En busca del próximo Ansu Fati
Un centenar de chicos y chicas sin recursos acuden cada día al campo de tierra en el centro de Bissau para entrenar y jugar al fútbol. El impulsor de la iniciativa, seguidor del Real Madrid, y egresado al país tras haber ejercido en la liga inglesa, sueña con encontrar a la próxima estrella nacional
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Son las tres de la tarde en el barrio donde antiguamente vivían los colonos portugueses en Bissau. En un terraplén de tierra fina, como la de una playa paradisiaca, pero de color rojizo, un centenar de chavales y niñas entrena su destreza con el balón. Hace mucho calor y a ratos se resguardan bajo la sombra que da el muro que flanquea el recinto. La temperatura infernal y la inestabilidad del terreno no son las únicas adversidades. Muchos no calzan zapatillas adecuadas para el deporte, algunos llevan chanclas cangrejeras con calcetines y otros van descalzos. Pero juegan, ríen, se divierten. La alternativa sería la calle.
Las camisetas del Real Madrid abundan. Todas las niñas van de blanco con Isco, Modric, Ronaldo y otros jugadores de club merengue a la espalda. Ante la cámara, paran de sortear conos con el balón, ríen y posan como modelos. La estampa hace sospechar que el equipo español patrocina esta particular escuela de fútbol para chicos de la calle. No es así. Al otro lado del campo, donde un árbol proporciona una sombra generosa, una radial hace saltar chispas, unos operarios cortan y sueldan metales. Están construyendo porterías. Su venta es lo que sustenta la iniciativa que Causo Seidi puso en marcha hace seis meses.
“Empecé como estos niños, en la calle, sin zapatos, sin nada”, explica en inglés, idioma que aprendió en la década que residió en Inglaterra. Causo Seidi nació hace 50 años en el norte de Guinea Bissau, en una familia muy pobre de una aldea pequeña llamada Birbam. La pobreza infantil está muy extendida. Según el Índice de Pobreza Multidimensional de Unicef, el 75% de menores de 18 años sufre más de tres privaciones graves como no tener acceso a saneamiento o una vivienda con techo y suelo pavimentado. Más del 77% con menos de 14 fueron víctimas de violencia familiar y el trabajo infantil.
Con 15, Seidi se mudó a la capital. Alternaba el colegio con trabajos informales y el fútbol. “Me esforcé, pero no llegué al nivel más alto”, explica. Sin embargo, se formó como entrenador. Cuando reunió suficiente dinero, se mudó a Lisboa “para tener una vida mejor”. Y lo consiguió, sonríe. Entre 2002 y 2018 vivió en Inglaterra, y a temporadas en otros países, allí donde le llevase su oficio de entrenador: Serbia, Egipto… Y regresó a casa. “Pensé que tenía que volver a mi país y aplicar lo que había aprendido para tener fútbol aquí”. Su sueño es encontrar al próximo Ansu Fati, el jugador de FC Barcelona nacido en el país africano. Seidi enciende el móvil y muestra una foto con su ídolo. “Estuve en Barcelona con él”. Y pasa la galería de imágenes.
Según el Índice de Pobreza Multidimensional de Unicef, el 75% de los menores de 18 años sufre más de tres privaciones graves como no tener acceso a saneamiento o una vivienda con techo y suelo pavimentado
Alberto Ndi, de 14 años, es su esperanza. “Juega en la U15, la selección nacional”, adelanta el orgulloso entrenador. “Solía jugar en una calle estrecha hasta hace tres meses que me ofrecieron venir aquí y acepté”, explica tímido el chico. “Quiero ser como Messi”. Seidi hace una mueca graciosa. “Soy muy fan del Real Madrid y me sale del Barcelona”, ríe.
Como Ndi, un centenar de chicos acude a diario a sus entrenamientos. Gratis. “Sus familias no tienen nada, ni para comprarles el equipamiento. Así que les proveo de lo necesario, les ayudo también para que sigan en la escuela, con comida, con salud”, afirma Seidi. El proyecto, que arrancó hace medio año, lo sufraga con la mitad de las ganancias de las porterías, que vende de momento solo en Guinea Bissau, aunque planea expandir su negocio a otros países de la región. También proyecta ampliar su proyecto a las zonas rurales del país. “El talento puede estar en cualquier parte”, razona. Tiene cantera: casi la mitad de la población del país (47,5%) tiene menos de 18 años, según datos de Unicef.
De momento, cuenta con ocho voluntarios para entrenar a los críos. Uno de ellos es Nilton Ye, de 32 años. Él era uno de los encargados del mantenimiento del lugar hasta que las autoridades cancelaron el servicio, asegura. Como le gustan mucho los niños y se había quedado sin empleo, cuando Seidi le ofreció quedarse, no lo se lo pensó dos veces.
Pero hay más. Seidi tiene muchos planes. Saca el móvil del bolsillo de nuevo, mientras camina por la cancha y los chicos siguen sus partidos alrededor. Chitas Fútbol Femenino, se lee en un escudo que muestra en la pantalla. “Tenemos un proyecto de fútbol femenino. Estamos buscando financiación”. Ellas, dice, enfrentan muchos problemas para jugar. “Por la religión”, aclara. “Yo soy musulmán, pero me uní a líderes religiosos, uno cristiano y otro musulmán, para enseñar a mi comunidad que el fútbol no es malo para las niñas; no tienen oportunidades, pero el deporte les puede cambiar la vida”. Y muestra una fotografía de sí mismo con los religiosos para demostrar sus palabras.
Las jóvenes y las niñas son las más vulnerables, con menos acceso a la educación que los varones y con tasas de alfabetización en descenso
“La sociedad de Guinea-Bissau es profundamente patriarcal”, anota Unicef en su informe sobre la situación de la infancia de 2019. “Debido al sesgo de género en el acceso a los recursos, la pobreza afecta más a las mujeres que a los hombres. Las jóvenes y las niñas son las más vulnerables, con menos acceso a la educación que los varones y con tasas de alfabetización en descenso”. La mutilación genital femenina es, además, una práctica generaliza tanto en el entorno rural como urbano, subraya el organismo.
A las niñas, tan pronto como llegan a la pubertad, se las considera adultas. “El debut sexual coexiste con las normas tradicionales de que los matrimonios son ‘acordados’ por los padres y se llevan a cabo a una edad temprana de 12 a 13 años, en contra de la ley”. A partir de los 10, a los chicos es común verlos trabajando. A los musulmanes, a veces les envían a escuelas coránicas (en Guinea Bissau y Senegal) donde son obligados a mendigar y sufren malos tratos. Se convierten en niños talibés.
“Este es un país pobre y no hay apoyo para los niños. Se aburren en casa, aquí son libres de divertirse y creo que se reduce la criminalidad infantil”, expone Seidi. “Están jugando”, agita los brazos señalando a un lado y otro. Pero él ve incluso más que eso. “Si miras a estos niños de la calle, algunos llegarán al equipo nacional”.
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