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No es brujería, es falta de ayuda al desarrollo: cómo un bandazo político de Londres puede poner en riesgo la erradicación de una enfermedad en Liberia

La retirada de fondos de cooperación de Reino Unido amenaza con revertir el camino hacia la eliminación de las llamadas enfermedades olvidadas en varios países africanos, obligados a buscar parches financiadores para continuar tratamientos vitales

David Sumo tiene 18 años y padece filariasis linfática, una enfermedad transmitida por mosquitos que crea deformidades en las extremidades.
David Sumo tiene 18 años y padece filariasis linfática, una enfermedad transmitida por mosquitos que crea deformidades en las extremidades.anesvad

Estas son las consecuencias reales de un descomunal bandazo político, en este caso del Reino Unido, que, hace casi tres años, asfixiado por la pandemia y por los estragos de un Brexit demoledor, decidió recortar su ayuda al desarrollo y eliminar un programa que permitía a los más pobres entre los pobres recibir tratamiento en 23 países africanos y dos sudasiáticos. Las consecuencias se sienten todavía con fuerza sobre el terreno. Es la historia de cómo decisiones adoptadas en contextos de presiones políticas y cálculos electorales determinan la vida de personas a miles de kilómetros de forma irreversible.

Una de estas personas es David, un chico liberiano con una pierna que comenzó a hincharse hace cosa de un año. Muchos de sus vecinos piensan que se trata de algún tipo de brujería pero en realidad, se debe a un parásito transmitido por mosquitos; unos gusanos que se alojan en los vasos linfáticos y se propagan a todo el cuerpo a través de la sangre. La dolencia se llama filariasis linfática, popularmente conocida como elefantiasis, una de las llamadas enfermedades tropicales desatendidas (ETD). El mundo avanzaba a buen ritmo hacia su eliminación, pero ahora se está produciendo un retroceso —azuzado no por la ciencia, sino por la política— y pueden volver a suponer una amenaza para la salud pública.

Pese a la dimensión de su pierna izquierda, que le impide caminar con normalidad, y a sus llagas supurantes, a David nunca le ha visto un médico. De su casa, en el corazón de Liberia, al hospital más cercano, hay 12 kilómetros, que en moto se pueden recorrer en media hora por el camino de tierra que le separa de Febe, en el condado de Bong, uno de los 15 que forman este país de 5,1 millones de habitantes. Pero su madre nunca lo quiso llevar. En una conversación lacónica, David, de 18 años, no sabe muy bien explicar por qué. Hace mención al dinero para llegar allí —Liberia tiene una renta per capita anual de 735 dólares, lo que lo convierte en el 12º por la cola del mundo—, pero en la mayoría de estos casos influye la desconfianza en la medicina y la ignorancia sobre las causas y curas de la enfermedad.

La OMS calcula que unos 36 millones de personas están infectadas por este parásito en todo el planeta, aunque solo una pequeña proporción desarrolla los síntomas. Los más extremos, como los de David, llegan a deformaciones espantosas en las extremidades. En Liberia, los que conviven con esta enfermedad —quien más quien menos ha conocido a alguien que la padece— la suelen llamar “big foot”.

Una vez que la pierna ha adquirido ese estado, ya no tiene remedio. Con limpieza y tratamiento puede mejorar su calidad de vida, pero David ya no podrá volver a jugar al fútbol ni ingresar en el ejército, que es lo que le gustaría hacer para ganarse la vida como alternativa a la agricultura de subsistencia, la principal ocupación en todo su entorno. Cogida a tiempo, la enfermedad se podría haber frenado. Y con un tratamiento preventivo, nunca la habría contraído.

En total, son una veintena de enfermedades prevenibles, algunas también curables, pero que sin el tratamiento adecuado destrozan los cuerpos y las vidas de millones de personas. Son además, enfermedades de los pobres, porque afectan sobre todo a países del Sur global y desproporcionadamente a mujeres y a niños, motivo por el cual no reciben la suficiente atención ni fondos por parte de las sociedades desarrolladas ni, a menudo, de sus propios gobiernos, y que son provocadas por parásitos que transmiten diversos insectos o aguas contaminadas.

Hace dos años, asfixiado por la pandemia y por los estragos del Brexit, Reino Unido decidió recortar su ayuda al desarrollo, del 0,7% del PIB al 0,5%, y eliminar los 220 millones anuales de libras que permitían a los más pobres entre los pobres recibir tratamiento en 23 países africanos y dos sudasiáticos

La profilaxis química, que consiste en la toma preventiva de medicamentos de forma masiva en las zonas afectadas, es la principal estrategia de la OMS para erradicar esta y otras ETD. Es una meta alcanzable y la medicación está a disposición de los gobiernos libre de coste. Pero es necesario llegar a toda la población en riesgo y mantener la constancia. En 2014, la crisis del ébola que sufrió el país paralizó el programa. En 2020 fue la covid. Cada año perdido es una oportunidad para que las enfermedades tomen un poco de oxígeno y avancen posiciones. En 2021 llegó el golpe definitivo con la retirada de fondos británicos. Reino Unido era el principal soporte para el proyecto de eliminación de las ETD, que padecen millones de enfermos en decenas de países africanos.

Hace dos años, asfixiado por la pandemia y por los estragos de un Brexit demoledor, Reino Unido decidió recortar su ayuda al desarrollo, que pasó del 0,7% del PIB al 0,5%, y eliminar el programa insignia en la investigación y tratamiento de ETD. Se esfumaron, así, los 220 millones anuales de libras que permitían el tratamiento en una veintena de países de África y dos de Asia.

Retroceder lo avanzado

“El hueco que dejó el Gobierno británico fue tan grande que ha sido muy difícil cubrirlo. No hemos recuperado el nivel de financiación de las ETD. Tras el recorte británico, hay más países huérfanos”, asegura desde la República del Congo Jorge Cano Ortega, encargado de evaluar el impacto del cese de la financiación en la Organización Mundial de la Salud (OMS). “Son muchos años invirtiendo en el control de estas enfermedades y con un poco más de esfuerzo se podrían eliminar. El riesgo es perder todas las ganancias logradas”. Hay enfermedades, explica, en las que la interrupción de un año o dos de tratamiento supone volver al escenario original. Hay países que llevan 20 años de tratamiento y pueden perder lo ganado.

Cano sostiene que el caso británico es especialmente significativo, pero no único. “Es una tendencia que hemos visto con otros financiadores porque desde el covid, la malaria también se resintió, y las ETD han perdido interés”.

Son muchos años invirtiendo en el control de estas enfermedades y con un poco más de esfuerzo se podrían eliminar. El riesgo es perder todas las ganancias logradas
Jorge Cano Ortega, encargado de evaluar el impacto del cese de la financiación en la OMS

En respuesta a una petición de este diario, la OMS ha elaborado un análisis que indica que el recorte de fondos se considera “un gran retroceso para el control de las ETD en África subsahariana” y explica, por ejemplo, que en el caso de la filariasis linfática, el número de enfermos que dejó de recibir tratamiento se incrementó del 31% al 67% entre 2020 y 2021. El año siguiente se produjo una mejora, pero la OMS recuerda que la interrupción del tratamiento aumenta los costos e incrementa el riesgo de infección. En Nigeria, por ejemplo, casi 60 millones de personas dejaron de recibir el tratamiento en 2021. Para 2024, vuelve a haber una considerable falta de financiación. Algunos programas se han recuperado con parches y donantes puntuales, pero en general, la cobertura para estas enfermedades registra una caída respecto a los niveles prepandémicos, según el análisis interno de la OMS.

Los países afectados por el recorte británico se embarcaron en una carrera desesperada por buscar financiación para cubrir el hueco. Algunos la encontraron y otros no. En el caso de Liberia, la decisión británica mantiene en vilo a las autoridades sanitarias del país africano, que busca fondos para el programa cada temporada. Hasta el año pasado contaron con la ayuda de la ONG canadiense Sight Savers, la fundación Unlimit Health y con la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool, pero esta institución terminó el año pasado una investigación y se retiró.

Karsor Kollie, responsable del programa de ETDs de Liberia, cuenta que desde 2021 han estado buscando financiadores que permitieran seguir el año pasado con el plan de eliminación de las enfermedades. Encontraron uno in extremis el verano pasado en España. Participar en este programa no era algo que estuviera en la hoja de ruta de la organización española Anesvad, pero las autoridades liberianas les convencieron de la urgencia de la financiación. Lo resume Larraitz Ventoso, técnica de proyectos de la fundación: “Normalmente nosotros nos centramos en el manejo de casos [tratar las enfermedades] porque era algo para lo que había menos financiación. Pero cuando nos explicaron la retirada de fondos de diversos socios internacionales, vimos que era necesario implicarse con la prevención para evitar que el sistema se desborde, algo que no habíamos hecho nunca hasta ahora. Es una tarea en la que suelen participar los grandes inversores internacionales en desarrollo”.

Londres abanderaba la lucha contra las ETDs. Tres meses antes del hachazo presupuestario, Boris Johnson anunciaba que el Gobierno había proporcionado tratamiento a 160 millones de personas en África y Asia y que continuaba comprometido a erradicar estas enfermedades

Hasta el recorte británico, Londres había abanderado la lucha contra las ETD. De hecho, en enero de 2021, el entonces primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson emitió un mensaje de vídeo para conmemorar el día de las enfermedades olvidadas en el que decía: “Los niños se quedan ciegos, a muchos se les atrofian los dientes, hay personas que quedan desfiguradas o que incluso mueren por enfermedades que a menudo son fáciles de tratar y de prevenir […] no hay nada inevitable en este sufrimiento”. Explicaba también que las personas en riesgo de contraer esta enfermedad había disminuido en 600 millones. Que el Gobierno había proporcionado tratamiento a 160 millones de personas en África y Asia, y que continuaba comprometido para erradicar estas enfermedades. Tres meses más tarde llegaba el hachazo presupuestario.

Reino Unido, junto con Estados Unidos, era el principal donante para este tipo de enfermedades. Le seguían de lejos Alemania, Francia y Japón. Tras la espantada británica, la filantropía acudió al socorro para tratar de cubrir el hueco en parte de los países afectados. “Evidentemente nunca lo cubrieron el 100%”, explica Cano. El experto calcula que 141 millones de personas no están recibiendo tratamiento para estas enfermedades en 27 países africanos que lo necesitan.

Los casi 900.000 euros que aporta este año la Fundación Anesvad —que también se ha hecho cargo de los gastos para este reportaje— han permitido que la profilaxis haya comenzado este pasado mes de noviembre. Esa cifra cubre casi el 65% del programa y se suma al 35% que mantiene Sight Savers. Una de las premisas para Anesvad era crear una estrategia a medio plazo. Durará cuatro años y llevará aparejada un plan de incidencia para que el proyecto no quede abandonado y algún gran donante pueda sumarse a la financiación, o se haga cargo de ella.

Un laberinto logístico

Lo crítico de este tipo de proyectos no son los medicamentos en sí, fundamentalmente tres muy conocidos y seguros(ivermectina, albendazol y praziquantel). El país (y otros del entorno) tiene acceso a estos fármacos gracias a las donaciones de la OMS y de las farmacéuticas. Lo realmente complicado es repartirlos, algo que, además de la logística para llegar a zonas muy remotas y mal comunicadas, incluye formar a voluntarios que tienen que explicar en sus comunidades por qué es importante tomar esas pastillas. Y, a menudo, convencerles de que las dolencias no surgen por brujería ni por mal de ojo.

Thoko Elphick-Pooley, directora ejecutiva de Uniting to Combat NTDs (unidos para combatir las ETD), la alianza internacional para combatir estas enfermedades, con sede en Reino Unido, explica que el de las ETD es un caso extraordinario, porque a través de la declaración de Londres en 2012, un grupo de farmacéuticas de países del G-7 se comprometieron a suministrar millones de tratamientos... y lo cumplieron. Los Estados necesitaban recibir las medicinas, mapear el territorio para determinar quién las necesitaba y suministrarlas. “Imagine lo que supone para una mujer que tiene a un hijo con el intestino plagado de gusanos saber que hay un tratamiento para él, pero que no pueden hacérselo llegar. Estamos profundizando las desigualdades cuando en realidad tenemos la solución en nuestras manos”.

Imagine lo que supone para una mujer que tiene a un hijo con el intestino plagado de gusanos saber que hay un tratamiento para él, pero que no pueden hacérselo llegar. Estamos profundizando las desigualdades cuando en realidad tenemos la solución en nuestras manos
Thoko Elphick-Pooley, directora ejecutiva de la alianza internacional para combatir las enfermedades tropicales desatendidas

Cuenta Elphick-Pooley que hubo casos después del recorte de fondos en los que tuvieron incluso que trasladar partidas de medicamentos que ya habían sido entregados de un país a otro que tuviera la capacidad de distribuirlos. “Se habla mucho de partenariados público-privados, pero en este caso son los gobiernos los que no están cumpliendo”.

En el caso del Gobierno británico, se dijo que sus recortes eran una medida transitoria, pero el programa no se ha reinstaurado ni se han vuelto a alcanzar los niveles de ayuda de entonces. “Aunque quisieran, políticamente sienten que no pueden volver sobre sus palabras, porque equivaldría a haberse equivocado”, considera Elphick-Pooley. Además, cuando un país como Reino Unido abandona un gran programa, de alguna manera envía la señal de que este no es un prioridad, y es difícil convencer a otros donantes de que esas inversiones son rentables. Pero estas enfermedades son “uno de esos casos raros en los que los donantes pueden demostrar a los ciudadanos que invertir sus impuestos ha valido la pena”, cree Elphick-Pooley. Hay 50 países que ya han eliminado al menos una ETD.

Un portavoz del ministerio británico de Exteriores, la Commonwealth y Desarrollo asegura a este diario que “Reino Unido está comprometido con la lucha contra la malaria y que continuará siendo uno de los principales donantes con el objetivo de acabar con la malaria en 2030″. Respecto a la lucha contra las ETD, atribuyen la supresión de fondos al impacto de la pandemia y aseguran que apoyaron tras el recorte a completar las operaciones y otras actividades programadas en la medida de lo posible.

El resultado de haber interrumpido algunos programas es que habrá países que tarden mucho más en eliminar estas enfermedades, con el consecuente coste humano. “En otros, se convertirán en problemas mayores porque en las enfermedades infecciosas no puedes dejar de intervenir. Hay enfermedades que tienen un potencial pandémico, como estamos viendo con el dengue que crece en Europa. Son un riesgo para la salud pública”, sostiene Elphick-Pooley. De hecho, la cumbre de malaria y ETD celebrada el año pasado en Kigali concluyó que “con la interrupción de los servicios esenciales y las cadenas de suministro durante la pandemia de covid y el estancamiento de la financiación, el rápido aumento de la población y los retos biológicos generalizados, como la resistencia a los insecticidas y los medicamentos, la labor para eliminar estas enfermedades se ha estancado e incluso ha retrocedido en algunos países”.

Que se tomen las pastillas

De vuelta en Liberia, en Febe, a finales de noviembre, Kollie habla a un grupo de una veintena de personas. Son líderes de las comunidades de los alrededores, de los jóvenes, de las mujeres. Personas influyentes que pueden persuadir a los suyos de que, cuando lleguen en moto los voluntarios con las pastillas, se las tomen. “La razón por la que no les pica la piel, por la que no se quedan ciegos o no tienen big foot es porque cada año toman los medicamentos”, les dice el responsable de ETD. No sabe concretar cuántos casos reporta cada año el país, cuyos recursos epidemiológicos son más que limitados. Pero sí afirma que cada vez son menos gracias a la administración profiláctica de fármacos, que consiguen eliminar los parásitos en el cuerpo de los infectados, tengan o no síntomas. Y esto no solo les beneficia a ellos, sino que corta la transmisión a otras personas. Los gusanos van quedando arrinconados hasta que ya no tienen huésped y desaparecen, lo que hace innecesario seguir con la profilaxis.

El resultado de haber interrumpido algunos programas es que habrá países que tarden mucho más en erradicar estas enfermedades, con el consecuente coste humano

En la charla con los líderes comunitarios, mezclan estos mensajes con otros de higiene básica, como no orinar ni defecar en las aguas donde las poblaciones de alrededor se limpian, lavan sus utensilios o los niños se bañan para refrescarse y jugar en un país tropical lleno de vegetación, ríos y arroyos. “Por mucho que les alertemos de los riesgos de esas aguas, es imposible que no las utilicen, porque no tienen otra cosa, así que la única forma de terminar con las enfermedades es con la administración masiva de medicamentos”, explica Peter S. Kollie, referente de ETD del Ministerio de Salud en el condado de Bong.

Abraham Kallie, de 45 años, es uno de los voluntarios que atienden la charla. Tiene una vara de madera de 1,8 metros dividida en colores: sirve para medir a los niños y darle la dosis de medicamentos en función del color que alcancen. Vive en comunidad de Raymond Town, de 166 personas, entre las que también está David, el chico con filariasis. Kallie es agricultor, tiene siete hijos y narra con entusiasmo su implicación en la lucha contra las enfermedades desatendidas: “Yo les digo [a los vecinos] que la medicina es buena para ellos. Es como un chaleco antibalas. Si te disparan no te hace nada. Y les cuento que si se contagian se pueden poner muy malos. Pero a pesar de eso, algunos no me escuchan, creen que es la medicina la que los enferma”.

Lo que cuenta Abraham Kallie es un clásico de la medicina preventiva. En el país cada vez es más raro ver casos como los de David, o de oncocercosis, que se manifiesta con picores por toda la piel y puede dar lugar a la ceguera; o de esquistosomiasis, que puede producir dolor abdominal, diarrea y sangre en las heces, así como un aumento del tamaño del hígado en los casos avanzados. No es tan intuitivo identificar los beneficios de un medicamento que ha evitado una enfermedad como el de otro que la cura. Y no hay que irse a remotas comunidades africanas para comprobarlo, como se ha visto en occidente con las vacunas de la covid entre reducidos, pero ruidosos grupos de población.

El hecho de que las enfermedades sean cada vez menos frecuentes, paradójicamente, no ayuda a la eliminación. La población va perdiendo el temor. Tienen más presentes otras, como la malaria, que sí es cotidiana en estas zonas. Y, cuando aparecen, las ETD están cargadas de estigma. Al no conocer las causas de las enfermedades, las poblaciones también suelen ignorar su forma de transmisión. “Hay que reunir a las familias para contarles que con la medicación dejan de ser contagiosas. Es muy importante para prevenir los problemas mentales que suelen venir asociados con las ETD”, asegura Peter S. Kollie.

Emerson J. Rogers, que coordina el manejo de casos en Liberia, cuenta que el impacto de estas enfermedades no solo tiene que ver con la salud física, sino que a menudo impide a los afectados ganarse la vida y mantener a su familia. “Tenemos casos de pacientes que han sido abandonados por los suyos, maridos que han dejado a sus mujeres por un linfodema [hinchazón en las piernas], o de mujeres que han dejado a sus maridos por una úlcera de buruli [una enfermedad provocada por una bacteria de la familia de las que causan la lepra y la tuberculosis], que puede curarse con algo de tiempo [suele remitir con antibióticos]. Hemos visto a personas que nunca antes fueron atendidas que intentaron suicidarse. Pero fuimos a sus comunidades o les vimos en centros de salud y simplemente eso les supuso un alivio, vieron que alguien se preocupaba de ellos”, relata.

David no ha recibido nunca atención médica, pero tiene suerte con su entorno. “Mis amigos en la comunidad me apoyan y me ayudan”, dice rodeado de otros chavales de su edad que le muestran su cariño.

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