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COP26
Tribuna
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La COP que no debería haberse celebrado

La Cumbre del Clima se ha traducido una vez más en palabras bonitas y punto: presupuestos insuficientes o proyectos no vinculantes. Lo que realmente está detrás de la falta de acuerdos es la brecha entre ricos y pobres

COP Glasgow
La comparecencia del primer ministro británico, Boris Johnson, durante la COP26.OWEN HUMPHREYS (AFP)

La COP26 terminó. Probablemente hubiera sido mejor que no hubiera empezado. Nos habríamos ahorrado toneladas de combustibles fósiles utilizados por los aviones que se han desplazado a Glasgow desde los lugares más variopintos del planeta, hacia la Cumbre del Clima. Hace poco más de un mes en otro artículo publicado en este diario y que se titulaba Octubre urbano, ¿algo que celebrar? ya terminaba diciendo al referirme a este encuentro: “Sería muy importante que se tomaran acuerdos concretos relativos al modelo de ciudad que modificara el rumbo que llevamos. Acuerdos que, por una vez, penalizaran a los incumplidores y favorecieran a los que consiguen llevarlos adelante”. Veamos cómo han quedado los elementos críticos que se refieren no solo a la ciudad sino al territorio en general.

Deforestación

Uno de los primeros acuerdos fue el referido a la deforestación. Unos 130 países se comprometieron a detener “y revertir” la deforestación “en esta década”. Eso sí, a cambio de una financiación de unos 16.500 millones de euros. Financiación que a la Coalición de Naciones con Bosques Tropicales les pareció una miseria.

Está muy bien esto de detener la deforestación y reforestar lo deforestado, pero no es oro todo lo que reluce. Es evidente la necesidad de detener la tala de los bosques que quedan en el planeta, pero ya se levantan muchas voces críticas denunciando los problemas que crea la reforestación indiscriminada y masiva. De cualquier forma, lo peor del acuerdo es el plazo de 10 años cuando es urgente pararla, y el hecho de que no se arbitran sistemas para controlar y penalizar los incumplimientos. Una vez más: bonitas palabras y punto.

Metano

El segundo se refiere al problema del metano. Más de 100 países se han comprometido a reducir un 30% sus emisiones de metano para el 2030. Sin embargo, ni la India, ni China, ni Rusia han firmado. Y solo estos tres países emiten el 35% de todo el metano producido de origen humano. Es importante decir que el metano provoca un calentamiento 80 veces superior al CO². La ventaja es que dura poco en la atmósfera, unos diez años, mientras el CO² dura siglos. Este acuerdo sería muy importante (aunque insuficiente) si realmente se cumpliera. Pero claro, tampoco es vinculante.

Carbón

Y el tercero es el relativo a la reducción en el uso del carbón. En este caso solo han sido 40 los países que se han comprometido en eliminar su uso. Países entre los que no se encontraban, por ejemplo, ni China, ni Estados Unidos. En cualquier caso, en lo referente a las emisiones de CO² se pide a todas las naciones que “reduzcan de forma paulatina el uso del carbón y las subvenciones ineficientes a los combustibles fósiles”. Es decir, que cada cual haga lo que quiera. Este ha sido uno de los problemas en los que han surgido más desavenencias y que casi imposibilita llegar a un acuerdo aunque este sea sencillamente un lavado de cara a la conferencia.

Lo que realmente está detrás de todos los problemas y la falta de acuerdos es la diferencia entre países ricos y pobres. Se supone que el crecimiento de los países ricos se ha hecho a costa de los no tan ricos. No hay más que mirar las huellas ecológicas de unos y otros. Y se ha hecho, básicamente, contaminando. Y ahora, cuando estamos ya en una senda irreversible, es cuando nos acordamos de que para cambiar el rumbo es necesario que los más pobres no contaminen. Es decir, tal y como se entiende el desarrollo, “que no se desarrollen” porque, de lo contrario, contaminarán. Por supuesto, camuflando convenientemente estas palabras y partiendo de la base de que no hay otro modelo de avance distinto al conocido hasta ahora.

Se supone que el crecimiento de los países ricos se ha hecho a costa de los no tan ricos. No hay más que mirar las huellas ecológicas de unos y otros

En definitiva, al repasar tan maravillosos logros he recordado una fábula de Samaniego que uno de mis profesores de Primaria nos hacía recitar y que nunca he olvidado. Se llamaba Los gatos escrupulosos que en su versión corta del original de 1784 dice: “¡Qué dolor!, por un descuido Micifuz y Zapirón se comieron un capón, en un asador metido. Después de haberse lamido, trataron en conferencia [COP26] si obrarían con prudencia en comerse el asador. ¿Lo comieron? No señor. Era caso de conciencia”.

Algunos años después me encontré en la Enciclopedia Álvarez con una coletilla explicativa: “Como estos dos gatos obran muchas personas. No tienen escrúpulo alguno para atropellar todo lo que se les pone por delante [los países que están hoy en la miseria] con tal de beneficiarse ellas. Pero, ah, cuando una cosa no está a su alcance o no le interesa, ¡Qué honradez la suya! Al igual que los gatos de la fábula se comen la carne y dejan el asador alegando que, el comerlo, sería faltar a su escrupulosa conciencia”.

Ya una vez comidos los recursos que nos suministra el planeta, procedentes en parte de los países más desfavorecidos, los mandatarios mundiales se reunieron en conferencia para decidir si era posible comerse el asador (es decir, el resto de planeta). Eso sí, previamente han deliberado, incluso con prórroga, si habría alguna forma de hacerlo comestible. Como tal cosa no parecía posible ni siquiera fueron capaces de reconocerlo como Micifuz y Zapirón, aunque fuera un “caso de conciencia”, y han optado por dejar en manos del propio sistema la adaptación a la nueva situación.

Por supuesto que el planeta se adaptará y seguirá asando capones aunque, por desgracia, probablemente algunos de estos seremos parte de nosotros mismos al no ser posible esquilmar más a los más pobres. Lo que significa que mucha gente va a sufrir mucho.

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