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“Lo hemos perdido todo”: supervivientes de la explosión de Beirut ya no esperan nada de nadie

Un barrio marginal pegado al puerto de la capital de Líbano ha luchado sin cesar por recuperarse desde que se produjera la catástrofe hace ya un año. Sin ayuda del Gobierno, iniciativas como Beirut Urban Lab apoyan a los vecinos afectados

Un chico cuya vivienda en el barrio de Karantina quedó dañada por la explosión del puerto de Beirut duerme en la calle el 13 de agosto de 2020.
Un chico cuya vivienda en el barrio de Karantina quedó dañada por la explosión del puerto de Beirut duerme en la calle el 13 de agosto de 2020.ALKIS KONSTANTINIDIS (Reuters)

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Una autovía es, en apariencia, todo lo que separa el centro de Beirut del barrio de Karantina. Las calles repletas de gente de la capital del Líbano, más modernas, con negocios, tráfico, bares y música —o lo que queda de todo ello, en medio de la grave crisis económica— contrastan con el aspecto de abandono de este asentamiento de chabolas con vistas al puerto destruido, hogar sobre todo de migrantes, refugiados y personas con poca fortuna en la vida.

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Un caluroso lunes por la mañana, Amani Shehade, una joven beirutí residente del lugar sin nada mejor que hacer, invita a acceder a su pequeña casa. “Antes de la explosión, éramos capaces de sostener nuestras vidas, vivíamos el día a día y no necesitábamos ninguna ayuda de nadie”, relata con cierta nostalgia, bajo la mirada y aseveración de Ziad Al Saad, su prometido, con quien todavía no puede casarse por la falta de dinero. “Teníamos un negocio y lo hemos perdido. Hacíamos comida artesana y la guardábamos en la nevera”. Luego la servían en grandes banquetes, fiestas y celebraciones, de sus clientes, entre ellos algunas ONG, la Universidad Americana de Beirut (AUB) e incluso agrupaciones de la iglesia evangélica.

La explosión de 2.750 toneladas de nitrato de amonio en el puerto de la capital libanesa, que mató a más de 200 personas aquel fatídico 4 de agosto de 2020, está grabada a fuego en la memoria de cualquier beirutí. Cada habitante recuerda qué hacía a las 18:07 hora local, en el momento de la detonación, y se habla de ello en conversaciones callejeras cuando ya queda lejos el primer aniversario del desastre. Shehade se encontraba en el comedor con su madre, cobijadas bajo el aire acondicionado del calor abrasador de agosto. Tiene fotografías en el móvil de su progenitora, instantes después, llena de sangre, ya que una de las paredes le cayó encima. Afortunadamente, sobrevivieron. Una ONG les ayudó posteriormente a reconstruir la pared, pero han aparecido humedades y, ahora, asegura la joven, nadie se responsabiliza de ello.

Amani Shehade en su dormitorio, junto a las humedades que han vuelto a aparecer en la pared de su casa, tras la reconstrucción.
Amani Shehade en su dormitorio, junto a las humedades que han vuelto a aparecer en la pared de su casa, tras la reconstrucción.Nùria Vilcom

La historia se asemeja a la de su vecina de enfrente, que también invita a los extranjeros a sentarse en un comedor repleto de familiares que entran y salen, sin percatarse demasiado de la visita. “Se destruyó toda la casa, lo perdimos todo. Durante los tres meses siguientes algunas organizaciones nos ayudaron con alimentos, reparando las puertas, ventanas... Pero ahora no recibimos ningún apoyo”, lamenta Amal Mohammad Al Ousman. “Circulan noticias falsas en internet que dicen que Karantina es el barrio que ha atraído más apoyo, pero no es verdad”.

Además, culpa a las autoridades locales de no colaborar. “El Ayuntamiento dice a las ONG: ‘No intervengáis, dadnos el dinero y lo haremos’. Y después se quedan con los fondos”, critica Al Ousman. En esta familia solo trabaja uno de los hijos, como repartidor de comida a domicilio. La madre, ya mayor, sigue la conversación desde la cama, conectada a un inhalador por sus problemas respiratorios cuando la electricidad, escasa en Líbano, lo permite. El padre camina lentamente con el apoyo de muletas. Aquel 4 de agosto, en el momento del impacto, se encontraba en el baño. Cayó y, desde entonces, tiene problemas en sus rodillas.

Edificios del barrio de Karantina de Beirut dañados por la explosión en el puerto el 13 de agosto de 2020.
Edificios del barrio de Karantina de Beirut dañados por la explosión en el puerto el 13 de agosto de 2020.ALKIS KONSTANTINIDIS (Reuters)

Shehade, que accede al hogar de Al Ousman como si fuera el suyo, por la amistad entre vecinas, lamenta que el estallido dejara inservibles la mayoría de los electrodomésticos de su casa. Sin el elemento esencial de su trabajo como cocinera para eventos, solo le queda depositar la comida que prepara en pequeños tarros de vidrio para venderla entre los vecinos. En el plano personal, cuenta: “si por la noche necesito comer algo, voy a la nevera de casa de mi hermano”, pues vive en otro apartamento pegado al suyo.

Sin nevera, ni tampoco horno, los ingresos son mucho menores y esto, claro, afecta a su día a día. “Antes teníamos tres comidas al día: desayuno, almuerzo y cena. Ahora solo podemos tener una”, lamenta Shehade. “Estamos de alquiler en este apartamento. Pagamos 500.000 liras (282 euros según el cambio oficial). En los últimos dos meses no lo hemos podido pagar, y este ya es el tercero”. 500.000 liras, en la grave crisis económica que vive el país y por la hiperinflación de la moneda, ahora equivalen a poco más de 20 euros. Pero para los libaneses que no tienen la suerte de recibir dinero en dólares o cualquier otra moneda, esta sigue siendo una cantidad importante, y más teniendo en cuenta el aumento de precios de los productos básicos durante la crisis.

Las secuelas de Karantina

La proximidad con el puerto hace que, más allá de la economía, la deflagración resuene dentro de cada persona. Situaciones del día a día pueden, de repente, hacerles revivir aquel trauma. “¡Por supuesto que tenemos secuelas!”, exclama Shehade sin pensarlo. “Hace unos días escuchamos a un avión por la noche y todas las mujeres salimos a ver qué era”, añade. Se refiere a la intromisión de un avión israelí en el espacio aéreo libanés, una “flagrante violación del espacio aéreo del Líbano que causó pánico entre la población”, según la ministra de Defensa libanesa Zeina Akar. Shehade, además, asegura que los vecinos, como ella, tienen miedo cuando escuchan fuegos artificiales. Y es comprensible que sea así, ya que el desastre en el puerto empezó con ese sonido, que pudo escucharse desde su casa.

Unos voluntarios retiran escombros de un edificio de Karantina dañado en la explosión en el puerto de Beirut el 13 de agosto de 2020 .
Unos voluntarios retiran escombros de un edificio de Karantina dañado en la explosión en el puerto de Beirut el 13 de agosto de 2020 .ALKIS KONSTANTINIDIS (Reuters)

Pero este no es el primer trauma al que se enfrenta el barrio. Creado en 1815, toma el nombre de Karantina porque servía en sus inicios para acoger en cuarentena a aquellos que llegaban al puerto. Hoy en día es hogar de libaneses, refugiados palestinos o refugiados sirios desde 2011. Los que llevan más tiempo recordarán el evento ocurrido durante la guerra civil en el país. Era 1976 y Karantina, habitada principalmente por palestinos musulmanes y enclavada en el Beirut Este –mayoritariamente cristiano–, vio como las falanges cristianas y ultraderechistas tomaban la zona y mataban a entre 1.000 y 1.500 personas, la mayoría musulmanas. Días después, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que controlaba Karantina, atacó en represalia a un pueblo del sur de la capital libanesa de mayoría cristiana, en la que se conoció como masacre de Damour.

Un pueblo dentro de Beirut

Tras ese evento traumático, y después de la guerra, la paz –siempre tan frágil en Líbano–, volvió. Karantina “es un pueblo dentro de una ciudad. Esto es lo que lo hace diferente. Sientes que no eres parte de Beirut, pero al mismo tiempo perteneces a ella porque todo está muy cerca de ti. Cruzas la autovía y ya estás en el centro de la ciudad”, sostiene Amani.

Karantina no existiría sin el puerto, y ahora ha sido este el que ha jugado una mala pasada a sus habitantes. El Gobierno no ha contribuido a la reconstrucción de los miles de viviendas dañadas por la explosión, sino que han sido distintas ONG las que se han volcado a ofrecer un primer apoyo. Visitaron el barrio Ali Ghaddar, investigador de Beirut Urban Lab, un proyecto de la Universidad Americana de Beirut concebido como “espacio de investigación” del que Shehade también forma parte, y Wael Al Saeed, investigador local entrenado por el mismo proyecto. Mediante un proceso participativo con sus habitantes, han diseñado la reconstrucción y reorganización del espacio en sus calles, centrado en las personas. Karantina, aseguran, les servirá de primer estudio para después aplicarlo en otros vecindarios.

Desde Beirut Urban Lab calculan que hasta 300.000 viviendas se han visto afectadas por la explosión

Desde Beirut Urban Lab calculan que hasta 300.000 viviendas se han visto afectadas por el desastre. Hasta este mes de febrero, preguntados por la entidad, solo el 33% de las construcciones ha finalizado su reparación, mientras que el 21% todavía no ha podido empezar. No obstante, el 81% de la población asegura haber recibido apoyos de organizaciones benéficas, aunque el problema, asegura Ali Ghaddar, recae en el hecho que “muchos residentes no son capaces de sostenerse económicamente a largo plazo porque han perdido sus negocios por la pandemia y la crisis económica”, además de por la explosión. En concreto, calcula que el 70% de los habitantes de Karantina está en situación de desempleo. Está considerado uno de los barrios más insalubres de todo Líbano.

Para Amani Shehade, la solución para salir de esta crisis económica sería tan sencilla como que los residentes de Karantina obtuvieran un trabajo en el puerto. “Nadie trabaja allí. Culpamos al Estado porque hay monopolio, clientelismo”, asevera. Las razones del abandono, las tiene claras: “Los políticos no nos preguntan por nuestras necesidades porque es un barrio de refugiados y migrantes y no pertenece a ningún partido político”.

“La gente solía decir que los días venideros serían mejores. No, no, día tras día siempre va a peor. Si tuviera la oportunidad de irme del país, me iría. Espero poder irme”, concluye Shehade, resignada. Miles de libaneses ya lo han hecho.

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