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Aliarse con el sol para combatir sus estragos: cómo la familia Makaika salvó sus cosechas en Malaui gracias al riego con energía solar

Comunidades rurales de uno de los países más pobres del mundo se adaptan a los impactos de El Niño y a fenómenos meteorológicos cada vez más extremos con energía solar y técnicas agrícolas sostenibles de bajo costo

Riego con energía solar

Jonos Makaika, un agricultor de 37 años de la aldea de Chilambe, en el distrito de Zomba, en el sur de Malaui, veía cómo sus cosechas se reducían año tras año. “Las lluvias son cada vez más escasas y, como consecuencia, el rendimiento de mis cultivos era cada vez más pobre”, dice este padre de cuatro hijos. Sin embargo, un sistema de riego alimentado con energía solar cambió su vida.

La comunidad de Zomba había ofrecido tierras para que implantar tecnologías de irrigación para reducir el hambre y mejorar la nutrición. Construyeron dos sistemas de riego alimentados por energía solar, con el apoyo de la ONG alemana BMZ, The Hunger Project. Los riegos de Chilambe y Bimbi permiten ahora producir alimentos durante todo el año, incluso en períodos prolongados de sequía, y diversificar los cultivos: los agricultores cosechan ahora maíz, plátanos, mostaza o calabazas.

Las lluvias son cada vez más escasas y, como consecuencia, el rendimiento de mis cultivos era cada vez más pobre
Jonos Makaika, agricultor de Malaui

En Malaui, cerca del 65% de la población depende de la agricultura, según un informe de la Organización Internacional del Trabajo. Sin embargo, los efectos del cambio climático han afectado duramente a este sector, como consecuencia del aumento de fenómenos meteorológicos extremos, como inundaciones y sequías. Por ejemplo, las sequías provocadas por El Niño, que asolaron la región a principios de 2024, afectaron al 44,3% de la superficie de cultivo de Malaui, según los datos del Programa Mundial de Alimentos (PMA).

“Personalmente, me he beneficiado de este proyecto porque antes dependíamos solo de la agricultura de secano”, dice Makaika, que preside el sistema de riego de Chilambe. “Ahora, cultivamos dos veces [al año] y he ganado suficiente dinero para comprar ganado y una bicicleta. También puedo pagar las matrículas escolares de mis hijos y aún tengo comida suficiente”, cuenta con una sonrisa.

Las estructuras, que llevan en pie cuatro años, están formadas por dos pozos desde los que se bombea agua mediante energía solar hasta una sólida construcción de hormigón con dos tanques de almacenamiento, de 10.000 litros cada uno, colocados estratégicamente en lo alto para resistir fenómenos como los ciclones, cada vez más frecuentes en esta nación del sureste africano. “Como la pobreza es multidimensional, analizamos cómo los efectos del cambio climático perpetúan el hambre y, en consecuencia, la pobreza”, explica a este diario Anthony Chilembwe, director nacional de The Hunger Project en Malaui.

Trabajo comunitario

Aunque los huertos suelen pertenecer a los hogares, en Chilambe la comunidad estableció un sistema de colaboración para que los beneficios del riego alcanzaran a todos. Durante la temporada de lluvias, los propietarios cultivan en sus parcelas habituales; después de la cosecha, dividen el terreno en pequeños lotes, de modo que también puedan acceder quienes no poseen tierra.

“Es un acuerdo comunitario”, explica Chilembwe. “La idea es garantizar que cada hogar dentro del área beneficiada por el sistema de riego obtenga rentabilidad, porque así se fomenta el sentido de pertenencia y la corresponsabilidad en el mantenimiento del propio sistema. Ese era el objetivo original del proyecto”.

Hay una buena variedad de cultivos, algunos resistentes, como la yuca, y otros perennes como el plátano, lo cual es positivo tanto para la seguridad alimentaria como para la nutrición
Anthony Chilembwe, director nacional de The Hunger Project en Malaui

El modelo está dando resultados. “Hay una buena variedad de cultivos, algunos resistentes, como la yuca, y otros perennes como el plátano, lo cual es positivo tanto para la seguridad alimentaria como para la nutrición”, añade el responsable de The Hunger Project.

Sin embargo, el suministro de los dos sistemas de bombeo sigue siendo insuficiente para cubrir toda el área de cultivo. “Nos gustaría contar con más agua y más insumos agrícolas, como fertilizantes, para obtener cosechas aún más abundantes”, comenta Mary Juma mientras redirige el agua hacia su parcela, donde brota el maíz.

Juma, de 42 años y madre de cinco hijos, reconoce que el riego ha transformado su vida: “He salido beneficiada estos dos últimos años desde que me uní al sistema. Después de cosechar tres sacos de mi huerto, también pude obtener algunos de aquí, lo que me ayudó a alimentar a mis hijos”, explica. Y continúa: “Mi objetivo este año es recolectar lo suficiente para vender una parte y así reducir los problemas en casa. La lluvia es cada vez más impredecible, pero ahora podemos controlar nuestros cultivos”.

Fertilizantes caseros para resistir la sequía

Mientras en Zomba los agricultores aprovechan la energía solar para mantener verdes sus campos, en el distrito de Dowa, en el centro del país, otros campesinos han encontrado una alternativa para sobrevivir a la falta de lluvias: los fertilizantes caseros.

El hogar de Tsanzo Thabwa, en el distrito tabacalero de Dowa, en el centro del país, también ha sufrido directamente los impactos del cambio climático. Ante unas lluvias intermitentes y condiciones cada vez más secas que comprometían su seguridad alimentaria, encontró una tabla de salvación en el Programa de Transferencias Sociales en Efectivo (SCT), implementado por COMSIP, un programa de ahorros y cooperativas en Malaui, financiado por el Banco Mundial y dirigido a las personas más pobres de las zonas rurales.

El programa animó a los beneficiarios a formar grupos de ahorro y préstamo, y en 2023 Thabwa y otros 49 miembros participaron en un curso de elaboración de fertilizantes compuestos de bajo costo, conocidos como mbeya, ya que no podían permitirse comprar fertilizantes químicos. Este abono, además de barato, tiene una gran capacidad para retener la humedad en la tierra, lo que permitió a Thabwa y a sus compañeros proteger los cultivos de los efectos de la sequía. Al conseguir cosechas más abundantes, sus ingresos aumentaron considerablemente.

“Después de unirme al grupo, recibimos varias formaciones. Aprendí mucho sobre educación financiera, cómo gestionar un negocio, nuevos métodos agrícolas, prioridades domésticas y planificación, entre otros. La formación no solo me abrió los ojos a nuevas oportunidades, sino que también me condujo a una vida mejor”, explica.

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