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Por qué hablar de úlceras y lepra también es un arma contra el machismo

Los derechos de las mujeres no siempre se tienen en cuenta en Benín. Introducir la perspectiva de género en la atención a las enfermedades tropicales desatendidas, también contribuye a reducir desigualdades

Las mujeres de una escuela rural de Zé muestran sus progresos con la escritura. En esta comunidad se trabaja en la igualdad de género a través de la educación y la formación sanitaria.
Las mujeres de una escuela rural de Zé muestran sus progresos con la escritura. En esta comunidad se trabaja en la igualdad de género a través de la educación y la formación sanitaria.Yanick Folly
Lola Hierro

En el centro social de Sedjenedou, una aldea perteneciente a la comuna de Zé, en la campiña beninesa, acaba de armarse una bronca fenomenal. Docenas de mujeres vociferan, gesticulan y exhiben muecas de disgusto en respuesta al desafortunado comentario de un vecino: “Si en este país hay más mujeres que hombres, entonces nosotros tocamos a más de una. ¡Es pura matemática!”, arguye. Las contestaciones no se hacen esperar:

—Las mujeres no somos un objeto que usas cuando quieres—, recrimina una.

—No son matemáticas; hay mujeres que no quieren casarse ni estar con ningún hombre—, reta valientemente otra.

Más de 70 personas se apretujan en las filas de bancos dispuestos a ambos lados de la sala de reuniones. Son mujeres en su mayoría, pero también se han apuntado algunos hombres. Un par da la razón a su vecino; otro dice sentirse completamente perdido en la conversación. “Cuando se habla de igualdad, no se entiende que hombres y mujeres sean iguales. ¿A qué os referís?”, pregunta.

“Si el hombre quiere sexo con la mujer y ella no, aunque sea la esposa, es violencia”. “Escolarizar a los chicos y casar a las niñas también es violencia”. Estas respuestas, de dos mujeres distintas, provocan aplausos. Y siguen: “No hay ninguna ley que prohíba a un hombre ayudar a una mujer en casa; debéis aportar más que el trabajo que hacéis fuera”, añade alguien desde el fondo de la sala. “Y que el hombre imponga no es igualdad; tiene que haber diálogo”, alecciona otra.

Lo paradójico es que esta bronca está teniendo lugar durante lo que iba a ser una jornada de sensibilización para prevenir enfermedades tropicales desatendidas o ETD, un concepto para designar a un grupo de 21 patologías que afectan a mil millones de personas en el mundo, pero para cuya eliminación apenas se destinan esfuerzos. El motivo es que son endémicas en entornos empobrecidos, por lo que a nadie le sale a cuenta invertir dinero y tiempo en ellas.

Benín, sin embargo, sí se ha empleado a fondo en combatir algunas, las más prevalentes entre su población. Son el pian, la lepra y la úlcera de Buruli (UB), fundamentalmente, y las tres son de manifestación cutánea. El país ha logrado algunos éxitos en los últimos años gracias a un programa nacional con un amplísimo abanico de medidas sociosanitarias, y una de ellas, de gran éxito, ha sido la sensibilización de los ciudadanos con jornadas como la que está teniendo lugar en este pueblo. Aunque el tema se haya desviado sensiblemente.

Detrás de la mesa principal, dispuesta cuan altar en una iglesia, han tomado asiento tres mujeres: una de ellas es Françoise Sossou Agbaholou, la presidenta de la rama beninesa de Women in Law & Development in Africa (Wildaf), una red panafricana de defensa de los derechos de las mujeres creada en 1990 y presente en 22 países del continente. La dos restantes son Flora Houndjrebo y Beatriz Gómez, de la Fundación Anesvad, una entidad española que lleva dos décadas acompañando al Gobierno para reducir la incidencia de este tipo de enfermedades dermatológicas.

Ante ellas, otras tres vecinas llevan la batuta de esta encendida asamblea. Tan pronto muestran fotografías de todo tipo de úlceras, heridas y lesiones para enseñar cómo detectar una ETD, como pasan a explicar –una vez más– por qué no te convierte en mala esposa el hecho de a veces no querer tener sexo con el marido. En realidad, todo forma parte de una estrategia. Aunque Anesvad se dedica al ámbito sanitario, también se reconoce como una organización de carácter feminista que busca incluir una perspectiva de género en sus intervenciones.

Un vecino de Agbonhounssou escucha el debate sobre igualdad de género. Bení ha logrado algunos éxitos en los últimos años en la lucha contra las ETD gracias a un programa nacional con un amplísimo abanico de medidas sociosanitarias, y una de ellas, de gran éxito, ha sido la sensibilización de los ciudadanos.
Un vecino de Agbonhounssou escucha el debate sobre igualdad de género. Bení ha logrado algunos éxitos en los últimos años en la lucha contra las ETD gracias a un programa nacional con un amplísimo abanico de medidas sociosanitarias, y una de ellas, de gran éxito, ha sido la sensibilización de los ciudadanos.Yanick Folly

Benín ocupa el puesto 148 de 162 en el Índice de Desigualdad de Género de la ONU, que mide la pérdida de desarrollo humano debida a la desigualdad entre los logros de mujeres y hombres en tres dimensiones clave: salud reproductiva, el empoderamiento y mercado laboral. Con asambleas como la que está teniendo lugar, las organizadoras pueden acercarse a las mujeres de las comunidades rurales para hablar de salud porque a ellas les atañe directamente. La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce la cuestión de género como causa de inequidad sanitaria. En la inmensa lista de factores y conductas que ahondan esta brecha, observa perjuicios tanto para hombres como para mujeres, pero en el caso de ellas, son muchos más.

Varias de estas son patentes en países como Benín y en el entorno de tratamiento de las ETD. Ellas son las que tienen que dejar su vida en el momento en el que un familiar o ellas mismas enferman. “En el caso de una lesión en la piel, el hombre va antes al médico, porque se privilegia su salud. En el caso de las mujeres, muchas veces cuando acuden ya está en un estado más avanzado, ella es la última en la familia. Primero va a ser el hombre; luego, los hijos varones, las hijas mujeres y la propia mujer”, describe Gómez.

El tratamiento de la UB es breve si se pilla a tiempo la infección, pero si se complica, acaba requiriendo cirugía, curas diarias y rehabilitación en un proceso que se suele alargar durante más de un año y que obliga al ingreso hospitalario. Durante todo ese tiempo, las mujeres dejan su vida para ocuparse del familiar enfermo, pues ella es la principal dispensadora de cuidados. Sobre esto centró su tesis doctoral la investigadora beninesa Inès Elvire Agbo Sonagnon, de la Universidad de Abomey, y así se refiere a la realidad de su país: “Para la mayoría de los hombres entrevistados, el papel de cuidador es una tarea de la mujer porque ella es la que puede lavar al paciente; cuidar su ropa; cuidar de él, especialmente cuando está inmovilizado en la cama; preparar la comida; fregar el suelo... Según los distintos informantes, se encontrarían avergonzado en este papel de cuidador”.

Pero no hace falta irse a los libros; la estampa que describe Agbo es la del Centro de Tratamiento de Úlcera de Buruli (CDTUB) de Lalo. En los sanatorios de Benín, y de África en general, no hay un servicio de alimentación organizado ni una enfermera que lleve a los pacientes la consabida bandeja con esa comida de hospital que nunca le gusta a nadie. En la sanidad pública, el paciente depende de alguien que le dispense alimentos. Por eso no hay cafeterías, pero sí hay cocinas.

Las de Lalo son inmensas, pero muy simples, pues no hay armarios ni neveras; solamente espacios separados donde se puede encender un fuego o usar un hornillo. Y muchísimas cacerolas de todos los tamaños. De entre los fogones salen y entran constantemente mujeres, algunas de ellas con bebés a la espalda, como Elise Akvi, que lleva desde enero cuidando a su hija Chantalle, de 10 años, ingresada con Buruli. Otras están solas. Es el caso de Bernadette Kenapo, de 20 años, llegada en junio de 2021 con una fascitis necrosante. Fue hospitalizada junto a su bebé, que entonces tenía tres meses de edad. A él no le ocurre nada más que no tiene a otra persona que le cuide. “Mi marido trabaja fuera, pero me manda dinero”, concede.

Estas son las cocinas del CDTUB de Lalo. En Benín y en África en general los hospitales no cuentan con servicio de comidas en las habitaciones; los pacientes dependen de sus familiares para que les cocinen y alimenten. Este papel lo asume casi siempre una mujer.
Estas son las cocinas del CDTUB de Lalo. En Benín y en África en general los hospitales no cuentan con servicio de comidas en las habitaciones; los pacientes dependen de sus familiares para que les cocinen y alimenten. Este papel lo asume casi siempre una mujer.Yanick Folly

Felicité Blanche Jedible lleva una década larga trabajando como enfermera en Lalo y no hay nada que ocurra allí que escape a sus ojos y oídos: “Si es el hombre el que está enfermo, la mujer viene a quedarse con él. Tiene que dejar a los hijos con otra persona y no puede dedicarse a trabajar, por lo que no tienen de qué vivir. Si decide quedarse en el hogar, se queda sola, luchando por su cuenta. Y si es la madre la que ingresa, el hombre se cansa de no estar atendido en casa y se acaba yendo con otra”, asegura la enfermera.

Si es el hombre el que está enfermo, la mujer viene a quedarse con él. Tiene que dejar a los hijos con otra persona y no puede dedicarse a trabajar, por lo que no tienen de qué vivir

Felicite Blanche Jedible, enfermera en el CDTUB de Lalo

Paradójicamente, la mujer es quien carga con la responsabilidad del hogar y los cuidados de la familia, pero luego no puede tomar decisiones importantes. “Las mujeres nunca actúan de forma aislada a la hora de ingresar a los pacientes de Buruli en el hospital. La decisión sigue siendo una prerrogativa del hombre o de sus familiares”, describe Agbo en su tesis.

Por eso, en las jornadas de sensibilización como la que se ha organizado en Sedjenedou se insiste mucho en cómo detectar precozmente una afección como la lepra, la úlcera de Buruli o el pian para evitar que la enfermedad se agrave tanto que requiera un ingreso hospitalario de consecuencias imprevisibles.

Pero estas reuniones son también la puerta de entrada a tratar asuntos más espinosos. “Si quieren denunciar que están sufriendo maltrato en casa, se van a fiar más de estas mujeres que del gendarme que encontrarán en comisaría”, explica Flora Houndjrebo. Y señala con la mirada a Affasinou Nourat, que trata de poner orden en la discusión. Ella pertenece al comité Ajidoté, un grupo de vigilancia que acompaña a las mujeres cuando quieren denunciar para asegurarse de que se las toma en serio y que ofrece apoyo psicológico a las afectadas.

No son “cosas de mujeres”

Este es el primer paso de un camino muy largo que queda por recorrer. “Lo que se había hecho antes era trabajar con grupos de mujeres a través de acciones de sensibilización sobre higiene y saneamiento, pero había todavía un reto importante”, explica Gómez. “Por eso, desde hace un año y medio hay una especialista que trabaja con cada uno de los centros y que vela por la inclusión de la perspectiva de género”.

Este perfil profesional existe desde hace un año y medio en el CDTUB de Allada, una comuna beninesa de más de 120.000 habitantes. Se presenta como Madame Anaïs, es fisioterapeuta y ahora también punto focal de género de este hospital, mantenido por la Fundación Follereau Luxembourg y Anesvad.

En su amplio salón de actos se celebra una reunión de seguimiento de proyectos a la que acude una docena de personas: el director, el contable, el responsable de fisioterapia, la trabajadora social, las representantes de Anesvad... Y Madame Anaïs. Todos desgranan el curso de las actividades en marcha y, cuando terminan, Flora Houndjrebo indica que la punto focal de género también va a detallar cómo va su gestión. Se escuchan risitas entre los asistentes varones quienes, claramente, no toman en serio esta parte de la reunión. Pero Madame Anaïs, aparentemente inmune a los cuchicheos, relata pacientemente su experiencia en el puesto. “Para ellos esto no tiene importancia, son ‘cosas de mujeres’, pero hay que persistir porque no vamos a cambiar una mentalidad en un día ni en un año”, enfatiza Gómez.

Elise Akvi lleva desde enero cuidando a su hija Chantalle, de 10 años, ingresada con Buruli en el CDTUB de Lalo. También se hace cargo de su hijo menor, que lleva a la espalda.
Elise Akvi lleva desde enero cuidando a su hija Chantalle, de 10 años, ingresada con Buruli en el CDTUB de Lalo. También se hace cargo de su hijo menor, que lleva a la espalda.Yanick Folly

De hecho, uno de las batallas más complicadas, pero más emocionantes en Benín, es incorporar a mujeres con educación superior a puestos de responsabilidad. Según los datos de 2019 del Programa de la ONU para el Desarrollo, el 61% de las mujeres accede a educación secundaria frente al 68% de hombres y la diferencia en el acceso al mundo laboral aún es mayor: el 47,2% de las mujeres mayores de 15 años frente al 67,2% de los hombres. “Aquí, estudiar Medicina es un privilegio que muy poca gente puede tener. Y cuando las familias no tienen los recursos suficientes para que todos los hijos puedan estudiar, se privilegia al chico. Son pocas las médicas, pero cada vez hay más”, añade la cooperante.

En los últimos años, Anesvad las ha privilegiado a ellas en los procesos de selección, siempre y cuando las aptitudes académicas sean similares.“Me imagino que ellos siguen pensando un poco que son mis caprichos, pero se están dando cuenta de que las mujeres son igual de potentes y tienen un montón de capacidades”, asegura Gómez. Comenzaron con un proyecto piloto en el que se daba formación en cuidados básicos de salud, y a partir de ahí salieron varias que han acabado estudiando doctorados, como Houndjrebo, que hoy es la cara visible de Anesvad en el país y enlace con la sede de España. Ellas son la prueba de que algo está empezando a cambiar en Benín, guste o no guste.

Mientras, en Sedjenedou, el animado debate se alarga durante más de tres horas en las que los vecinos siguen planteando grandes interrogantes que demuestran cuánto trabajo queda por hacer:

―Mi hija menor de edad se fue a Nigeria y volvió embarazada. ¿Qué hago con ella?― pregunta un padre. En vez de comprensión, recibe una bronca de una vecina por dejar que la cría se fuera sola a otro país.

―Tu responsabilidad es hacerte cargo, y la niña tiene que seguir estudiando―, le advierte otra.

El progenitor asiente y no replica. Hoy, los hombres de esta pequeña comunidad rural beninesa volverán a casa con mucho en lo que pensar.

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Sobre la firma

Lola Hierro
Periodista de la sección de Internacional, está especializada en migraciones, derechos humanos y desarrollo. Trabaja en EL PAÍS desde 2013 y ha desempeñado la mayor parte de su trabajo en África subsahariana. Sus reportajes han recibido diversos galardones y es autora del libro ‘El tiempo detenido y otras historias de África’.

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