Una campaña de odio contra los yazidíes se viraliza y reaviva el miedo a una nueva masacre
Casi 10 años después del genocidio perpetrado por el Estado Islámico, esta minoría iraquí pide protección tras ser blanco de nuevos ataques de odio en las redes sociales
Hace falta solamente una chispa para volver a encender la llama del odio contra los yazidíes en la región verde y montañosa del norte de Irak en la que viven. Casi 10 años después de haber sido masacrados, desplazados, secuestrados y esclavizados por los yihadistas, los miembros de esta comunidad, que en muchos casos aún no han podido regresar a sus casas, vuelven a sentir miedo. A finales de abril, algunos yazidíes salieron a la calle para protestar por el reasentamiento de familias árabes en la región, a las que relacionan con el genocidio del Estado Islámico (ISIS) en 2014, y enseguida circularon vídeos en las redes sociales que mostraban a miembros de esta minoría arrojando piedras contra una mezquita. Aunque después se demostró que eran falsos, ya era demasiado tarde.
Líderes religiosos musulmanes, a los que se sumaron otros ciudadanos, empezaron a difundir como represalia decenas de vídeos refiriéndose a esta comunidad como “adoradores del diablo” —un insulto utilizado con frecuencia contra ellos por su religión, que mezcla zoroastrismo, cristianismo e islam — y pidiendo que fueran asesinados. “El ISIS tuvo razón al hacer lo que hizo con los yazidíes”, “Deberíamos matar a los yazidíes”, decían los mensajes, que rápidamente se difundieron por Facebook y WhatsApp, hasta el punto de que la embajada francesa en Irak emitió un comunicado pidiendo protección para esta minoría.
Nuestro sueño más grande es tener una casa donde vivirSalam, desplazado yazidí
“Esta retórica incendiaria se ha extendido por todo Irak y recuerda a la ideología xenófoba difundida por el ISIS para justificar su genocidio contra la comunidad yazidí”, denunció la Free Yezidi Foundation, organización de la sociedad civil que presta apoyo a la comunidad tras la matanza de 2014. “Los yazidíes han vivido con miedo durante demasiado tiempo en su propio país. Las autoridades deben denunciar la incitación al odio contra ellos. Permanecer en silencio contribuye a la continua inseguridad de una comunidad que ha soportado atrocidades inconmensurables”, agregó, en un reciente comunicado.
No es una película
La comunidad yazidí cuenta con unos 600.000 miembros, repartidos en la región que forman las fronteras entre Irak, Siria, Turquía e Irán. Sufren persecución desde el Imperio Otomano y eso ha alimentado los prejuicios contra ellos. En agosto de 2014, los milicianos del Estado Islámico irrumpieron en la ciudad de Sinyar y, según los datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), 360.000 personas, mayoritariamente yazidíes, se vieron desplazadas, al menos 1.293 fueron asesinadas, 2.745 quedaron huérfanas y 6.417 fueron secuestradas y las mujeres convertidas en esclavas sexuales. Alrededor de 2.600 yazidíes se encuentran todavía desaparecidos, según la Free Yezidi Foundation. La ONU calificó la matanza y persecución de esta comunidad de genocidio.
Unos 200.000 yazidíes no han podido volver a sus casas, según la OIM. En el campo de desplazados de Qadia, a las afueras de la localidad de Duhok y cercano a la frontera turca, viven alrededor de 2.400 familias —más de 12.000 personas—, la mayoría yazidíes de Sinyar, junto con unas 100 familias musulmanas de la misma región. Todos se preguntan si un día podrán regresar a su hogar, situado a escasos 170 kilómetros, si es que queda algo de él. “Tenemos un miedo que nos impide volver. Escuchamos historias de gente que ha regresado y ha desaparecido. No sabemos qué ha pasado con ellos…”, cuenta Julia, refugiada yazidí, en una de las sesiones de conversación entre jóvenes y el grupo de apoyo psicológico de la OIM, que presta apoyo a niños, jóvenes y mujeres del campo.
El resto de muchachos comparte las mismas preocupaciones. “El punto más importante es: ¿cómo nos van a proteger?”, pregunta Salam, estudiante de Ingeniería y el más activo del grupo, que recuerda con detalle cómo tuvo que huir junto a su familia, siendo todavía un niño, cuando el Estado Islámico irrumpió en su aldea. “Con 11 años presencié la matanza de mucha gente. No pudimos llevarnos a mi abuela y la dejamos en el templo, donde después mataron a mucha gente. Lo que te cuento no es una película, es mi vida”, dice.
El campo de Qadia fue establecido en 2015 por el gobierno regional kurdo (KRG). Los yazidíes que viven en él sienten que con el paso de los años el apoyo de las ONG ha ido disminuyendo. La OIM, presente en siete campos de desplazados yazidíes en Duhok, corrobora que sufre para financiar las actividades que realiza, debido a que sus donantes habituales reducen cada vez más las contribuciones. En medio de las montañas, la única opción de encontrar empleo que tienen los yazidíes es trabajar con los pastores de los alrededores o como temporeros en época de cosechas.
“Salvadnos de este campo”
“Las madres salen a trabajar con sus hijos y están unos días fuera. Es un trabajo muy duro, con un sueldo muy bajo”, lamenta Kamiran, un joven del campo. Los salarios se sitúan alrededor de los 5.000 y 10.000 dinares iraquíes al día (entre 3,5 y 7 euros). “En nuestra casa trabajábamos para nosotros mismos y ahora trabajamos para los demás”, lamenta Kamu, una de las mujeres que participa en un taller de la OIM. “Somos una de las familias que retornó a Sinyar, pero por las dificultades allí, hemos regresado al campo. No había servicios y los niños tenían miedo de ir a la escuela. Había una gran inseguridad porque hay muchos grupos militares allí…”, prosigue, en referencia a las disputas por el control del territorio que mantienen el grupo armado PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán) junto a su brazo en Siria, las YPG, a su vez afiliadas con las Unidades de Resistencia de Sinjar (YBS), contra los ejércitos turcos e iraquí. Kamu repite la petición en la que todos los habitantes de Qadia coinciden: “Salvadnos de este campo: permitidnos regresar a nuestra casa con seguridad o dadnos cualquier otro sitio seguro”.
El trauma del genocidio y una década de exilio han afectado de forma alarmante la salud mental. “En 2015 había cuatro o cinco suicidios al mes en los campos de desplazados”, apunta Amira Murad, yazidí y asistente de apoyo psicosocial en salud mental de la OIM.
Líderes religiosos musulmanes, a los que se sumaron otros ciudadanos, empezaron a difundir como represalia decenas de vídeos refiriéndose a esta comunidad como “adoradores del diablo”
“No soy capaz ni de gestionar mis emociones”, cuenta Khasha en el grupo de conversación de mujeres. “Estaba aislada, con mis hijos, y estas sesiones me han apoyado para creer en mí misma y no depender de un hombre. Para no culparme de cosas que estaban fuera de mi control”, añade Jenan.
La estabilidad emocional de los habitantes del campo también se ve afectada por el hecho de no haber recibido las compensaciones económicas adecuadas tras la destrucción que llevó a cabo Estado Islámico en sus hogares en Sinyar, lo que les impide también regresar y reconstruir sus vidas. Human Rights Watch lo ha denunciado recientemente en un comunicado, en el que insta a las autoridades iraquíes a brindar apoyo a las víctimas y estructuras necesarias para su regreso.
“Pedimos que se nos conceda protección nacional e internacional”, insiste Salam. “Cuando alguien sueña con el futuro, quiere hacerse rico o famoso… Pero nuestro sueño más grande es tener una casa donde vivir”, concluye el joven.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.