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Una ración de tilapia para el pueblo saharaui

La primera piscifactoría en un campo de refugiados abrió en 2019 en Tinduf. La producción ya está aportando proteína saludable a la maltrecha dieta de la población más vulnerable

Una piscifactoría en medio del desierto del Sáhara permite introducir pescado en la dieta de los refugiados.
Una piscifactoría en medio del desierto del Sáhara permite introducir pescado en la dieta de los refugiados.ÓSCAR CORRAL
Alejandra Agudo

Galletas. Pasta. Arroz. Harina. Leche. Patatas. Algo de carne, a veces. Dos huevos al mes. La ayuda humanitaria no da para más: una cesta básica rica en carbohidratos y con poca proteína. Casi medio siglo de dieta refugiada en una tierra prestada en medio del desierto de Argelia ha dejado tocada la salud de la población saharaui en los campamentos que habitan en Tinduf desde 1975, cuando Marruecos se anexionó la excolonia española del Sáhara Occidental. El pescado lo comían enlatado, y cada vez menos. Hasta ahora. La primera piscifactoría en un campo de refugiados comenzó a funcionar aquí en 2019 y ya está distribuyendo las primeras producciones a los hospitales y entre la población más vulnerable.

La granja de peces se empieza a vislumbrar en la línea recta del horizonte, a menos de una hora en coche desde el asentamiento de Bojador. Nada más que arena a la izquierda, mismo paisaje a la derecha. No hay camino, ni más referencia que el esqueleto de algún vehículo abandonado. Y de repente: un oasis. El conjunto verde de palmeras indica dónde se encuentra el sitio de N’khaila, un centro agrícola donde se cultiva, se crían gallinas y que ahora alberga una gran piscifactoría que está siempre abierta. “Esto trabaja 24 horas. Hay dos turnos, cada cuatro días sube un equipo porque estos son seres vivos y hay que cuidarlos”, explica Chabai Mayu, saharaui de 45 años, veterinario y director del proyecto.

En los tanques de dos toneladas y bajo techo nadan las tilapias adultas. Unas del Nilo, otras rojas. En una de las piscinas del exterior, 120 hembras y 40 machos están rodeados de sus pequeños alevines, más otros 4.000 en otro depósito y 6.000 peces ya en ceba hasta que alcancen los 250 gramos, el peso idóneo para su consumo. “Esperamos sacarlos en diciembre”, anuncia Mayu. La primera gran cosecha desde la puesta en marcha del lugar se hizo el pasado agosto: 1,4 toneladas de pescado que se ha estado repartiendo a razón de 50 kilos a la semana para el hospital nacional en la ciudad administrativa de Rabuni y 15 para cada uno de los cinco hospitales de menor tamaño en las wilayas (asentamientos).

“La tilapia del Nilo y la roja son peces comerciales que se pueden reproducir y hacer crecer rápido. Desde que nace, en siete meses con buenas condiciones, alcanza los 250 gramos, el peso comercial. Son de agua dulce y fáciles de llevar”, detalla el veterinario. “Para los países del tercer mundo es una buena manera de producir en poco tiempo”, añade. Pese a ser un pez resistente al clima extremo del desierto y la salinidad de sus pozos de agua, muchas cosas pueden salir mal. Teslem Sidi Ali, de 28 años, es una de las tres biólogas encargadas de vigilar el bienestar de los peces. “El pH es importante. Sus propios excrementos tienen amoniaco y se pueden ahogar. A diario controlamos esto, y también la temperatura, la alimentación para su edad, la cantidad y el tipo…”, enumera mientras examina el interior de uno de los tanques. “Observamos cómo están, si no nadan bien, si tienen enfermedades. Y cada 15 días tomamos una muestra y lo abrimos para ver si hay algo raro dentro”, agrega.

Yo soy saharaui y me pertenece una tierra rica en pescado. Y estoy aquí produciendo uno de quinta
Chabai Mayu, director de la piscifactoría

“Lo que el mundo nos hace, se lo hacemos a los peces… Son refugiados”, reflexiona Sidi mientras pasea entre las piscinas. Encerrados, lejos de su tierra, en el desierto. “Nosotros tenemos nuestro mar, pero aquí estamos. Mis abuelos ven estos ejemplares y dicen que son pequeños comparados con los que recuerdan que capturaban en el Atlántico”. Para Mayu, dirigir una piscifactoría es una ironía: “Yo soy saharaui y me pertenece una tierra rica en pescado. Y estoy aquí produciendo uno de quinta”. Ambos reivindican la pertenencia del Sáhara Occidental al pueblo saharaui. “Toda Europa come de nuestro mar y nosotros podríamos vivir de él”, lanza la joven.

En este sentido, el Tribunal General de la Unión Europea ordenó el pasado septiembre anular los acuerdos de comercio y pesca suscritos entre Marruecos y la UE, tal como reclamó el Frente Polisario, porque implican comerciar con productos del Sáhara Occidental y desplegarían sus efectos sobre un territorio que la comunidad internacional no reconoce como parte de Marruecos. Eso no significa que los saharauis vayan a poder regresar a la excolonia española y pescar en sus aguas. Pero les reconoce como interlocutores necesarios para que otros puedan explotar sus recursos. Así lo analiza Mayu: “Lo ideal es resolver el problema político. Y si falta mucho para eso, mientras tanto, hay que sentarse con nosotros para hablar de lo que es nuestro. Políticamente, hemos ganado que somos indispensables para negociar. Es una ventaja política, es un sitio en la mesa”.

Pese a estas simbólicas victorias, los 14 empleados de la piscifactoría ―nueve peones, tres biólogas, la administradora y el director―, siguen teniendo tarea. Apenas un 12% de los refugiados saharauis goza de una plena seguridad alimentaria, un 30% se levanta cada día sin saber si comerá y el 58% restante están en riesgo de caer a un lado u otro de la estadística. La encuesta más reciente al respecto, del Acnur y el PMA, muestra un deterioro del estado nutricional de la población femenina y los niños entre 2016 y 2019. Ese año, más de la mitad (52,2%) de mujeres en edad reproductiva y el 50% de los menores de cinco años padecían anemia. Y los datos eran peores entre embarazadas y lactantes. El principal factor, anotan los autores del estudio, es la carencia de hierro. Pero también detectaron otros problemas como el incremento de la obesidad y también de la tasa de desnutrición aguda infantil, que había pasado de 4,7% en 2016 al 7,6% en 2019. Y la pandemia, según las observaciones preliminares de las ONG que han regresado hace poco a los campamentos tras más de un año y medio de fronteras cerradas, solo ha empeorado la situación.

Con aquellos datos sobre la mesa, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU, junto con la ONG Triangle Génération Humanitaire (TGH) y el Centro Saharaui de Agricultura y Experimentación, decidieron poner en marcha este proyecto para proveer de proteína saludable a la población y “estimular iniciativas privadas de cría de peces a pequeña escala en los hogares o cooperativas”. Ya había otras experiencias similares que funcionaban con éxito en Argelia y pensaron que era posible llevarla a cabo en los campamentos de refugiados en ese mismo país. Los fondos del buró de migraciones de Estados Unidos y Andorra facilitaron el arranque. “El plan es llegar a vender el pescado a los minoristas en los campamentos”, comenta Abderezak Bouhaceine, del PMA Argelia.

Todavía falta para llegar a esa fase y el reparto se focaliza en embarazadas y población enferma, de ahí que sean los comedores de los hospitales los primeros en recibir las tilapias. “Hay que aportar algo para mejorar las condiciones de vida de los refugiados. Tenemos perspectiva de producir, si todo sale bien, 4,5 toneladas en febrero de 2022″, apunta Mayu. El veterinario, que estudió desde los 13 hasta que acabó la universidad en Cuba y vivió en España muchos años, donde lo mismo trabajó en una empresa de piezas de coche en el País Vasco que recogió aceituna en Jaén, ahora cría a sus dos hijos en los campamentos. Ha regresado, asegura, para “recompensar” lo que ha recibido.

De momento, Mayu tiene dos cosechas más de tilapias bajo su responsabilidad. Mientras recorre las instalaciones, vigiladas con cámara de vídeo y a una temperatura agradable en comparación con la exterior, los animales se amontonan en el borde de las piscinas. “Creen que les vamos a echar de comer”, comenta entre risas el director. De un contenedor de camión donado por la caravana de la paz de Cataluña, que sirve de almacén del alimento para los peces ―soja, maíz, harina de pescado― Ahmed Salem Abba y Addeluahab Mohamed Malimini, los técnicos de turno, extraen unos sacos para satisfacer su hambre. No conviene que se estresen: ellas son las últimas. Al menos, de las que se criarán con la financiación de los actuales donantes. Y tal como recogía el proyecto inicial para que la planta sea independiente de la ayuda humanitaria y autosuficiente, Mayu ya está buscando el modo de continuar con la tarea. “La idea es vender una parte de la producción para mantener esta empresa”, avanza.

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Sobre la firma

Alejandra Agudo
Reportera de EL PAÍS especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras. Antes trabajó en la radio, revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Licenciada en periodismo por la UCM

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