Así transformó el fútbol este barrio de chabolas
Un modesto equipo deportivo se ha convertido en arma para la renovación de un asentamiento pobre en Yaundé, en Camerún…. Llegar hasta Etetack no es fácil, pero un día apareció por allí el club catalán Ramassà y... no fichó a ninguno de los jugadores, sino al barrio entero
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Al principio solo era el fútbol y todos parecían contentos con ello, sobre todo los niños (varones) que lo practicaban por las tardes. Pero poco a poco aquel entretenimiento banal ha crecido hasta transformar a todo un barrio conocido como Etetack, en una de las colinas de Yaundé, la capital de Camerún.
Llegar hasta Etetack no es fácil. La mayoría de los taxistas desconoce el camino, hay que guiarles hasta el cruce más cercano. Algunos, cuando comprenden de qué zona de la ciudad se trata, se niegan a continuar. Entonces se impone tomar una mototaxi o uno de los destartalados coches que funcionan como transporte en la zona y que suben el único camino que trepa hasta el corazón del asentamiento informal, el Cruce (Carrefour) de Manga. Llamado así por el bar que lo preside, el Bar de Manga.
En las empinadas calles del barrio se agolpan todo tipo de construcciones. Un amasijo ecléctico de cemento, hierros y chapas de cinc, delante del cual se despliegan pequeños puestos callejeros en los que se ofrece comida, frutas u otras cosas necesarias para el día a día: velas, latas de sardinas, chanclas, linternas, golosinas, jabón, sal, azúcar… O peluquerías donde mujeres y hombres pasan eternidades o talleres que arreglar casi todo, por muy viejo e inservible que parezca. Desde finales del siglo pasado familias llegadas a la capital en busca de trabajo se asentaron en lo que era uno de los grandes bosques que rodeaban Yaundé. Primero aparecieron los hombres y construyeron pequeñas habitaciones donde refugiarse, que luego fueron estirando a medida que llegaba el resto de la familia y los recursos lo permitían.
El único problema de Etetack es la falta de trabajo para los jóvenes y de infraestructuras: no tenemos agua ni electricidad, y las calles, sobre todo cuando llueve, se convierten en ríos de barro
La casa de su majestad Fokem Genglo-Ledoem, jefe tradicional de la zona, es un pequeño laberinto, conformado por los añadidos que a lo largo de los años se han yuxtapuesto. Vive en ella con sus seis mujeres, sus hijos –confiesa que nunca recuerda el número exacto de estos– y nietos. En 2019, en una sala habilitada para recepciones y rodeado de sus notables, afirmaba: “Etetack es un Camerún en miniatura. Aquí conviven personas de todos los grupos étnicos del país: bamilikés, betis, fans, nordistas, anglófonos… Y todos nos llevamos bien. El único problema que existe es la falta de trabajo para los jóvenes y de infraestructuras: no tenemos agua ni electricidad, y las calles, sobre todo cuando llueve, se convierten en ríos de barro”.
Pero había más. Los taxistas no querían entrar en el barrio por la inseguridad que reina en la zona. Delincuencia, drogas y prostitución son también las señas de identidad de Etetack. Desde la adolescencia, la falta de oportunidades empuja a muchos de sus habitantes a buscar en las actividades delictivas un medio de subsistencia. Cuando se le recuerda a su majestad este aspecto, él mira alrededor y es Papá Manga, uno de sus consejeros (y dueño del bar), el que responde: “Eso lo trae la pobreza, la falta de recursos hace que muchas familias no puedan pagar la escuela de sus hijos. Este es un barrio de gente pobre, pero trabajadora y honesta. La delincuencia llega cuando no hay medios, cuando hay pobreza y ese es, quizás, el mayor problema que tenemos aquí. No tenemos apoyo de nadie”
Fue la situación de los jóvenes de Etetack lo que llevó a William Mbianda, hace ya algunos años, a organizar un equipo de fútbol con la intención de conseguir que los niños tuvieran un refugio donde sentirse seguros y alejados de las tentaciones que les ofrecían sus hermanos mayores. Al principio era solo eso, fútbol: entrenamientos y partidos. Pero detrás rondaba el sueño de crear una academia que un día pudiera surtir de jugadores a los grandes equipos de las ligas europeas.
Los entrenamientos comenzaron, los chicos se esforzaban y la familia dueña de la tierra donde se asienta el barrio, les cedió un terreno en lo más alto de la colina para hacer allí el campo. Hay que admitir que las vistas de Yaundé que se contemplan desde el terreno de juego son espectaculares, pero si el balón se sale de él puede rodar colina abajo y perderse. Su majestad Pierre Justin Ondoua Ngondoh, representante de esa familia, y otro de los jefes de la zona, ha sido desde un principio uno de los grandes apoyos de este proyecto que ha conseguido que en 2021 las cosas sean muy distintas.
El año en que todo empezó a cambiar fue 2017. Primero se transformó el proyecto deportivo y luego, poco a poco, el resto del barrio. La culpa de ello la tiene un pequeño equipo de futbol de Les Franqueses del Vallès (Barcelona) que juega en la cuarta categoría regional catalana de la Liga, el A. E. Ramassà.
Desde 2014, cada año el Ramassà visita un país africano donde juega un partido de fútbol contra uno de los equipos de primera división del país. El viaje va más allá. Lo importante es su parte solidaria: conocer la realidad del país y favorecer la inclusión social de los niños y jóvenes más desfavorecidos. En 2017 visitaron Camerún. Mbianda, que habla el castellano por haberlo estudiado en el instituto, hizo todo lo posible por acercarse al equipo catalán y a alguno de sus dirigentes. En aquel momento solo quería que visitasen el barrio y vieran jugar a sus chavales con la esperanza de que ficharan a algunos de ellos.
El Ramassà no fichó a ninguno de aquellos chicos, fichó al barrio entero. Lo que los jugadores, directivos y familiares que les acompañaban vieron aquel día les tocó muy hondo. Nunca antes habían pisado una zona tan deprimida y decidieron hacer algo para cambiar aquella realidad. Desde entonces, el club se ha empleado a fondo en esa labor. Primero hizo suyo el equipo de fútbol de Etetack y luego fue introduciendo su filosofía. Poco a poco, esta ha ido calando en el barrio y lo han revolucionado. También el Ramassà se ha transformado y se ha constituido en ONG para poder implementar todos los proyectos que tienen en mente.
Fútbol, luz y alcantarillas
A Mbianda le costó entender lo que le proponía. La nueva visión le cambiaba todos sus esquemas y sueños. Pero, al final, se dejó convencer de que el fútbol no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para ofrecer oportunidades a los niños y a las niñas. Sí, también a las niñas del barrio. Un instrumento que puede ser utilizado para atraer a los jóvenes y ofrecerles valores y alternativas distintos de los que ven en las calles, sin que por eso su objetivo sea el de llegar a ser profesionales de las ligas europeas.
De esta manera, en Etetack, el fútbol se convirtió en una herramienta de cambio social y eso ha provocado que muchos más niños se unan a él. El proyecto tiene muy claro que la educación es el verdadero motor que puede cambiar la realidad de estos jóvenes, por eso pone gran esfuerzo en ese punto a través de un programa de becas y de clases de refuerzo para todos ellos. Y eso que en el barrio solo existe un centro de educación: el colegio privado Les Grandes Merveilles y sus aulas están llenas. Muchos de los alumnos cuando terminan la jornada escolar suben al campo de fútbol a entrenar y luego, por la noche, acuden a la sede del proyecto donde reciben clases de apoyo. El colegio es caro, y no muchos padres pueden permitírselo; de ahí que el programa de becas haya abierto las puertas de la educación a muchas niñas y niños.
Además, ya está terminada la planta baja de la sede del club, que se utiliza para reuniones, charlas y clases de apoyo por el momento. Y está en proceso de construcción el segundo piso, lo que permitirá ampliar actividades.
Algunos equipos de fútbol (los chavales están divididos por edades) entrenan por las mañanas temprano, antes de que empiece el colegio, otros por las tardes y los fines de semana todos juntos. Esos días el campo se llena de chicas y chicos. Unos corren alrededor de su perímetro, otros hacen rondos, otros zigzaguean con el balón entre conos, al fondo un partidillo, los porteros a lo suyo con su entrenador bajo los palos… Y, mientras, los vecinos cargados de garrafas sortean a unos y a otros para llegar hasta el pequeño manantial, más arriba del campo, donde la población del barrio consigue el agua para beber, cocinar o lavarse.
Pero es posible que esta procesión que no cesa ni cuando se juegan partidos oficiales termine pronto. Porque el fútbol se ha convertido en un agente aglutinador de la vida de Etetack. Primero los padres de los jugadores que acudían a animar a sus hijos y luego el resto de aficionados que se reunía para ver los partidos, aprovechaban el encontrarse para comentar las malas condiciones en que el barrio se encontraba: la falta de servicios públicos, la carencia de transporte, las basuras que se amontonan, las aguas sucias que corren por las calles, las lluvias que embarran todo.
Así, hablando entre ellos, empezaron a organizarse siguiendo el ejemplo de los más pequeños, para conseguir que el ayuntamiento de Yaundé les escuchase. El jefe Ondoua Ngondoh y el coordinador del proyecto del Ramassà, Mbianda, han liderado esta acción de presión a los políticos, siempre con el apoyo del equipo catalán. Encuentros y reuniones interminables que han comenzado a dar sus frutos. Así en 2020 llegó la luz. Y ahora, en 2021, se ha emprendido la construcción de alcantarillas que recojan las aguas de las lluvias y las canalicen. Igualmente, se han iniciado las obras para llevar agua corriente al barrio. Los vecinos están contentos a pesar de que el arreglo de las calles y su enderezamiento haya supuesto el derribo de varias habitaciones o porches de algunas viviendas.
Todavía queda pendiente el problema de las basuras. Es algo que afecta a toda la ciudad de Yaundé. Los vecinos tiran los residuos sólidos junto al campo de fútbol. Muchos sábados, los jugadores, antes de entrenar, tienen que amontonarlos y prenderles fuego para deshacerse de ellos. El jefe Ondoua Ngondoh ha dado permiso para expandir el terreno de juego allí donde todavía se puede. Pero mientras no se resuelva el problema de las basuras será difícil. Mbianda ha comentado el problema con el Ramassà y entre ambas partes, la camerunesa y la catalana, buscan soluciones al problema. Todavía son muchos los retos que hay que resolver, pero el entusiasmo de los chavales y la fuerza de los mayores hace que estos se sientan más livianos.
Papá Manga lo vio claro desde el principio: “Todo el mundo quiere que sus hijos se desarrollen, que cambien. A nadie le gusta ver a sus hijos metidos en cosas malas. Por eso, este proyecto de fútbol ayuda a que los jóvenes se reúnan para hacer actividades lo cual ayuda a que estén ocupados y eso es bueno para todos. Todo Etetack nos estamos beneficiando de él”. Y más si de aquel primer proyecto que quería surtir de jugadores a los equipos de fútbol europeos ha salido la fuerza para cambiar la vida de todo un barrio.
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