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Radiografía del lucrativo negocio de los cayucos en Mauritania: “Todo explotó hace algo más de un año”

Jóvenes africanos y asiáticos recalan en Nuakchot en su camino hacia Canarias y pagan un alto precio en un entramado de corrupción del que otros se benefician. El desplome de la pesca por la presencia de grandes barcos chinos y turcos ha precipitado la búsqueda de otras fuentes de ingresos

Cayucos playa Nuakchot Mauritania
Vista aérea de los cayucos en la playa de Nuakchot, Mauritania el 9 de septiembre de 2024.MICHELE CATTANI
José Naranjo

Cheikh, un joven maliense, sortea con su tuk-tuk los socavones de las calles de arena de Nuakchot a la caza de algún cliente. En la sombra de una esquina, un grupo de paquistaníes ataviados con pantalones anchos y el kameez, la tradicional camisa hasta las rodillas, parlotea en voz baja al abrigo de oídos indiscretos. Es temprano, pero la congolesa Amelie (nombre ficticio), con su pequeña de seis meses acurrucada en la espalda, se asoma a la puerta de su casa dispuesta a salir en busca de cualquier cosa que le permita ganar lo suficiente para vivir un día más. Mauritania se ha convertido en 2024 en el principal país de salida de cayucos hacia Canarias y Nuakchot en una Babel de hombres y mujeres que esperan su oportunidad. Es un negocio que transcurre en la oscuridad de casas abarrotadas y playas solitarias y del que muchos sacan un inmenso beneficio.

“Todo explotó hace algo más de un año”. En el salón de su casa del lujoso barrio de Sukuq, el armador de barcos M.A. conoce bien los entresijos del sector. “Muchos pescadores empezaron a acumular deudas y comprendieron que cada vez era menos rentable salir a faenar por la presencia de los grandes barcos chinos y turcos que se llevan todas las capturas. Miles de malienses habían llegado a Mauritania y trabajaban en tierra, descargando pescado en la zona del puerto y en otras actividades. Ellos querían ir a Canarias y no fue difícil que los pescadores entendieran que había una oportunidad de ganar dinero. Surgió incluso gente que los traía desde Malí y los alojaba en casas a la espera del momento de zarpar”, asegura.

Pescadores esperan para descargar un barco en el puerto de Nuakchot, Mauritania el 10 de diciembre de 2024.
Pescadores esperan para descargar un barco en el puerto de Nuakchot, Mauritania el 10 de diciembre de 2024.MICHELE CATTANI

Las personas que se encargan del negocio son conocidas en Mauritania como los samsara. Los precios por una plaza en un cayuco superan los 1.000 euros y alcanzan incluso los 3.000, hasta tres y cuatro veces más de lo que se paga en Senegal. “Una parte del dinero se destina a sobornos para que miembros de las fuerzas de seguridad miren para otro lado”, dice M.A. sin tapujos, “son ellos quienes les abren el mar”. Nuadibú ha sido desde 2006 uno de los principales puntos de salida, dada su proximidad a Canarias, pero una mayor vigilancia allí ha subido mucho los precios y hoy las playas solitarias próximas a Nuakchot o la zona de Tanit, al norte de la capital, menos vigiladas, han tomado el relevo.

Amelie salió de su Congo natal con 19 años. Su madre fue violada y descuartizada por unos milicianos delante de ella y emprendió una huida que le llevó hasta Malí, Argelia y Marruecos, donde cayó en manos de una red de prostitución. “Son gente muy violenta, no atienden a razones. A mí también me violaron muchas veces y quedé embarazada. Cuando nació mi hija lo tuve claro. No quería que ella pasara por todo esto y me escapé a Mauritania”, comenta con voz baja. Hace unas semanas le llegó un mensaje de un miembro de la red. Saben que está aquí con su hija y le han dicho que la matarán. Desde entonces vive aterrada.

Ha sido acogida por una familia congolesa, pero a sus miembros ya no les queda dinero para pagar el alquiler. Así que les toca mudarse. “Si al menos tuviera una oportunidad de irme a un lugar seguro, donde podamos vivir en paz mi hija y yo”, comenta. Mientras tanto, sin papeles que acrediten su origen o su nacionalidad, busca la manera de salir adelante como empleada doméstica o haciendo recados en el barrio a familias un poco más pudientes. “Duermo mal por las noches, ni siquiera he podido dar el pecho a mi bebé. Sueño con poder descansar algún día”, revela, “y si tengo la posibilidad de irme en un cayuco lo haría sin pensarlo”.

En el presente año 2024 y hasta el pasado 15 de diciembre habían llegado a Canarias 43.737 personas por vía marítima irregular, según el informe quincenal publicado por el Ministerio del Interior español, lo que supone un aumento del 18,6% respecto al mismo periodo de 2023. Se trata del año de mayor llegada de migrantes desde que en 1994 tocara tierra la primera patera en las Islas. Frente al descenso en la salida de embarcaciones desde Senegal, que obedece según los expertos al cambio político vivido en este país tras tres años de intensa inestabilidad, Mauritania se ha consolidado como el principal punto de salida de cayucos. Todo ello pese al despliegue de Guardia Civil y Policía Nacional, que incluye a medio centenar de agentes, dos patrulleras, un helicóptero y, ocasionalmente, un avión de patrulla marítima. La Agencia Europea de Fronteras (Frontex) negocia un acuerdo de trabajo con las autoridades mauritanas, pero no cuenta con ningún medio ni personal en este país africano.

“Los samsara saben perfectamente cuándo y dónde están esas patrullas”, insiste M.A. El engaño está presente en todo el proceso, como una especie de juego del gato y el ratón. “Hay personas que compran la gasolina para estos viajes, pero no en la zona del puerto, sino en el centro de la ciudad, con el objetivo de ser más discretos. Luego la llevan hasta los cayucos en pequeñas embarcaciones llamadas yalas y la cobran mucho más cara. Suelen llevar dos motores de 40 caballos, uno nuevo y otro usado. Hay un tráfico ilegal de motores también. Los cayucos que se interceptan es porque no pagan sobornos o porque los propios samsara avisan a la Policía para volver a cobrar a los migrantes en otro intento”, explica. “He visto a gente que hace un año me pedía dinero para el taxi que hoy se compran casas en los barrios más chic de Nuakchot”, añade.

Mauritania ronda los cinco millones de habitantes. Según Mohamed Lamine Kattari, director del Observatorio Atlas-Sahel de migraciones, entre ellos conviven algo más de un millón de extranjeros. “Hay unos 400.000 malienses, cifra que ha aumentado por el conflicto en su país. Además del campo de refugiados de Mberra, se concentran sobre todo en Nuadibú y Nuakchot, que es de donde salen los cayucos hacia Canarias. Muchos se quedan porque han mejorado sus condiciones de vida, pero la mayoría son jóvenes y tienen la idea de continuar hacia Europa. También hay personas de otros países africanos lejanos que aprovechan la paz y la buena marcha de la economía para prosperar aquí, recaudar dinero y proseguir su viaje. Y luego están los asiáticos, de Pakistán o Bangladés, que llegan en avión y cuya presencia es cada vez más notable, algo que no era tan habitual hace apenas tres años”, comenta.

El director del observatorio Atlas-Sahel de migraciones, Mohamed Lamine Kattari, en Casa África en Las Palmas de Gran Canaria, el 26 de noviembre de 2024.
El director del observatorio Atlas-Sahel de migraciones, Mohamed Lamine Kattari, en Casa África en Las Palmas de Gran Canaria, el 26 de noviembre de 2024.Quique Curbelo

A su juicio, las autoridades mauritanas hacen esfuerzos en el control migratorio y, cuando se detecta un caso de corrupción, se detiene a los responsables. “La colaboración entre las fuerzas de seguridad españolas y mauritanas es positiva, pero debería intensificarse”, asegura. El presidente español, Pedro Sánchez, visitó este país en dos ocasiones durante 2024. En febrero, anunció junto a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, una inversión de más de 500 millones, una parte de la cual iría destinada a control migratorio. En agosto, defendió la emigración legal frente a la irregular, así como la gestión compartida del fenómeno.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).
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