La corriente “se convirtió en un monstruo”: un río muere y otro nace en Brasil
El Araguari se queda sin agua buena parte del año, mientras el Urucurituba se desborda 15 kilómetros más allá. Una central hidroeléctrica y el paso de búfalos han influido en estos fenómenos extremos que provocan importantes éxodos de población
Jaime Lucian dos Santos Filho creció en un palafito —vivienda que se construye sobre estacas de madera dentro del agua— sobre el río Araguari, en el pueblo de Bom Amigo, del Estado de Amapá, en el norte de Brasil. Su familia y los demás vecinos de la aldea, compuesta por unas cuantas docenas de habitantes, comían pescado del río, criaban búfalos en sus riberas y regaban sus huertos con sus aguas. Remontando su flujo, llegaban al mercado. En época de crecidas, el Araguari podía llegar a tener cuatro kilómetros de ancho y se convertía en una poderosa corriente. El resto del año solo fluía.
Pero las condiciones empezaron a cambiar a principios de la década de 2000, cuando Filho notó que el caudal disminuía. Fueron apareciendo bancos de arena que aumentaban de tamaño poco a poco. En 2013, el Araguari se había llenado de fango hasta su desembocadura en el Atlántico, a 20 kilómetros de distancia, y ya no pasaba por el pueblo de Bom Amigo. Según Filho, el cambio trajo ventajas, pero también problemas: “Tenemos algo más de tierra para cultivar, pero menos agua”. Actualmente, algunos kilómetros del antiguo cauce del río se inundan durante unos pocos meses de lluvias. El resto del año se secan y el lecho se vuelve duro como una piedra. Despojados de lo que había motivado la existencia del pueblo, sus habitantes se marcharon.
Más o menos al mismo tiempo, los vecinos de otro pueblo llamado Junco, situado unos 15 kilómetros al sur, también tuvieron que abandonar sus tierras debido a los cambios en otro río. No se habían quedado sin agua, sino que la corriente los inundó. En 2012, Domingo Maciel da Costa consiguió un empleo de guardia en un rancho de búfalos al este de la población, en el brazo norte del Amazonas. Un pequeño río llamado Canal Urucurituba atravesaba las tierras y desembocaba en el Amazonas. Costa cuenta que antes de la década de 1990, el Urucurituba tenía el ancho de una manzana de viviendas de una ciudad y tan solo unos kilómetros desde su nacimiento en la selva hasta su desembocadura.
Luego empezó a crecer. Cuando él comenzó a trabajar en el rancho, la corriente había aumentado y el río ya tenía 15 kilómetros de largo. Y seguía ensanchándose, algunos días, hasta dos metros. Sentado en su barca, que lo mece en el Urucurituba, Costa señala con un gesto de la mano a su alrededor: “En poco tiempo se convirtió en el monstruo que ven aquí”. El guarda flota en el agua justo donde estaba el rancho, a casi un kilómetro de lo que hoy es la orilla. “Aquí estaban nuestra casa, nuestros pastos y nuestra tierra”, recuerda.
Caras de la misma moneda
¿De dónde vino este monstruo? Los científicos que estudian los ríos Araguari y Urucurituba han llegado a la conclusión de que el taponamiento del primero y el crecimiento del segundo son caras de la misma moneda, consecuencia de la construcción de una presa hidroeléctrica en el cauce alto del Araguari y de la introducción de búfalos de agua. A James Best, geólogo de la Universidad de Illinois, en Estados Unidos, le asombra la rapidez de los cambios. Aun así, prevé que en el futuro habrá más sorpresas como esta, a medida que aumente la invasión humana de los cauces y las orillas de los ríos del mundo. En un artículo publicado en la revista Nature Geoscience, Best alertaba de la extracción a gran escala de arenas fluviales, la construcción acelerada de centrales hidroeléctricas, la introducción de especies no autóctonas, y otros “factores de estrés de origen antrópico”, y predecía “la posibilidad de un colapso del ecosistema en algunos grandes ríos”.
El pasado mes de abril, en el ramal norte del Amazonas, nada más pasar Junco, uno de los entrantes de la orilla parecía una amplia bahía. Según el capitán Marlon Pantoja Cardoso, se trataba de la boca del Urucurituba, de casi un kilómetro y medio de ancho. Él había oído que el taponamiento de la desembocadura del Araguari hacía que el Urucurituba creciera, y le parecía lógico. “El agua tenía que ir a alguna parte, y vino aquí”, razona. Una vez en el Urucurituba, extensos humedales flanqueaban el canal donde antes había habido selva, y pequeños grupos de búfalos de agua se abrían paso fatigosamente a través del fango. Alan Cunha, profesor de Ingeniería Civil de la Universidad Federal de Amapá, explica que esas criaturas —una especie asiática traída a Brasil en el siglo XIX— habían erosionado la división poco profunda que separaba las cuencas del Araguari y el Amazonas, y habían hecho que la corriente del Urucurituba se amplificara.
Los ríos Amazonas y Araguari ocupan dos llanuras aluviales adyacentes. Hasta principios de la década de 2000, una barrera natural de aproximadamente un metro de altura separaba ambos ríos, el primero de los cuales nace en los Andes, y el segundo en las montañas de Tumucumaque. Desde el punto de vista geológico, ambas llanuras son jóvenes, y están formadas por sedimentos demasiado recientes para haberse consolidado. Por eso, afirma Cunha, la barrera entre sus cuencas es “extremadamente frágil y vulnerable”.
Los búfalos de agua abren surcos en el suelo
Con subvenciones del Gobierno, los ganaderos empezaron a introducir búfalos de agua en la zona en la década de 1980. Actualmente, alrededor de 200.000 animales de esta especie deambulan en libertad. En comparación con el ganado vacuno, nadan mejor y comen más clases de hierba, y vadean sin dificultad los pantanos y los arroyos poco profundos. Un rasgo peculiar de su comportamiento los ha convertido en un problema para la división entre el Amazonas y el Araguari. Según Cunha, se desplazan en fila como soldados, abriendo surcos en el suelo.
Los seres humanos no debemos hacernos la ilusión de que podemos domar a la naturaleza. Ella siempre será más fuerte que nosotrosValdenira Santos, geóloga
En las décadas que siguieron a la llegada de estos animales, sus implacables pezuñas crearon zanjas que se llenan y se vacían con cada ciclo de la marea en una red ramificada de cursos de agua que ampliaron el embrionario Urucurituba. En algún momento de finales de los 2000, el pisoteo, agravado por la apertura de trincheras por parte de los ganaderos, acabó abriendo un paso entre el Urucurituba y el Araguari. Las dos cuencas quedaron conectadas, y el caudal del segundo empezó a fluir hacia el primero.
Probablemente, Cunha fue el primer científico que se dio cuenta de que el Urucurituba estaba drenando el Araguari. En 2012, cuando bajó por este último en una lancha motora, vio que cerca de la desembocadura había bancos de arena, donde había esperado que hubiera aguas profundas. La corriente era más superficial allí que en la zona de donde había salido. El hallazgo lo desconcertó. En general, el caudal de un río aumenta aguas abajo debido al aporte de los afluentes.
¿Cómo era posible?, se preguntó. ¿A dónde iba el agua que faltaba? Volvió sobre sus pasos y se fijó en lo que parecía un pequeño arroyo incipiente. El investigador ató a un árbol un aparato para medir la corriente. Al cabo de una semana volvió para recoger los datos. Pero el aparato había desaparecido, y el árbol también, arrastrado por un trozo de la ribera que se había deslizado dentro del ramal. “Entonces empezamos a atar cabos”, cuenta. Había descubierto la cabecera del canal Urucurituba.
Para entonces, el Urucurituba se ensanchaba a una velocidad vertiginosa. Entre finales de 2011 y mediados de 2016, se amplió una media de cinco metros al mes. Pronto se había vuelto tan ancho y profundo como el canal de Panamá, y la mitad de largo. Toda la corriente del Araguari se estaba vertiendo en el Urucurituba. “Fue una gran sorpresa”, recuerda el ingeniero.
El papel de las centrales hidroeléctricas
Cunha dice que los ganaderos y sus animales no han sido la única causa de la colmatación del bajo Araguari y el ensanchamiento del Urucurituba. A ello contribuyó también la central de Coaracy Nunes, la primera de las tres plantas hidroeléctricas construidas en el Araguari. Valdenira Santos, una geóloga del Instituto de Investigación Científica y Técnica de Macapá, capital de Amapá, afirma que los constructores “no tuvieron en cuenta el efecto que la instalación causaría aguas abajo”. Justo aguas arriba de las centrales hidroeléctricas, dice, el caudal varía mucho de la estación lluviosa a la seca. Los embalses construidos para las plantas nivelan las variaciones y estabilizan la producción de electricidad, pero también alteran el movimiento natural de los sedimentos.
Los sedimentos son transportados por grandes olas que remontan el río, producidas por la marea y conocidas como macareos. En enormes cantidades y mezclados con sus convulsiones. Cada año, el Amazonas descarga 500 millones de toneladas de limo en el Atlántico, unas 10 veces la masa total de arena y grava extraída en un año en Estados Unidos. Un abanico de estos materiales, visible con facilidad desde el espacio, se extiende 100 kilómetros mar adentro y a lo largo de la costa, justo al lado de la antigua desembocadura del Araguari, como posos de café esparcidos sobre cristal azul. Antes de que el Araguari quedara taponado, también tenía pororocas, y las olas transportaban río arriba miles de toneladas de sedimentos del abanico de limos del Amazonas y las depositaban en el lecho fluvial.
Cunha cuenta que, antes, las mareas bajas eliminaban estos depósitos y mantenían limpia la desembocadura del río. Pero el proceso natural de deposición y eliminación de sedimentos se alteró cuando la central hidroeléctrica de Coarcy Nunes entró en funcionamiento en 1976. Durante la estación seca, cuando el caudal del río alcanzaba su nivel mínimo, los operarios de la planta retenían el agua para que se acumulara en su embalse.
Aunque los datos históricos son limitados, Cunha señala que parece que, al quedar debilitado, el río ya no podía arrastrar el sedimento acumulado. El limo empezó a colmatar el curso bajo del Araguari. Su cauce original ya no era el camino más fácil para la corriente. Y así, una parte del agua se vertió al Urucurituba. El especialista sospecha que el lodo arrastrado por el ensanchamiento gradual del Urucurituba agravó el problema. La materia suspendida en el agua era arrastrada Urucurituba arriba por las mareas que subían desde el Atlántico y luego depositada en la desembocadura del Araguari. De esta manera se vertía aún más agua al Urucurituba, en un círculo vicioso.
Los ríos siguen creciendo
El Urucurituba sigue creciendo, inundando bosques y avanzando por Junco. Da Costa afirma que el pueblo también ha perdido algo más de 10 hectáreas de palmeras, el equivalente a unos 14 campos de fútbol, que antes producían bayas de açai, un importante cultivo comercial. José Freitas espera poder construir una casa nueva en otro lugar antes de que el río lo obligue a marcharse, pero no puede permitirse el traslado. “Todos los sitios a los que podríamos ir ya son propiedad de alguien y no tenemos dinero para comprar nuevas tierras”, lamenta.
Cerca de la cabecera del Urucurituba, el Araguari también sigue ensanchándose. En el pueblo de Pracuúba, situado en esa bifurcación, mucha gente ha desmontado sus casas y las ha reconstruido más al interior. Best, el geólogo de la Universidad de Illinois, afirma que, dentro de poco, millones de personas en todo el mundo podrían verse expulsadas de sus hogares, igual que los habitantes de Junco, Bom Amigo y Pracuúba. Los ríos de todo el mundo están sufriendo multitud de agresiones, desde las presas hasta la contaminación y la alteración de la línea de costa, asevera. “Esto va a tener graves consecuencias para las personas que viven en los corredores fluviales”, denuncia. La geóloga brasileña Valdenira Santos, del Instituto de Investigaciones Científicas y Tecnológicas del Estado de Amapá, ve en todo ello una lección, y no solo para quienes viven en las cuencas de los ríos. “Los seres humanos no debemos hacernos la ilusión de que podemos domar a la naturaleza. Ella siempre será más fuerte que nosotros”, afirma.
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