Mientras ellos cuentan beneficios, nosotros contamos los muertos
Colectivos y organizaciones indígenas de la Amazonía, afectadas por las operaciones de empresas petroleras en Ecuador, denuncian represión por parte del Gobierno de Daniel Noboa

A los 14 años llegué con mi familia a la Amazonía ecuatoriana. Fuimos con el sueño de encontrar un lugar con futuro, pero nos encontramos con una selva herida. Ríos cubiertos de petróleo, niños y niñas enfermas, mujeres con la piel quemada por los tóxicos. La empresa transnacional estadounidense Texaco —hoy Chevron— había estado ahí antes que nosotros, saqueando el suelo, envenenando el agua y expulsando a quienes habitaban y cuidaban el territorio. Yo aún no lo sabía, pero ese día comenzó la lucha más importante de mi vida: la de impedir que el corazón de la tierra deje de latir.
Hoy escribo desde el edificio de Naciones Unidas en Ginebra, donde los pueblos del mundo nos jugamos la posibilidad de lograr un tratado vinculante que regule a las empresas transnacionales y ponga fin a su impunidad. Desde hace más de una década empujamos este proceso, porque aún existe un vacío legal a nivel global que les permite, en su búsqueda insaciable de beneficio, violar derechos y destruir territorios sin consecuencias. Conozco muy bien las huellas de destrucción que dejan a su paso estas empresas en el Sur Global.
En mi país, Ecuador, a quienes defendemos nuestros derechos, nos llaman terroristas, y la represión no deja de crecer. Hace unos días, el Gobierno de Daniel Noboa bloqueó las cuentas bancarias de las organizaciones indígenas como la CONAIE, Alianza Ceibo, y otros colectivos, entre ellas las de la Unión de Afectados y Afectadas por las Operaciones Petroleras de Texaco (UDAPT), que representa a más de 30.000 afectados por Chevron. No dieron razones. Solo buscan silenciar la voz de quienes no aceptamos su pacto con las petroleras. Hoy, defender derechos humanos en mi país es motivo para que te persigan, te golpeen o te maten. ¿Cuánta represión más necesitamos para entender la urgencia de este tratado?
En Ecuador, a quienes defendemos nuestros derechos, nos llaman terroristas
Hace 13 años, las comunidades amazónicas logramos una sentencia histórica. Chevron fue condenada a reparar el daño causado tras verter más de 60.000 millones de litros de desechos tóxicos. Pero la empresa huyó y se amparó en tribunales internacionales de arbitraje creados para proteger a las transnacionales. Y con esto no solo logró no pagar ni un euro a las comunidades por el daño que causó, sino que ahora es Ecuador el que debe pagar a la empresa 800 millones de dólares por incumplir con acuerdos de inversión.
Aun así, nuestra victoria judicial se convirtió en símbolo de resistencia global y dejó un claro mensaje: sin un tratado vinculante internacional, las transnacionales seguirán gozando de total impunidad.
Llevo 11 años viajando a Ginebra a negociar este tratado para que nadie tenga que pasar por lo que tantas comunidades del mundo hemos pasado. A veces me pregunto si en estas ostentosas salas de Naciones Unidas alguien alcanza a imaginar el olor a metal de los ríos contaminados, el dolor de las madres que temen que sus bebés nazcan enfermos o el desarraigo de las comunidades desplazadas.
Hacer negocio con la muerte. Eso es de lo que estamos hablando. Porque mientras ellos cuentan beneficios, nosotros contamos muertos. Pero si existiera una norma internacional fuerte y efectiva, Chevron no habría escapado y podríamos evitar estos desastres en el futuro. Las comunidades necesitamos urgentemente un acceso real a la justicia.
Chevron fue condenada a reparar el daño causado tras verter más de 60.000 millones de litros de desechos tóxicos, pero la empresa huyó y se amparó en tribunales internacionales
Pero los países poderosos del Norte Global continúan su ofensiva para bloquear cada intento de avanzar. Dan lecciones de democracia al mundo, pero a su vez ceden ante los lobbies corporativos para alimentar al 1% que controla más riqueza que el 95% de la población mundial.
Vivo con miedo, sí. Pero más grande que el miedo es la rabia de ver cómo se compra la impunidad con el sufrimiento de los pueblos. Y más fuerte aún es la convicción de que no luchamos solos. Cada vez que un campesino levanta la voz, cada vez que una comunidad indígena resiste, el poder de las transnacionales tiembla. Y no les queda más que criminalizar y estigmatizar.
Paradójicamente, como suele ocurrir en los espacios internacionales, lo que se defiende hacia fuera se contradice casa adentro. Aunque Ecuador impulsó hace una década este proceso histórico en la ONU y aún lo preside, su Gobierno actual se ha alineado con los intereses corporativos y reprime a quienes resisten a las transnacionales. Esta contradicción refleja el cinismo de un sistema global que premia a quienes destruyen y castiga a quienes exigen justicia.
A veces me preguntan cómo mantengo la esperanza en esta lucha. Y respondo que lo hago porque sé que este tratado algún día verá la luz. Igual que la Amazonía, la resistencia de los pueblos vuelve a brotar por mucho que la hieran. Mientras haya un río que fluya y una comunidad que siembre, la Amazonía seguirá viva. Y con ella, nuestra lucha y nuestra esperanza. Porque la vida, incluso herida, nunca se rinde.
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