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Millones de afganos enfrentan el invierno con una única comida al día

Los recortes de la ayuda exterior exigen a los ciudadanos a tomar duras decisiones en las zonas olvidadas de Afganistán debido a la escasez de alimentos y las condiciones climáticas

Taliban fighters check vehicles and passengers at a security checkpoint on the road to Wardak province, at the western gate on January 14, 2022
Control talibán en una carretera que comunica Kabul con la provincia de Maidan Wardak (Afganistán), el pasado 14 de enero.Scott Peterson (Getty Images)

En los últimos meses, Sabar Gol, de 22 años, ha pasado más tiempo decepcionando a sus vecinos que repartiendo bolsas de arroz y trigo. Tiene la responsabilidad de determinar quiénes de las 250.000 personas del distrito de Behsud, en el centro de Afganistán, quedan fuera de las listas de distribución de alimentos. Las restricciones de los talibanes impiden a Gol, graduada de secundaria en este lejano distrito de la provincia afgana de Maidan Wardak, estudiar en la universidad y trabajar en muchos empleos, pero se siente obligada a encontrar la forma de ayudar cueste lo que cueste. “Tengo que servir a mi pueblo”, declara.

A medida que avanzaba 2023, a las organizaciones internacionales de ayuda les preocupaba cada vez más a quién podrían asistir durante los brutales meses de invierno en Afganistán, después de que sus presupuestos se vieran recortados debido a la recesión económica mundial. El momento álgido llegó a partir de octubre, cuando varios acontecimientos consecutivos obligaron a equilibrar las necesidades existentes de los 15,8 millones de afganos que ya se enfrentaban a la inseguridad alimentaria con las nuevas necesidades de otros millones de desplazados por catástrofes y desalojos forzosos de países vecinos.

Cuando la provincia occidental de Herat se vio sacudida por el primero de una serie de terremotos en la mañana del 7 de octubre, solo habían transcurrido unos días desde que el Gobierno provisional de Pakistán anunciara su plan para deportar hasta un millón de afganos que, según afirmaba, vivían en el país sin la documentación debida. También fue justo después de que 25 hospitales gestionados por el Gobierno perdieran su financiación internacional y de que el Programa Mundial de Alimentos (PMA) anunciara que tendría que eliminar a más de 10 millones de afganos de sus operaciones de ayuda. Para muchos afganos, especialmente los que viven en zonas alejadas, estos recortes están teniendo un impacto muy real en sus vidas, sobre todo durante los meses de invierno, cuando los desplazamientos —y, por tanto, las oportunidades de trabajo— se ven enormemente limitados durante semanas, a veces meses.

Afghans live among the remnants of war near Maidan Shahr, on January 14, 2022 in Afghanistan
Un cristal con impactos de balas en la provincia de Maidan Wardak, este mes de enero. Scott Peterson (Getty Images)

En medio de una contracción del presupuesto mundial de ayuda impulsada por la inflación y la guerra en Ucrania, el plan de respuesta humanitaria de la ONU para Afganistán solo contaba con una financiación del 45,4% en 2023, muy por debajo del 75,7% que los donantes consiguieron en 2022 y de los niveles típicos de financiación de la última década.

Sabar Gol, que procede de una familia agraria de siete miembros en la que ha sido durante mucho tiempo una de las zonas menos desarrolladas de Maidan Wardak, sabe hasta qué punto las comunidades han llegado a depender de ayudas como las raciones de alimentos del PMA. Ella ve a algunas de las personas más desesperadas de Maidan Wardak, una de las provincias más propensas a los conflictos durante los 20 años en el poder del antiguo Gobierno respaldado por Occidente. Y afirma que, en el 70% de los hogares que visita, al igual que en el suyo, no hay ningún hombre que mantenga a la familia. “El 100% de las personas con las que hablo necesitan esta ayuda en su totalidad”, asegura frente a un punto de distribución del PMA. “La mayoría de la gente ya no tiene ingresos”. Y subraya que en casi todas las familias con las que se encuentra hay mujeres lactantes y niños que cuidar.

Sin trabajo en la ciudad

Este año, la ONU prevé que cerca de 24 millones de afganos necesitarán ayuda humanitaria. Supone un descenso notable con respecto a los 29 millones del año pasado, pero Naciones Unidas considera que aun así conllevará decisiones difíciles, ya que los presupuestos de ayuda siguen reduciéndose. “La limitación de los fondos ha obligado y seguirá obligando a los actores humanitarios a dar prioridad a los más vulnerables y necesitados”, declaró la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA, por sus siglas en inglés), el organismo de la ONU encargado de coordinar la ayuda de emergencia, al esbozar los desafíos de la respuesta en Afganistán para el año que viene.

Las ciudades parecen haberse llevado la peor parte de la pérdida de más de 700.000 empleos desde que los talibanes volvieron al poder en agosto de 2021, pero los afganos de zonas rurales han tenido que hacer frente además a las drásticas consecuencias de las inundaciones, las sequías y los terremotos. Esto ha diezmado la productividad de las tierras de cultivo, al tiempo que la ayuda exterior que reciben sigue disminuyendo.

Los afganos de zonas rurales han tenido que hacer frente además a las drásticas consecuencias de las inundaciones, las sequías y los terremotos

Mohammad Mehdi Ahmadi, que cultiva trigo, afirma que en una economía eminentemente agrícola como la de Behsud, los efectos de las catástrofes pueden prolongarse durante meses, incluso años. Ahmadi, de 30 años, cuenta que las inundaciones de los dos últimos años han dañado más de 1.000 viviendas y acabado con la totalidad de las cosechas de algunos agricultores. Debido a la combinación de inundaciones y recortes de las ayudas, las familias se ven ahora “obligadas a elegir entre comer [su única comida] durante el día o por la noche”, remacha.

Ahmadi recuerda que, en el pasado, cuando los chicos entraban en la adolescencia, eran enviados a Kabul o a otras ciudades para trabajar como jornaleros. Sin embargo, con la deportación de aproximadamente un millón de afganos desde Pakistán, Irán y Turquía en el último año, los centros urbanos del país están sometidos a una presión cada vez mayor y ya no hay trabajo. Y señala que, a pesar de las políticas de inmigración más restrictivas de Islamabad, Teherán y Ankara, los afganos siguen intentando abandonar el país con la esperanza de encontrar trabajo. “Este año, dos o tres personas de cada aldea se han ido a Irán”, prosigue, y añade que, con 720 aldeas en el distrito, el éxodo ha tenido un gran impacto en el potencial de ingresos de miles de familias. Lo mejor que pueden esperar los más pobres, afirma, es intentar trasladarse a otro distrito más cercano a la capital provincial, Maidan Shahr, o a Kabul.

Los residentes del distrito afirman que la ubicación de Behsud, en un lejano valle de las tierras altas centrales, afecta en gran medida a su capacidad para ganarse la vida. El pueblo de Ahmadi está a tres horas en moto del centro del distrito. En las zonas más lejanas de la provincia de Maidan Wardak, como el distrito de Behsud, los habitantes de las aldeas pueden tardar más de tres horas en llegar a los servicios y la ayuda de los centros urbanos. Behsud es uno de los distritos más fríos de Afganistán, con temperaturas invernales que descienden hasta los dos dígitos bajo cero y un clima frío que suele durar desde mediados de septiembre hasta abril. Los residentes dicen que, incluso en octubre, el frío dificulta su capacidad para cultivar. “A partir de ahora, nadie podrá ganar ni un afgani”, vaticina Abdul Razaq, un agricultor.

La necesidad de replantearse la ayuda

Ahmadi señala que la asistencia del PMA en los últimos dos años —cuando la ayuda alimentaria aún se distribuía en casi todo el distrito— tuvo un gran impacto en Behsud, más allá de su valor nutricional. “Su ayuda llevó a los hombres del campo a las aulas”, afirma, y explica que permitió a los niños pasar más tiempo en la escuela. Incluso cuando las carreteras se abren en los meses más cálidos, muchos niños no van a la escuela porque ellos o sus padres están demasiado ocupados tejiendo alfombras y trabajando en casas ajenas, según Abdur Rahman, un profesor de 28 años. “La mayoría tienen una educación parcial. No son analfabetos, pero tampoco han recibido una educación adecuada. La mayoría entra y sale de la escuela”, explica por teléfono.

Dado que el PMA solo puede llegar a uno de cada cinco afganos necesitados debido a los recortes presupuestarios, Dayne Curry, director nacional de la ONG Mercy Corps, insinúa que las ONG internacionales deberían replantearse su enfoque de la distribución de la ayuda. “No se trata de tener toneladas de dinero. Se trata de utilizar el dinero que se tiene de forma realmente estratégica”, apunta. “Tenemos que recordar a los donantes que la ayuda a corto plazo está muy bien, pero que este debe ser el año en que nos centremos en la capacidad de recuperación”, añade por teléfono. “Es hora de centrarse en cómo las personas pueden producir alimentos para sí mismas, tener agua para sí mismas”.

En medio de los recortes presupuestarios y el desplazamiento de la atención hacia lugares como Gaza, Curry reconoce sentirse alentado al ver que algunos grupos locales recogen el testigo de las organizaciones de ayuda extranjeras, que a menudo se ven obstaculizadas por la burocracia y los cambios en las prioridades mundiales. “Las comunidades, organizaciones y empresas locales afganas intentan hacer todo lo que pueden para ayudar a su gente”, explica, recordando cómo voluntarios y empresas locales proporcionaron tiendas de campaña y comidas calientes a personas cuyas casas habían quedado destruidas por los terremotos de Herat.

Una empresa afgana que no ha dejado de ayudar a los necesitados es Aseel, una plataforma digital que permite a los donantes comprar paquetes de ayuda para familias necesitadas. A principios de este invierno, su fundadora, Nasrat Khalid, regresó a Afganistán por primera vez en varios años y decidió ponerse manos a la obra. En su nueva campaña, lanzada a finales de diciembre, Aseel había conseguido a finales de enero llegar a 206 familias. A su regreso a Kabul, una ciudad que conoce bien por haber crecido allí, Khalid declara que “la pobreza es sin duda extraordinaria”, y está provocada por la falta de medios de subsistencia adecuados y de empleos de calidad. Rahman, el profesor de Behsud, lo expresa de forma más sencilla: “La ayuda es poca y la necesidad es grande”.

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