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Sudáfrica se rebela contra el alcoholismo juvenil tras la muerte de 21 adolescentes en un bar

El hallazgo de los cadáveres en una discoteca resucita la vieja preocupación sobre el abuso de alcohol entre los menores de edad en este país, donde el 50% de ellos consume

Discoteca Enyobeni Sudafrica
Dos estudiantes se consuelan durante el funeral por los 21 menores de edad hallados muertos en una discoteca para adultos, el 6 de julio de 2022 en East London, Sudáfrica.SIPHIWE SIBEKO (REUTERS)
Lola Hierro

La noche del sábado 25 de junio tenía que ser memorable para los jóvenes sudafricanos por dos razones de peso: por una parte, el fin del curso escolar con el consiguiente inicio de las vacaciones. Y por otra, el fin también de las restricciones derivadas de la pandemia de covid-19: adiós mascarillas en interiores y exteriores; adiós limitaciones de aforo. Como en tantas otras a lo largo y ancho de Sudáfrica, en la discoteca Enyobeni de Scenery Park, un suburbio humilde en las afueras de la ciudad de East London, en el sureste del país, se preparaba una buena fiesta. El anuncio en las redes sociales del local prometía alcohol, comida, música en directo con actuaciones de varios dj y diversión sin remedio desde las cuatro de la tarde. Y así comenzó la noche. Lo que nadie esperaba es cómo acabaría: con la muerte de 21 asistentes, 12 chicos y nueve chicas, sin signos de violencia y en unas misteriosas circunstancias que aún se investigan.

El domingo por la mañana, el país estaba conmocionado. Desde todas las televisiones se emitían imágenes de los alrededores del local, ya acordonado y rodeado de vecinos, entre ellos también padres buscando a hijos que no habían regresado a casa. Aunque las primeras informaciones eran vagas, en cuestión de horas se confirmó que la mayoría de las víctimas no superaba los 17 años. La más joven tenía 13. Y entre todas las conversaciones y preguntas sobre qué ocurrió en esta taberna antes de las cuatro de la madrugada, que es cuando llegaron los primeros policías alertados por las llamadas de vecinos que veían a los jóvenes salir del local en tromba y muy alterados, surgió una: ¿por qué había menores de edad allí dentro? Pese a desconocerse la causa de las muertes, el foco social se puso en la venta de alcohol a chavales por debajo de la edad mínima legal, 18 años. Hasta el presidente del Gobierno, Cyril Ramaphosa, ha pedido una explicación y ha prometido que se tomarán acciones.

Dos semanas después de la tragedia, la investigación sigue en curso y no se ha dado una explicación oficial. “Puede deberse a algo que posiblemente ingirieron con la comida o la bebida, o algo que inhalaron”, responde por teléfono Unathi Binqose, portavoz del departamento de Seguridad de la provincia de Eastern Cape. Mientras, las fotografías y vídeos de aquella noche, así como los testimonios ofrecidos por los supervivientes, dibujan una escena agobiante, pero clarificadora: un local lleno a reventar, rostros infantiles de chicos y chicas, casi niños aún, pipas de agua sobre las mesas y docenas de manos sosteniendo vasos y botellas de contenido incierto. “Nos estábamos ahogando (...) Algunos mordían a otros para ver si estaban aún vivos, porque vimos que la gente se estaba muriendo”, relataba la prima de Esinako Sanrhana, una de las fallecidas, de 16 años, a las cámaras de un periódico sudafricano.

Vista de la entrada de la taberna Enyobeni, acordonada y con ramos de flores en la puerta, donde 21 adolescentes fallecieron por causas que aún se investigan.
Vista de la entrada de la taberna Enyobeni, acordonada y con ramos de flores en la puerta, donde 21 adolescentes fallecieron por causas que aún se investigan.SIPHIWE SIBEKO (REUTERS)

Más allá de los interrogantes, la que ya se conoce en Sudáfrica como la tragedia de Scenery Park ha reavivado un problema incómodo, pero no nuevo: el abuso de alcohol entre jóvenes. No es el único país del mundo donde se bebe antes de tiempo, ni donde se bebe demasiado: de hecho, los datos son parecidos a los de España. Mientras que en Sudáfrica se calcula que casi 50% de los menores de edad lo ha probado, en España la última encuesta del Ministerio de Sanidad halló que el 70% de los adolescentes entre 14 y 18 años lo había consumido en los últimos 12 meses. En ambos países, la edad media a la que prueban el primer trago es la primera adolescencia: en España, a los 14 años; en Sudáfrica, a los 13. Y también en los dos casos al menos el 25% de los estudiantes ha participado en borracheras. Los datos sudafricanos son más antiguos, pues corresponden a la última encuesta estatal, en 2011, pero los que la Organización Mundial de la Salud (OMS) arroja en su último informe al respecto, de 2018, son similares.

Si las cifras son tan preocupantes y el problema no es nuevo, ¿qué está fallando? La doctora, Linda Ncube-Nkomo es directora ejecutiva de New LoveLife Trust, una fundación con dos décadas de experiencia en la promoción de la salud de los jóvenes en Sudáfrica. Ella piensa que no basta con tener una legislación. “La cuestión es hasta qué punto cumplen la ley todos los que la custodian. Esto incluye a la policía, los propietarios y los operadores con licencia para dispensar. No cabe duda de que hubo un fallo en el cumplimiento”, opina sobre la tragedia en Scenery Park. Además, Ncube-Nkomo denuncia la “complacencia” de quienes no informan cuando se producen actos ilegales como estos. “No era un secreto para la gente de los alrededores que allí [en la taberna Enyobeni] acudían menores. ¿Qué pasa con los vecinos que lo sabían? Y si denunciaron, ¿qué hicieron las fuerzas del orden al respecto?” se pregunta. La otra cuestión es la normalización del fenómeno. “Si un niño está constantemente expuesto al alcohol en cualquier tipo de reunión, se convierte en una situación normal para él: si quiere divertirse, debe haberlo”.

El 50% de los menores de edad sudafricanos ha probado el alcohol y la edad a la que empiezan a beber es a los 13 años

Más allá de los datos y los informes, la realidad está en la calle, y da igual a quién se pregunte, pues cualquier joven del país puede atestiguar que conoce una taberna. Así ocurre en Khayelitsa, un suburbio de nivel socioeconómico muy bajo en las afueras de Ciudad del Cabo con un millón de habitantes aproximadamente y altos índices de criminalidad. Y aquí reside Simamkele Pati, de 19 años. Ya no bebe, pero admite, cabizbajo y con una sonrisa que delata cierta culpabilidad, que probó el alcohol a los 10 años. “Había unas cervezas en la nevera de mi casa y cogí una para probar. Me gustó, así que decidí ir a una taberna a beber más. Como no tenía dinero, se lo cogí a mi madre del monedero”. A Pati le vendieron más cerveza en aquel bar esa vez y todas las siguientes, y no es el único. Un estudio de la Asociación por la Educación y la Responsabilidad en el Alcohol (Aware), descubrió que hasta el 30% de los 1.300 adolescentes encuestados pudo comprarlo en una taberna o en una tienda sin problema.

La facilidad de acceder a bebidas espirituosas es una de las razones que explican el elevado consumo entre jóvenes. En la taberna Enyobeni no se pedía la identificación a los menores, y se les sirvieron copas sin problema, tal y como han contado los supervivientes. Incluso la OMS llama la atención sobre este fenómeno y explica que uno de los problemas más difíciles para controlar la disponibilidad de los licores son los miles de bares y pubs sin licencia, los llamados shebeens, que aún quedan tras la caída del Apartheid. Durante los años de este régimen de segregación racial, los sudafricanos no blancos tenían prohibido entrar en los bares, por lo que los shebeens sin licencia surgieron como alternativa, y sin supervisión. Y estos siguen funcionando.

Simamkele Pati comenzó a beber a los diez años porque encontró cerveza en la nevera de casa. Nunca tuvo problema para que le vendieran alcohol en las tabernas de su barrio

“Aquí hay tabernas por todas partes, por supuesto, y van menores de edad. Desde los 12 años empiezan a beber”. Quien hace esta afirmación es Ahmale Ncanazo, asistente social en un centro de Khayelitsa para chavales del barrio en riesgo de dejar la escuela, gestionado desde hace una década por Mfesane, una organización sudafricana apoyada por Unicef. Reciben de media unos 200 estudiantes, entre ellos, Pati, que coincide con la mentora: “En las tabernas todo el mundo puede entrar y comprar, nadie te pide la identificación; simplemente, te lo venden”.

Pati frecuenta este espacio desde que decidió alejarse del alcohol, la calle y las malas compañías. “Lo dejé completamente porque empeoré en el colegio, bajé las notas, perdí cursos. Ahora tengo 19 años y debería estar en la universidad, pero sigo en la escuela. Me di cuenta de que tenía que dejarlo para poder hacer algo con mi vida, para poder centrarme en los estudios”, sentencia.

El chico cuenta su experiencia en una de las salas de este espacio seguro y no está solo. También le acompaña Neliswa Mnundela, de 20 años. Ella se inició en el consumo de alcohol a los 15 y fue en el seno familiar. “Mis hermanas mayores bebían vino en casa y me pedían que les preparara las copas, y yo empecé a probar de ahí”, relata.

Un grupo de jóvenes vela los ataúdes de los fallecidos en la taberna Enyobeni en el funeral por las víctimas celebrado en East London, Sudáfrica, el 6 de julio de 2022.
Un grupo de jóvenes vela los ataúdes de los fallecidos en la taberna Enyobeni en el funeral por las víctimas celebrado en East London, Sudáfrica, el 6 de julio de 2022.STRINGER (EFE)

La influencia de los mayores es otra de las causas de que los más pequeños se aproximen a la bebida. En ocasiones, ver a los padres les lleva a querer hacer lo mismo. “Los niños ni siquiera se esconden de los padres porque ellos lo hacen y les parece bien que sus hijos beban también. Lo hacen en frente de ellos y cuando los chicos están creciendo les dejan tomar un trago; es algo que se ve normal”, advierte Ncanazo.

Pero no es una responsabilidad única, sino compartida, y no consciente en muchos casos, sostienen desde Aware: “Muchos padres, adultos y cuidadores fomentan inadvertidamente el consumo de alcohol entre los menores de edad mediante la práctica de enviar a los niños a comprarlo o a buscarlo en la nevera o en el armario de las bebidas alcohólicas”, explican en su página web. Coincide la doctora Ncube-Nkomo: “En un evento al que asistí con alumnos de 15 a 18 años, preguntamos cuándo y dónde lo probaron por primera vez. Y la mayoría respondió que fue en casa”.

Conseguir dinero no es un obstáculo. Igual que en España, en Sudáfrica se estila el botellón, aunque no se llame así. “Ponen el dinero entre todos y comparten. Es fácil conseguirlo porque los padres te dan dinero, no para alcohol, pero lo usas para eso. O pides en las esquinas por un par de rands y con lo que te dan, ya acabas teniendo. Y si no, lo robas”, asegura Pati. “Algunos chicos acaban robando para comprar y dejando el colegio porque se dan cuenta de que robar es más rápido y efectivo”, coincide su compañera Neliswa.

Ambos entrevistados aseguran que influye mucho la presión del grupo a la hora de dar el paso. “Si no bebes, no eres enrollado. Quieres encajar con el resto, así que no vas a ser el único que no lo hace. Y también quieres experimentar lo mismo que los otros están experimentando, quieres saber de qué va”, sentencia Pati. “Básicamente les da igual. Piensas que solo vas a vivir una vez y la vida es corta, completa Mnundela cuando la conversación torna a los programas de sensibilización para prevenir adicciones.

19 ataúdes vacíos

Dos semanas después de que el barrio de Scenery Park presenciara la tragedia de Enyobeni, la estampa es igual de triste. Este miércoles, el barrio acogió un funeral por 19 de las 21 víctimas –dos familias no participaron– en su campo deportivo. Fue una ceremonia simbólica en la que se presentaron los ataúdes vacíos, ya que las familias han preferido realizar los entierros en la intimidad, cubiertos de flores blancas, rosas, azules y amarillas. Acudieron más de mil personas, la mayoría de las cuales hubo de quedarse fuera de la carpa que acogió el sepelio, que duró casi siete horas y fue retransmitido en directo ininterrumpidamente por la televisión pública sudafricana.

En el interior de la improvisada capilla, centenares de allegados, algunos incluso sentados en el suelo, varios visiblemente afectados, apenas pudiendo contener el llano. Y entre ellos, un buen número de adolescentes. El presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, asistió a las exequias y pronunció unas palabras de consuelo para esos padres, hermanos y amigos, pero también pidió responsabilidades. “Hay que culpar a quienes se lucran con los sueños y las vidas de los jóvenes sudafricanos infringiendo la ley y vendiéndoles alcohol”, declaró. A continuación, recordó que antes de esta tragedia hubo otra en la taberna Osi’s en Khayelitsha en 2015, donde murieron ocho chicos, y otra más en la discoteca Throb en Durban, en 2000, donde fallecieron 13 niños y 100 resultaron heridos. “Lo que tienen en común todos ellos es que vendían y servían alcohol a menores de edad”, aseguró. “Estamos perdiendo a nuestra futura generación por la lacra del consumo de alcohol”.

Las familiares de una de las víctimas de la taberna Enyobeni lloran durante el funeral celebrado el pasado 6 de julio.
Las familiares de una de las víctimas de la taberna Enyobeni lloran durante el funeral celebrado el pasado 6 de julio.STRINGER (EFE)

Para poner remedio al problema hay en marcha un proyecto de ley para modificar la legislación que propone prohibir a los distribuidores autorizados la venta de licores a establecimientos sin licencia, así como reclasificar los tipos que hay para incluir todas las cervezas, restringir horas y días de comercio, aumentar la edad mínima legal de compra de 18 a 21 años y prohibir la venta de estos productos a menos de 500 metros de lugares sensibles como escuelas, instalaciones recreativas y centros de tratamiento. “Una de las cosas que hemos defendido es que las tabernas no estén en un radio de un kilómetro de las escuelas. Pero, especialmente en las barriadas, vas a encontrarlos cerca, así que los alumnos pueden salir durante un descanso de las clases e ir a comprar si quieren”, alerta la doctora Ncube-Nkomo. Sin embargo, desde su organización no están de acuerdo con aumentar la edad mínima permitida para consumir. “Eso no resuelve el problema. Se trata del cumplimiento de la legislación que ya existe. ¿Qué pensamos que va a cambiar si aumentamos esa ley a 21 años? Lo único que vamos a tener es más gente bebiendo por debajo de la edad legislada”.

Pati dejó el alcohol y se propuso retomar los estudios. En su casa, sin embargo, el problema no ha acabado, pues su hermano, que ahora tiene 17 años, es alcohólico. “Le expulsaron del colegio por ir borracho”. Y aunque existen programas de rehabilitación por todo el país, no sirven de nada si el afectado no reconoce el problema. “Nuestros programas son totalmente voluntarios, podemos asesorar, dar apoyo y derivar a planes de rehabilitación, pero todo con el consentimiento del implicado”, dice Ncanazo. Esto, en el caso del hermano de Pati, no da resultado. “Él está convencido de que no tiene ningún problema”, lamenta el chico.

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Sobre la firma

Lola Hierro
Periodista de la sección de Internacional, está especializada en migraciones, derechos humanos y desarrollo. Trabaja en EL PAÍS desde 2013 y ha desempeñado la mayor parte de su trabajo en África subsahariana. Sus reportajes han recibido diversos galardones y es autora del libro ‘El tiempo detenido y otras historias de África’.

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