Evitar la mutilación genital femenina es amor
Para erradicar las prácticas de la ablación en diversos países de Asia y África, el proyecto Chain presenta un manual destinado a profesionales y mujeres migrantes convertidas en formadoras en su propia comunidad
“Estaba contenta. La noche anterior no podía dormir por la emoción, como si fueran a venir los Reyes Magos. Tenía cinco años. Por la mañana, me mandaron a comprar las cuchillas: compré dos”. Es fácil sentir escalofríos subiendo por las piernas cuando se escucha el testimonio de Asha Ismail, hoy presidenta de la ONG Save a Girl. Save a Generation, con base en España. Ismail nació en Kenia, uno de los países en cuyas áreas rurales aún se lleva a cabo la mutilación genital en niñas.
Es una práctica que no tiene nada que ver con ninguna religión ni está escrita en los libros sagrados; se basa en creencias que han ido pasando oralmente de madres a hijas, siempre entre mujeres. De hecho, los argumentos sobre sus beneficios varían de una región a otra, de Yemen a Guinea Conakry o Camerún, e incluso los tipos de escisión son distintos y causan diferentes daños, algunos permanentes y dolorosos de por vida. Actualmente, Ismail tiene una hija de 32 años y dos nietas, y puede pronunciar el alivio en una breve frase: “Para ellas, esto ya es historia”.
Las palabras de Asha Ismail son imprescindibles, una vez más, para comprender la necesidad de seguir trabajando por las mujeres que sufren ablaciones en presente, en este caso, a través del proyecto lChain de intervención en casos de mutilación genital femenina y matrimonio forzado, que en España ha llevado adelante su organización, con financiación de la Unión Europea. El programa –coordinado por Terre des Femmes, y en el que han participado asociaciones de Alemania, Italia, Francia y Bélgica– pretende ofrecer herramientas a profesionales que trabajen con mujeres en riesgo de sufrir mutilaciones o matrimonios forzados, así como formar a personas que lo hayan sufrido y deseen participar en la sensibilización de sus comunidades. Sus primeros resultados acaban de presentarse, esta semana, en un acto Madrid, sostenidos por la memoria del propio dolor.
“Al volver, sí me asusté un poquito, porque apenas entré me quitaron la ropa interior y mi abuela me agarró por los brazos, mientras con sus piernas abría las mías, inmovilizándome”, continúa Asha. “Entonces vino la señora. Empezaron. Me acuerdo del sonido de la cuchilla cortándome. Grité, aunque no me salían lágrimas, y me metieron un trapo en la boca, porque los gritos son una señal de debilidad. Para mí, estuvieron cortándome durante una eternidad y, finalmente, cuando terminaron, comenzaron a coser. Porque lo que a mí me hicieron fue lo que se llama infibulación, que consiste en cortar labios mayores y menores y la parte más visible del clítoris, y luego coser todo, de tal manera que queda abierto solamente un pequeño agujero para las necesidades (el dolor es tan difícil de describir). Luego lo taparon con una hierba casera, para que se pegara, cicatrizara y quedara cerrado”.
Y continúa: “Después, te atan desde la cintura hasta los dedos gordos del pie, para evitar los movimientos. Ese día, rechazaba el dolor, pero no sabía que lo que me habían hecho era un daño permanente. Que mis problemas se iban sumando según iba creciendo. Vienen complicaciones, infecciones, la regla y finalmente el momento en que me tuve que casar, en que te abren y te penetran al mismo tiempo. Me quedé embarazada y durante este embarazo deseaba tener un niño, un varón, con todas mis fuerzas, para que no pasara por lo que había pasado yo. Tras el parto, la enfermera me dijo: ‘Estás rota como un trapo viejo’. Al saber que una niña, lloré por ella: ¿qué le esperaba? Desde entonces, comencé a contactar con madres como yo, que me daban la razón… y así empecé a intentar que las madres rechazasen estas prácticas”.
200 millones de menores de 18 años son víctimas de la mutilación genital en 30 países, según cálculos de Unicef
Desde hace dos décadas, Asha Ismail vive en España, donde también sintió el imperativo de continuar con su campaña. A Europa llegaban mujeres de diferentes países de Asia y África, que no han dejado de sentir la amenaza sobre sí mismas o sus hijas. Mujeres que, en un inocente viaje de vacaciones, pueden caer en manos de la señora o la abuela que quiere hacer cumplir las tradiciones a rajatabla. Las mujeres sin corte no son limpias, creen, o no conseguirán marido o cualquier otra explicación relacionada con el honor o la apariencia de un determinado comportamiento moral. Así, caso a caso, hasta sumar a los 200 millones menores de 18 años que, en la actualidad son víctimas de la mutilación genital en 30 países, según cálculos de Unicef.
Para mostrar tal herida, en el acto de presentación del programa de Save a Girl, la directora y actriz guineana Aïcha Camara habló de su cortometraje sobre dos niñas tratando de escapar de la confabulación familiar contra sus cuerpos. En ese marco pudo verse, también, el emocionante cortometraje Mariama, producido por la Unión de Asociaciones Familiares (UNAF) y dirigido Mabel Lozano, con la narración de Ibrahim Bah, quien, contra la opinión de su propia madre, salvó a su hija de la mutilación, quizá gracias a un instinto seguido desde su infancia, cuando visitó a su hermana, en la casa de la señora, sufriendo y alegre a la vez, porque había cumplido su deber familiar. “Evitarlo es un acto de amor”, insiste Bah, intentando convencer a quienes tienen miedo de romper las tradiciones.
No hay recetas: solo la escucha
A través del programa Chain, se ha elaborado un manual de intervención social y profesional que nació con la premisa de “no imponer costumbres europeas y, en cambio, poner el acento en la escucha”, según su coordinadora Ángela Hidalgo-Barquero. Se trata de una herramienta dirigida a trabajadores sociales, médicos, personal sanitario y agentes de las fuerzas de seguridad, pero también a mujeres migrantes que deseen sumar estos conocimientos a sus experiencias traumáticas.
“Me acerqué al programa porque en mi país, Mali, he visto a muchas mujeres (y yo misma) que han pasado por esto. A mí me lo hicieron cuando era muy pequeña (tenía dos años) y no me acuerdo de nada, pero el daño está ahí para toda la vida. En mi caso, tuve suerte porque me cortaron solamente un parte del clítoris. Además, en mi familia, como en casi toda la ciudad de Bamako, ya casi no se practican ablaciones. Pero en los pueblos sí y ahora podemos ir allí a informar. La formación también significa conocer el cuerpo de las mujeres, aprender sobre la reproducción”, expresa Koumba Sylla, madre de dos niñas de tres años y seis meses.
Koumba es una de las ocho personas (siete mujeres y un hombre) de siete países (Bangladés, Nigeria, Mali, Somalia, Senegal, Congo y Marruecos) que asistieron a los cursos de Save a Girl. Save a Generation no solo para comprender y erradicar las mutilaciones y los matrimonios forzados, sino también para acompañar a otros grupos de su entorno.
“Este tipo de guías no serían necesarias si los profesionales europeos tuvieran formación pertinente en sus carreras”, afirma la mediadora social María Gascón, autora del manual. “No pretendemos proporcionar un recetario, sino apenas dar algunas pautas de procedimientos. No hay recetas, pero sí queremos transmitir que el resultado de una intervención puede ser reparador o revictimizador”, enfatiza para dejar claro que hay riesgos evidentes al acercarse a las víctimas sin empatía o ignorando sus contextos.
Por ejemplo, al usar, en seco, palabras inadecuadas, como “mutilación”, que no se corresponden con el afecto que las mujeres suelen sentir hacia las personas que las empujaron a hacerlo o que las intervinieron, porque entre ellas están sus madres y otros seres queridos, en los que depositan su confianza. “Esa dureza de los términos contradice la intención de las familias. Sin empatía no se puede entender por qué una mujer le hace eso a su hija y, mucho menos, descubrir qué necesita o qué problemas hay detrás”, opina Gascón.
Reconocer contradicciones que podrían ser las nuestras es una tarea para la que hace falta entrenamiento. A esta complejidad se agrega el hecho de que estas prácticas mantienen una relación paradójica con los supuestos de la violencia de género, según la mediadora, puesto que no cumplen con las condiciones (aquí, el victimario no es un hombre sino una mujer), y tampoco son iguales las intenciones, porque sus madres o sus abuelas quieren el bien de las niñas. Hubo una época en que las clitoridectomías sí eran ejecutadas por hombres, y más específicamente por médicos victorianos, hasta bien entrado el siglo XIX en Europa, en casos relacionados con los nervios o desarreglos uterinos que propiciaban la masturbación.
A propósito, la guía expone las especificidades médicas sobre los tres tipos de mutilación –clitoridectomía, escisión e infibulación– y sus diferentes consecuencias. También contiene una aproximación a las posibles actuaciones en el ámbito jurídico europeo, bajo el paraguas del Convenio de Estambul sobre violencias contra las mujeres, y en lo relativo a los delitos de lesiones en los que se encuadrarían estos casos, dentro del Código Penal español. Por último, la mediadora María Gascón realiza una advertencia: “Los profesionales tenemos que tener mucho cuidado a la hora de hacer una denuncia, porque si no estamos seguros de que existe tal riesgo o está fundamentado, la denuncia puede provocar más daño a esa niña y a su familia”.
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