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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez
Chabolismo
Tribuna
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Dieciséis kilómetros

La pervivencia del chabolismo en España es una vergüenza nacional. Una campaña de la Fundación Secretariado Gitano recuerda que contamos con los recursos económicos y legales para erradicarlo

Varios niños juega entre las chabolas en el poblado de la Cañada Real Galiana, en Madrid.
Varios niños juega entre las chabolas en el poblado de la Cañada Real Galiana, en Madrid.RICARDO GUTIÉRREZ
Gonzalo Fanjul

Durante los últimos meses, el Ayuntamiento de Madrid ha estado remodelando varias manzanas del barrio de Justicia, uno de los rincones más exclusivos de la capital. La zona es un hermoso pedazo de ciudad tomado por los inversores extranjeros, donde los cafés cuestan seis euros y los gimnasios abren 24/7. Entre fachadas parisinas, farolas vintage y una calzada adoquinada, uno se siente transportado al siglo XVIII.

A 16 kilómetros de allí, al Sur del Ensanche de Vallecas, también es posible encontrar un entorno dieciochesco, esta vez por la falta de agua y luz. En los sectores 5 y 6 de la Cañada Real Galiana viven más de 4.000 personas, distribuidas en unas 1.600 infraviviendas. Este lugar saltó brevemente a los informativos en enero de 2021, cuando su población hizo frente al temporal Filomena en plena operación de castigo energético por parte de las compañías eléctricas y las autoridades madrileñas. El pasado 2 de octubre se cumplió el segundo año completo en el que esta población olvidada de Dios y los alcaldes ha vivido sin luz.

Esos 16 kilómetros establecen la distancia entre dos mundos. En uno, la ley está al servicio de los vecinos. En otro, cerca de 2.000 niños y niñas crecen entre ratas, cubos de agua y camping-gas.

Madrid no es una excepción. Miles de seres humanos, distribuidos por todo el territorio español, permanecen hoy atrapados en asentamientos de chabolas. Alrededor de 11.000 de ellos pertenecen a la comunidad gitana y el resto está formado por familias nacionales y migrantes de bajos ingresos, o temporeros que trabajan en los campos de Almería y otras provincias. El chabolismo niega a las personas las condiciones más elementales de una vida digna, como el acceso al agua, el saneamiento o la energía. Muchos de los asentamientos se encuentran en las inmediaciones de industrias contaminantes, canales fluviales o basureros, lo que tiene consecuencias directas para la integridad y la salud de sus habitantes. Para los niños, la experiencia puede tener consecuencias definitivas en su integración, desarrollo y capacidad de aprendizaje. Y traten ustedes de encontrar un empleo poniendo una chabola como dirección de referencia.

Traten ustedes de encontrar un empleo poniendo una chabola como dirección de referencia

Esta información forma parte de la campaña chabolista.es, puesta en marcha por la Fundación Secretariado Gitano hace unos días. En un portal con mensajes como “La casa que habíais imaginado, a 15 minutos del centro”, sus creadores llaman la atención sobre una realidad que debería avergonzarnos como sociedad.

Pero el mensaje más importante de la Fundación es que esta situación no es en absoluto inevitable. Como señalan en el manifiesto que sustenta la campaña, contamos con los recursos financieros, institucionales y legales para erradicar esta vergüenza nacional. La administración central, como las locales, deben hacer uso de las normas y recursos a su disposición, desde la Estrategia Nacional de Inclusión, Igualdad y Participación del Pueblo Gitano hasta los fondos comunitarios de reconstrucción. El propio Parlamento Europeo denunciaba esta situación hace pocas semanas, en una resolución sobre la situación de la población romaní que vive en asentamientos en la Unión, que insta a los gobiernos nacionales y a la Comisión a actuar de manera decidida contra las “condiciones catastróficas” en las que deben vivir estas poblaciones. Y el anteproyecto de Ley por el Derecho a la Vivienda ofrece una oportunidad espléndida para demostrar hasta dónde está dispuesta a llegar la mayoría parlamentaria que sostiene al Gobierno.

No son invisibles, aunque lo parezcan. La próxima vez que atisben desde su coche una de esas barriadas que se extienden junto a la carretera, recuerden nuestros 16 kilómetros de la vergüenza.

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