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La huida de Mohammed del asedio de El Fasher: “La gente hervía pieles de animales y se comía el agua como si fuera sopa”

Mohamed Usman Hassan, testigo directo de cómo la capital de Darfur Norte se transformó en un infierno inhabitable, relata el hambre, la violencia y la desesperación que han sufrido sus ciudadanos

Asedio de El Fasher

Si se hubiera quedado en El Fasher unos días más, Mohamed Usman Hassan (42 años) probablemente no estaría sentado aquí ahora, sobre una estera en la bombardeada capital sudanesa, Jartum. Él, su esposa y sus dos hijos escaparon de forma milagrosa: menos de una semana antes de que los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por sus siglas en inglés) atacaran la capital de Darfur Norte, logró convencer a un soldado para que le dejara atravesar el puesto de control principal que conducía fuera de la ciudad. Llevaba a su hija pequeña en una carretilla.

“Dije que tenía que salir de la ciudad para cultivar”, afirma el hombre. Está muy delgado y sus gafas rectangulares son demasiado anchas, lo que hace que se le deslicen constantemente por la nariz. “No tengo ni idea de por qué nos dejaron ir”, dice Hassan con una risa nerviosa. “Era una excusa pobre. Pero creo que Dios estaba con nosotros ese día, que Dios decidió que aún no era el momento de irnos... Alhamdulillah”, expresa en árabe. Después del primer puesto de control, afirma que tuvo que pasar por otros 16 antes de entrar en territorio del ejército gubernamental y que por el camino los soldados le fueron confiscando todas sus pertenencias.

El estallido del conflicto en abril de 2023 —originado por la pugna de poder entre el jefe del ejército, Abdelfatah al Burhan, y el líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido, Mohamed Hamdan Dagalo— precipitó un éxodo masivo y llevó a Sudán al colapso. Acnur, la agencia de refugiados de la ONU, calcula que casi 12 millones de personas han sido desplazadas y que el país enfrenta su peor crisis humanitaria en décadas, con varias regiones en situación de hambruna. Las cifras de víctimas siguen siendo imprecisas, pero diversas estimaciones sitúan el número de muertos en cientos de miles.

En Darfur, la situación es tan grave que la hambruna ha sido declarada en muchos lugares. Hassan también lo vio en El Fasher. “Teníamos que intentar algo, teníamos que irnos. La situación en la ciudad se había vuelto insostenible”, suspira. La poca comida que quedaba se había vuelto tan cara que su familia ya no podía permitírsela. Muestra una foto de un hombre sano, robusto, con músculos y una pequeña barriga: así era Hassan antes del asedio de la ciudad.

Teníamos que intentar algo, teníamos que irnos. La situación en la ciudad se había vuelto insostenible
Mohamed Usman Hassan, superviviente del asedio de El Fasher

“La gente hervía pieles de animales y se comía el agua como si fuera sopa”, explica Hassan, negando con la cabeza. Las personas mayores, en particular, estaban muriendo por la falta de comida y atención médica. “Seguíamos enterrando gente”, murmura el hombre. “Docenas al día”. Mientras tanto, sus hijos estaban cada vez más delgados. “Era inhumano”.

El alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Volker Türk, denunció la semana pasada los “crímenes de extrema gravedad”, que se han cometido en El Fasher durante los 18 meses en los que las Fuerzas de Apoyo Rápido asediaron la ciudad, y también una vez que lograron tomarla, el pasado 26 de octubre. El Departamento de Estado de Estados Unidos ha acusado a los paramilitares de cometer genocidio en Darfur Norte contra grupos no árabes. Las RSF niegan esta acusación.

“El mundo nos dio la espalda”

El 26 de octubre, las fuerzas paramilitares anunciaron que habían tomado el control de El Fasher. Internet y las líneas telefónicas fueron cortadas. Los únicos vídeos difundidos fueron grabados y publicados por los propios soldados de las RSF. Las imágenes los mostraban aparentemente disparando a personas de forma indiscriminada. La comunidad internacional, que llevaba años advirtiendo sobre un exterminio masivo de cientos de miles de refugiados en y alrededor de El Fasher, condenó los ataques pero no intervino.

“El mundo nos dio la espalda”, dice Hassan. Durante meses, la gente estuvo muriendo, explica. “Recientemente, los ataques aumentaron. Hubo ataques con drones y bombardeos. La gente moría en los lugares donde desayunaba, en la mezquita... Los bombardeos solían producirse temprano por la mañana, alrededor de las cuatro de la madrugada”.

Hassan hace una pausa. “En los últimos meses, los soldados entraban cada vez más veces al campamento. Nos atacaban con armas y palos y robaban nuestras pertenencias. Las personas más jóvenes eran violadas, secuestradas y perseguidas. Las mujeres que salían del campamento a recoger leña nunca regresaban”, lamenta.

Suspira, hace una pausa y se recompone. “He leído en los medios que miles han muerto”, dice. “Puede que sea cierto. Pero hay que sumar a eso las muertes del último año y medio. Lo que ocurrió en El Fasher es terrible”.

El 14 de noviembre, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU aprobó por unanimidad una nueva investigación independiente sobre las masacres en la ciudad sudanesa de El Fasher. “Nuestras llamadas de atención no fueron atendidas. Las manchas de sangre en el suelo de El Fasher fueron fotografiadas desde el espacio. La mancha en la reputación de la comunidad internacional es menos visible, pero no menos dañina”, dijo Türk, durante una reunión de emergencia en Ginebra. Los hallazgos podrían ser compartidos con la Corte Penal Internacional.

Las manchas de sangre en el suelo de El Fasher fueron fotografiadas desde el espacio
Volker Türk, alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos

Mohamed Usman Hassan saca su teléfono del traje gris que lleva puesto y que compró hace unos días. “Ahora no nos queda más que observar con consternación lo que está sucediendo en El Fasher”, dice sombríamente. Observa vídeos que le han enviado amigos y familiares de personas siendo asesinadas. “La gente está tirada muerta o muriéndose en el suelo por todas partes”, explica. Señala la zanja que las RSF habían cavado alrededor de la ciudad. “Esos agujeros en la tierra ahora están llenos de cuerpos”, se aflige.

“Leo en todas partes que solo unas 7.000 personas han huido desde que comenzó el ataque”, dice, con la voz temblorosa. “Pero, ¿qué pasó con todas esas otras personas?”, se pregunta con preocupación, pues muchos de sus amigos y familiares no han podido escapar.

Busca en su teléfono el número de su padre, de 80 años. La llamada suena brevemente, pero luego se corta. “Sigue allí”, dice Hassan en voz baja. “Estaba demasiado débil para llevarlo con nosotros a Jartum.” Y estalla en sollozos: “Rezo a Dios cada día para que mi padre sobreviva a este infierno, pero creo que las RSF lo mataron hace ya mucho”.

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