Los viajes que cambiaron a Thao Phuong: de niña balsera vietnamita a diseñadora de moda y defensora de artesanas
Fue refugiada y triunfó en el sector textil. Afincada hoy en Barcelona ha dejado la industria de la ropa y buscado un camino para conectar su pasión por los tejidos con la lucha por la sostenibilidad y contra la trata en su Vietnam natal
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Thao Phuong fue una niña balsera. Así llamaron (boat people) a los vietnamitas que huyeron de su país en los años posteriores a la guerra. Nació en 1979 y cuando tenía apenas ocho meses, sus padres emprendieron un viaje en busca de una vida mejor. “Fuimos refugiados. No es algo de lo que ellos hablen mucho, solo me han contado que lloraba todo el rato”, relata. Su primer destino fue un centro de detención de inmigrantes en Indonesia. Finalmente, se trasladaron a Melbourne, la capital de Australia. Allí creció y vivió hasta que, con 17 años, regresó por primera vez junto con sus progenitores a Vietnam.
Aquel viaje fue su primera reconexión con sus raíces de las que nunca se había desprendido del todo. “Todos los fines de semana, mis padres me llevaban a una escuela vietnamita para aprender el idioma. Yo no quería ir a clase los sábados, pero ahora se lo agradezco”, reconoce. Hablar la lengua materna le ha permitido después hacer muchos más viajes de ida y vuelta. Y su identidad dual, al sentirse de dos lugares, alimentó su curiosidad por conocer las distintas culturas.
Durante su infancia, Phuong también desarrollo su pasión por los textiles. “Mi madre era costurera y tenía el taller en el patio de casa. Recuerdo estar rodeada de patrones y telas. Y jugaba a vestir a mis muñecas”. Cuando llegó el momento, se matriculó en la escuela de moda y después consiguió su primer trabajo en una firma nacional. “Aprendí que para diseñar no solo tienes que saber dibujar, sino también hacer patrones, coser, encajar las prendas...”. Cuando se sintió lista, lanzó su primera colección propia en Australia. “Fue un momento muy especial”, asegura. Y fue el inicio de otro gran viaje.
“Sentí que quería explorar el mundo y me fui a Londres para seis meses”. No regresó a casa hasta un año y medio después, ríe al contarlo. Le siguieron otros destinos: Nueva York, Hong Kong, Singapur, Shanghái... “Siempre por trabajo”. Phuong se había hecho con un hueco de diseñadora en la industria de la moda y recorría el mundo. Hasta que en 2015 recaló en Barcelona, donde trabajó para Inditex como diseñadora de prendas femeninas para la marca Massimo Dutti durante cuatro años. De aquello hace seis años. “Es el lugar en el que más tiempo he vivido”, afirma en inglés porque no se atreve todavía a una entrevista en español.
Del mismo modo que había encontrado en la ciudad condal un sitio en el que quedarse y bajar el ritmo, Phuong sintió que la frenética industria de la moda tenía que hacer lo propio. Este sector es responsable del 8% de gases de efecto invernadero y consume 215 billones de litros de agua al año. Son datos actualizados de la Alianza de las Naciones Unidas para la Moda Sostenible, que también calcula los textiles son origen del 9% de los microplásticos que contaminan los océanos.
En sus vacaciones de 2017, Phuong viajó a Sa Pa, en el norte de Vietnam, donde conoció a Tà Mây, una indígena de la etnia Red Dao que le enseñó técnicas de bordado tradicional de su tribu. “Me inspiró”, dice. “Después de conocerla, me di cuenta de que había cambiado mi mundo”. Cuando regresó a España, todo le parecía “estéril”, rememora la diseñadora. “Las paredes blancas de la oficina no me decían nada”.
Pero todavía quedaba una aventura más que modificaría la trayectoria de Phuong. En 2018 regresó a Vietnam, en Láo Cai visitó una casa de acogida de supervivientes de tráfico de personas. Allí se dio cuenta de la estrecha relación entre la vulnerabilidad de niñas y mujeres jóvenes y la pérdida de la tradición textil en las comunidades remotas.
Pese al valor cultural de la artesanía textil vietnamita, las indígenas que atesoran el conocimiento ancestral del tejido son de vida humilde. “Las hijas ya no quieren aprender las técnicas de sus madres y abuelas porque creen que no van a ganar nada. Y piensan que si se marchan a la ciudad, tendrán más oportunidades. Eso las convierte en blanco fácil de mafias e incluso familiares que las engañan prometiéndolas empleos cuando en realidad las someten a matrimonios forzados, las explotan, las prostituyen o incluso las obligan a pasar drogas a otros países”, detalla.
Después de 20 años de exitosa carrera, Phuong concluyó que trabajando como diseñadora en la industria de la moda no solucionaba nada. “Quería hacer algo para cambiar. Me sentí una privilegiada al conocer las historias de las víctimas de tráfico humano. Y no podía seguir contribuyendo con los valores de una industria que despreciaba los conocimientos de producción artesanal de las tribus”. Cuanto más compartía estas reflexiones, más personas encontraba interesadas en conocer a estas mujeres y aprender sus técnicas, tejidos, tintes... “Y vi la conexión entre la gente de mi círculo y las indígenas”. Así nació su proyecto TextileSeekers (buscadores de textiles) en noviembre de 2019.
No podía seguir contribuyendo con los valores de una industria textil que despreciaba los conocimientos de producción artesanal de estas tribus
¿Es una agencia de viajes? “No me gusta esa definición porque tiene connotaciones negativas. Lo que hago es conectar a la gente con las tribus y una manera consciente de viajar”. Phuong ya ha organizado, antes de que la covid-19 paralizase temporalmente su actividad, dos expediciones de mujeres que se trasladaron durante ocho días a Sa Pa para convivir y aprender las técnicas textiles de las indígenas, por lo que reciben una contraprestación económica. “Las pago yo misma, sin intermediarios”, apunta la diseñadora que quiere demostrar que “hay otras maneras de viajar y de comprar”. Ella lo llama “retiros” y espera retomarlos en noviembre de 2021.
“Está dirigido a mujeres para respetar la privacidad y costumbres de las indígenas”, acota. Comprometida además con la sostenibilidad, la fundadora de TextileSeekers aloja a las viajeras en un hotel respetuoso con el medio ambiente y se trasladan y consumen de comercios locales. Como Phuong, la mayoría de sus clientas son emprendedoras de industrias creativas que han experimentado sus propias historias de cambio.
Durante los meses en los que la pandemia ha impedido los grandes desplazamientos, Phuong no ha dejado de maquinar cómo ayudar a sus amigas vietnamitas. “He empezado a contactar a marcas para que introduzcan artesanías de estas tribus en sus colecciones. Y que no solo les paguen un precio justo por los productos, sino que además les den un porcentaje de la venta al por menor”, cuenta. Cuanto más digna sea la vida de las tejedoras, piensa, menos probabilidades hay de que las chicas queden deslumbradas por las falsas promesas de un trabajo en la ciudad.
También ha editado un libro en el que cuenta su historia y la de las mujeres que hay al otro lado de sus viajes, comparte recetas de tintes y muestra sus creaciones en una cuidada fotografía. “Es un viaje en palabras e imágenes. Imprimí 100 copias en papel ambientalmente amigable”. 10 de ellas se quedaron en Palma de Mallorca adonde viajó al encuentro internacional de artesanos XTANT para compartir su periplo de una ida y muchas vueltas a los orígenes. Para que otras no sean refugiadas ni traficadas, huyendo de la pobreza. Para no ser parte de un problema y ganarse la vida intentando ser la solución.
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