Detenida por los talibanes en Afganistán: “Me vendaron los ojos, me ataron las manos y antes del interrogatorio, me echaron encima agua fría”
Una activista que logró huir del país detalla los malos tratos físicos y psicológicos sufridos cuando fue arrestada tras protestar en las calles a favor de la educación de las niñas
El trauma es tan grande que Roqia Saee aún no logra hablar de ciertas cosas que ocurrieron cuando fue detenida por los talibanes, en dos ocasiones, en 2022 y 2023, tras haber participado en manifestaciones para exigir que las jóvenes de su país pudieran seguir estudiando. Esta mujer de 29 años, viuda y madre de dos hijos, huyó de Afganistán y ahora está en Alemania, donde ha pedido asilo. Físicamente se siente segura, pero hay heridas invisibles que siguen abiertas.
“Me he despertado a menudo gritando por las pesadillas. He tomado medicamentos durante mucho tiempo, pero era imposible dormir más de dos horas seguidas”, explica, en varias entrevistas telefónicas con las reporteras de Rukhshana Media.
Desde agosto de 2021, cuando los talibanes se hicieron de nuevo con el poder, Saee salió a las calles de Kabul a protestar contra las nuevas autoridades de facto. Esta activista fue consciente de que los derechos de las mujeres y las niñas iban a ser desmantelados de manera progresiva porque las primeras señales no se hicieron esperar.
En los últimos tres años, los fundamentalistas han prácticamente borrado la presencia de las mujeres de la mayoría de los sectores profesionales de Afganistán, exceptuando la salud y la educación, donde, por necesidad, hay una mayor aceptación de las profesionales del sexo femenino. En general, las restricciones severas han hecho que las afganas desaparezcan de la mayoría de puestos de trabajo. Oficialmente, los talibanes aluden a la necesidad de un “ambiente adecuado” para que puedan seguir ejerciendo. Además, cerraron a las jóvenes las puertas de los institutos de secundaria y, en diciembre de 2022, les prohibieron el acceso a la universidad. Por todo ello, la ONU cree que las afganas podrían ser víctimas de un “apartheid de género”, un duro término que define el acoso sin tregua y la progresiva reducción de los derechos más elementales por el simple hecho de ser mujer.
El 22 de diciembre de 2022, Saee se unió a otras afganas en Dehbori, al oeste de Kabul, para exigir a los talibanes que les devolvieran el derecho a la educación y al empleo. Cuando comenzó la manifestación, llegaron las fuerzas del orden de los talibanes y comenzaron a agredir a todo aquel que se interpusiera en su camino, asegura. Las mujeres se dispersaron y Saee subió a un taxi, pero la persiguieron y la atraparon.
Aunque sabían mi nombre, nunca lo usaron durante los interrogatorios. Siempre se referían a mí llamándome prostitutaRoqia Saee, activista afgana
“Me golpearon la oreja izquierda con los puños. En ese momento, sentí que se me reventaba el tímpano y me mareé. Después de eso, no me resistí y subí a su vehículo”, cuenta.
No era la primera vez que Saee sentía en carne propia la violencia talibana. Su marido, miembro de las fuerzas de seguridad en el Gobierno previo, fue asesinado por los talibanes hace cuatro años. Antes de que los fundamentalistas volvieran al poder, ella también se incorporó a este cuerpo de seguridad, donde se ocupaba de tareas administrativas.
Malos tratos e insultos
Esta afgana fue trasladada junto a otras cuatro manifestantes a una comisaría. “Me vendaron los ojos, me ataron las manos y, antes de empezar el interrogatorio, me echaron encima agua fría”, cuenta. Saee fue interrogada varias veces. ”Me sometieron a una tortura física y psicológica. Hacían las preguntas de forma aterradora, me golpearon, me pusieron una pistola en la cabeza y amenazaron con disparar”, recuerda. “La cabeza me daba vueltas, me temblaban las manos y los pies, no podía moverme y estaba aterrorizada y además tenía la regla”, agrega.
Tras los interrogatorios fue confinada en una celda totalmente sola. “Había un colchón, una almohada y una manta. No tenía intimidad porque instalaron una cámara de vigilancia y cuando iba al baño, me vendaban los ojos”, detalla.
Saee explica que los talibanes se dirigieron a ella despectivamente durante todo el tiempo que estuvo detenida. “Utilizaban un lenguaje soez. Aunque sabían mi nombre, nunca lo usaron durante los interrogatorios. Siempre se referían a mí llamándome prostituta y otros términos despectivos que no se pueden repetir”, afirma.
Organizaciones de derechos humanos, como Amnistía Internacional, han denunciado la represión contra las mujeres que se manifiestan en las calles, así como los malos tratos que sufren cuando son detenidas. Pero, pese a las pruebas y testimonios, los talibanes han negado sistemáticamente cualquier maltrato o tortura de mujeres y niñas en prisión.
Amenazas y vídeos con ‘confesiones’
Después de tres noches y cuatro días, Saee fue puesta en libertad con la condición de que no hablaría sobre su detención ni volvería a salir a las calles a protestar. “Nos exigieron que no habláramos con nadie de lo que había ocurrido en prisión y que no emprendiéramos ninguna acción contra los talibanes”, afirma esta mujer, que muestra fotografías tomadas tras su liberación, donde se aprecian contusiones en varias partes de su cuerpo. Su relato coincide también con el de otras mujeres que se han atrevido a compartir su historia con Rukhshana Media.
Nos exigieron que no habláramos con nadie de lo que había ocurrido en prisión y que no emprendiéramos ninguna acción contra los talibanes.Roqia Saee, activista afgana
A pesar del miedo y las amenazas, Saee sintió que no podía permanecer callada. El 26 de marzo de 2023 se unió a otra protesta en las calles de Kabul contra el cierre de los institutos de secundaria para las jóvenes afganas. En vídeos revisados por Rukhshana Media se puede ver a Saee en esta marcha en la capital. “¡Dejad que las niñas vayan a la escuela! ¡Nos habéis quitado nuestra tierra, pero no nos quitaréis las clases y los deberes!”, repite esta activista en las imágenes.
La policía cargó contra las mujeres y Saee terminó, de nuevo, detenida. Fue liberada un día después gracias a la mediación de ancianos locales y después de que filmara un vídeo confesando que había cometido un delito. La mujer no quiere dar detalles de cómo la obligaron a grabar esta supuesta confesión, y asegura que todo eso le dejó un “daño psicológico” que no ha logrado superar.
En ocasiones, los talibanes han difundido vídeos en los que mujeres detenidas confiesan que han participado en protestas porque obedecen órdenes extranjeras y reciben un pago por ello, porque desean asilo fuera de Afganistán o porque quieren difamar a las autoridades de facto. Estos testimonios se difunden públicamente y son una manera de acallar la disidencia interna y también de deslegitimar las denuncias de las organizaciones de derechos humanos.
Afganistán ocupa el último lugar (177º) en el último Índice Global de Paz y Seguridad de las Mujeres, elaborado por el Instituto de Georgetown para las Mujeres, Paz y Seguridad y el Instituto de Investigación de la Paz de Oslo (PRIO, por sus siglas en inglés) y publicado en octubre de 2023.
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