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Ser niño de la calle en Tanzania: “La policía nos persigue, nos pega; vivir así no tiene nada bueno”

Cientos de menores sobreviven sin techo, mendigando o trabajando, en este país africano. Unos 120 millones de niños en el mundo no tienen hogar, y 30 millones de ellos están en África 

Personas sin hogar Tanzania.
John (nombre ficticio), de 14 años, con una bolsa de la caña de azúcar que vende en las calles de Dar es Salam (Tanzania).José Ignacio Martínez

Como a cualquier niño tanzano de 14 años, a Emmanuel (nombre ficticio) le gusta el pollo frito con arroz, las alubias y el zumo de frutas. También el fútbol, tan popular en su país. “Quiero ser como Van Dyjk, que juega en el Liverpool. De Tanzania me gusta Sako”, dice. Pero Emmanuel no es como cualquier niño tanzano de su edad. El chaval, que hoy viste una raída y sucia camiseta rosa puesta del revés, unos pantalones cortos y unas chanclas que dejan ver unos dedos mugrientos con la mayoría de las uñas rotas, vive en la calle. Cuenta que hace ya casi dos años que duerme en los soportales de los locales de tenderos y comerciantes, quienes abandonan al anochecer maderas y palés que él y sus compañeros pueden utilizar como camastros. Y que se lava en el agua del río o, cuando tiene dinero, en unos baños públicos. “Me cobran alrededor de 500 chelines (alrededor de 20 céntimos de euro). Por eso no lo hago a menudo”, confiesa.

Emmanuel reconoce que ha robado, pero insiste en que ahora se gana la vida mendigando. En los días buenos, prosigue, puede conseguir hasta 6.000 chelines (2,20 euros), aunque normalmente no suele pasar de los 4.000 (algo menos de 1,5 euros). Su historia es, en realidad, parecida a la que cuentan cientos de niños que viven una situación como la suya. Él la explica así: “Una tarde, jugando con un amigo, le hice daño en el brazo. Fue sin querer, pero me dio miedo volver a mi casa por si mi padre me pegaba. Solía golpearme cuando me saltaba el colegio, cuando no iba a la mezquita a rezar… Decidí no regresar a casa. Escapé de mi pueblo y me vine a Dar es Salam”. En esta ciudad, la más grande en población y la de más importancia económica de Tanzania, encontró a otro puñado de chavales con los que buscar formas de ganarse la vida y pasar acompañado las noches a la intemperie.

Los compañeros de Emmanuel explican que ellos también escaparon de sus casas por la violencia, o embebidos de una falsa idea de libertad, o por la pobreza extrema. Tanzania no es el mejor lugar para los niños, ni en años tempranos ni tampoco en edades más avanzadas. El último informe El estado Mundial de la Infancia de Unicef afirma que en este país fallecen al año 106.000 menores de cinco años; solo seis naciones en el mundo empeoran estas cifras en términos absolutos. El mismo estudio desgrana otras estadísticas pesimistas: la ratio de abandono escolar en la educación secundaria es del 84% en chicos y del 88% en chicas. De nuevo, dos de las cifras más altas del planeta.

En Tanzania mueren al año 106.000 menores de cinco años; solo seis naciones en el mundo empeoran estas cifras en términos absolutos, según un informe de Unicef

Emmanuel dice que, desde que está en la calle, no ha ido al colegio. Que, en realidad, solo ha completado cuatro cursos. Y que la zona que habitan, Kariako, es la mejor de toda la ciudad; por encontrarse repleta de comercios, el bullicio es constante desde primeras horas de la mañana hasta bien entrada la noche, y las posibilidades de conseguir dinero son mayores aquí que en otras áreas urbanas. Pero la vida es difícil. “Los chavales más mayores nos tratan muy mal. Nos obligan a consumir droga; si no lo hacemos, no nos dejan dormir en los lugares más cómodos. Con la policía y los guardas de las tiendas también tenemos problemas. Nos persiguen, nos pegan, nos amenazan con enviarnos a prisión… Vivir así no tiene nada bueno”, sentencia. Reconoce Emmanuel que hay trabajadores sociales locales que se preocupan por ellos, que los llevan a refugios y ONG. Aunque dice que esos sitios no le gustan, que no les dejan salir y que allí no tienen libertad.

Resulta complejo establecer cuántos niños viven en las calles tanzanas. En 2021, el Gobierno elaboró un estudio en las seis regiones más importantes del país y concluyó que eran al menos 5.732 (4.583 niños y 1.149 niñas), aunque estas cifras probablemente no reflejan la magnitud de la cuestión. En todo el mundo, la cifra de niños que pasan en la calle más del 80% de su tiempo —tengan o no familia y duerman al raso o no— asciende a 120 millones. De ellos, 30 millones se encuentran en África, según la Organización Internacional del Trabajo (ILO) y Unicef.

En Tanzania la pobreza juega un papel fundamental en todo ello, pues casi el 50% de los habitantes del país, una nación que cuenta con algo más de 64 millones de habitantes, vive con menos de 1,80 euros al día. La tía abuela de John (nombre ficticio), otro chico de 14 años, era una de las personas que engrosaban esta estadística. “Mis padres me dejaron con ella cuando se separaron. No podía mantenerme, así que me llevó a una organización a que cuidaran de mí. Pero no me gustaba ese lugar, eran muy rígidos, así que me escapé”, cuenta. Lo hizo junto a un amigo y ambos trazaron un plan: limpiarían coches por las mañanas en los semáforos, con el dinero que ganasen comerían y vivirían y, por las noches, buscarían cobijo en alguna calle de Kariako. “Mi padre me vio un día y enfureció. Me llevó de nuevo con mi tía abuela y volví a huir. Pero no regresé a Kariako; allí podían verme otra vez”, dice.

John pasa los días a varios kilómetros de Kariako, en una zona donde el trajín de coches y camiones de mercancías también resulta común y donde encuentra otras formas de ganarse la vida. A él, explica, le da vergüenza mendigar, así que ahora intenta hacer negocio con caña de azúcar en un gran intercambiador urbano de Dar es Salam. Puede vender unas seis o siete bolsas al día, cada una a 1.000 chelines (alrededor de 40 céntimos), pero debe entregar la mitad al hombre que le provee. Del resto de ganancias, da 500 chelines al dueño de un camión que le deja dormir dentro de él junto a otras muchas personas. John habla de soledad, de sueños por cumplir. “Llevo poco tiempo aquí, no puedo decir que tenga amigos con los que conversar, a los que contarles lo que me pasa. Cuando crezca quiero ser conductor. De camiones, de autobuses… Eso me da igual”, concluye.

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