitada fuera de las horas de oración. Las luces eléctricas dan visibilidad a pasillos cubiertos de arena fina sobre los que se extienden alfombras y tapetes para facilitar las plegarias de los fieles. Antes de la llegada de la electricidad unos lucernarios en el tejado, como bocas de tinajas, sobre los que reposan pesados discos de madera, eran abiertos al comienzo de los rezos para iluminar la estancia. Poco más hay que ver: muros, vigas y techos formados con palos. Una escalera, también de barro, con escalones altos y muy irregulares permitía al almuédano subir hasta el minarete para convocar a los fieles a la oración.
En principio, solo los hombres pueden visitar la mezquita, y “mujeres viejas” añade el guía en un francés de difícil comprensión
Pero una vez que los altavoces han remplazado a la voz humana en directo, hoy sirve para que los casi inexistentes turistas que se acercan hasta allí puedan subir al tejado. La luz disturba a cientos de pequeños murciélagos que habitan en el interior del edificio haciendo que se suelten de los palos del techo o de las vigas y empiecen a revolotear por todas partes. En principio, solo los hombres pueden visitar la mezquita, y “mujeres viejas” añade el guía en un francés de difícil comprensión. Una escuela coránica rodeada de muros del mismo estilo sudanés completa el complejo.
La mezquita pequeña está construida con un barro más oscuro que el empleado en la anterior y delante de ella hay una gran tumba de un hombre santo. Varias ovejas, los únicos seres vivos que se ven en su entorno, aprovechan la sombra de sus muros y reposan plácidamente entre sus contrafuertes. Es difícil encontrar a una persona que abra sus puertas para poder acceder a su interior.
Resulta mucho más difícil llegar hasta los otros seis pueblos donde se conservan las restantes mezquitas. Las carreteras llenas de baches y las distancias hacen la tarea más complicada. Tal es el caso de Kouto por ejemplo. Allí, la pequeña mezquita (8 m x 8 m), parece una miniatura. El estilo es similar al de las anteriores, pero se diferencia bien por los remates de sus pináculos, una especie de cascos de barro con tres cuernos cuyas puntas se tocan. Fue construida en el siglo XVII. El imán, un hombre alto y enjuto de muy pocas palabras abre las dos puertas laterales. El suelo es de cemento y está cubierto por tapetes verdes. Tres filas de gruesas columnas dividen el recinto. El Mihrab queda oculto a la mirada de los fieles, tapado tras un espeso muro. Unas escaleras también conducen al tejado del edificio. Es curioso su yumur o remate del minarete. Este elemento decorativo suele tener tres (como la construcción pequeña de Kong) o dos (como la grande de kong) bolas decrecientes, pero en este caso cuenta con cinco y una medialuna.
Junto a ella se levanta un monumento moderno y grande ante la cual reposa, tumbado en una plataforma construida con palos, el guardián del recinto. Los vecinos cruzan el patio camino de sus concesiones. Los niños de los alrededores acuden enseguida a observar a los visitantes. No suelen ser muchos los que se acercan hasta el pueblo, aunque desde que el edificio fue declarado patrimonio de la humanidad, “alguno más de lo habitual sí que lo ha hecho”, comenta el imán.
Y es que cada una de las ocho es única y difiere de las demás. Cada una tiene su propia personalidad
No lejos de ese pueblo se encuentra la de Tengréla, ya casi en la frontera con Malí. Más grande y alta y sin los gruesos contrafuertes de sus paisanas. Y es que cada una de las ocho es única y difiere de las demás. Cada una tiene su propia personalidad.
Todas las del norte de Costa de Marfil son el segundo bien de carácter cultural que ha recibido el sello de patrimonio de la humanidad tras haberlo alcanzado en 2012 la ciudad histórica de Grand Bassam, primera capital colonial del país. A estos dos se suman otros tres bienes naturales también reconocidos por la UNESCO: la reserva natural integral del monte Nimba (compartido con Guinea), el parque nacional de Taï y el parque nacional del Comoé.
Los lugares declarados patrimonio de la humanidad en los países de África subsahariana son muchos menos que en los reconocidos en otras regiones del mundo. En la sesión celebrada en julio de este año, tras un 2020 sin ninguna por causa de la pandemia, la UNESCO aprobó 36 nuevos sitos, de los que solo dos son africanos: las mezquitas y el parque nacional Ivindo en Gabón.
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