Un libro que desmonta el relato nostálgico de los portugueses en Mozambique
Con ‘Cuaderno de memorias coloniales’, la escritora Isabela Figueiredo impactó al reconstruir en 2009 un pasado nunca contado a través de la figura de su padre y de años ahondando en sus propias experiencias. Ahora se puede leer en castellano
A menudo se recurre al silencio para impedir que se abra la tapa de los secretos que puedan llegar a descubrir un reverso celosamente guardado. De esto sabe mucho la escritora Isabela Figueiredo, quien afirma que siempre es más fácil olvidar. Y, sin embargo, a la vez reconoce que para poder superar una vivencia no hay más remedio que retroceder y contar.
Hija de colonos portugueses, nació en Lourenço Marques (Mozambique) en 1963 y allí permaneció hasta los 12 años. Tras la independencia, su familia la sacó de la actual Maputo convirtiéndose, una vez en la metrópoli, en una retornada a la que se despreciaba por su pasado colonial. Sobre este período de su vida publicó Cuaderno de memorias coloniales que este mismo año ha traducido Antonio Jiménez Morato para Libros del Asteroide.
Cuando el título apareció en Portugal, en 2009, causó un gran revuelo entre los retornados y sus descendientes que habían mantenido una visión idílica y romántica de la vida pasada en aquel país. El texto fue una auténtica bofetada: Figueiredo desmontaba la versión oficial hasta desnudar el colonialismo portugués en Mozambique de manera cruda, a pesar de que para ello tuviera que diseccionar a su propio padre.
Frente a la “memoria nostálgica” de los retornados y a los relatos de aquellos que contaban sus vivencias tratando de expiar su culpa, ella introdujo una variante en forma de cuña en carne viva, ahondando sin escafandra donde normalmente no se está dispuesto a penetrar. “Vengan a contarme la historia del colonialismo suavecito de los portugueses… Vengan a contarme la historia de los burros que vuelan”, afirma de manera ilustrativa en el libro.
Cuaderno de memorias coloniales tira con fuerza de la alfombra donde se esconden los vergonzosos secretos, los brutales comportamientos, la complicidad ante la injusta situación dominante. Repasa aquello que vivió siendo niña, sin comprenderlo por entero, pero que permaneció dentro de ella dando forma a una conciencia que más tarde, cuando sus padres la enviaron sola a la metrópoli, avivó. La memoria de la niña Figueiredo en tierras mozambiqueñas está cuajada de momentos que la cuestionaban y que quería comprender. Ella sabe que durante aquellos años “no había ojos inocentes”. Por eso, la escritura de la adulta Figueiredo va encontrando el camino para huir del silencio, de la facilidad de taparse los oídos, cerrar los ojos y escudarse bajo el “yo nunca me enteré de nada”. Porque ella deja bien claro que sí ocurrió, aunque los demás se negaran a hablar de ello.
Una niña que era de carne e iba descubriendo su cuerpo y su sexualidad, envuelta en un sistema colonial que explotaba a la negrada, en aquella tierra roja convertida en un campo de concentración de negros sin existencia, y que imponía siempre que podía sus privilegios. La incómoda escritora hace emerger, a través de su autobiográfico relato, el racismo salvaje generalizado y sistémico de los colonos portugueses en el país africano. Retrata no solo la convicción de que los negros eran seres inferiores que debían soportar la precariedad y la explotación, sino también la nula consideración hacia las mujeres, de quienes se abusaba sin piedad y que valían en cuanto que eran objetos sexuales.
Pero, además (o quizás, ante todo), este libro es una carta a su propio padre, que representaba de manera genuina todo lo anterior. Vividor, follador, patriarca, explotador, racista… Figueiredo no trata de ocultarlo, lo odiaba y a la vez lo amaba. Su padre fue un electricista dentro de una sociedad clasista, para cuyas clases altas que vivían en barrios más distinguidos que el suyo, trabajaba. Los críticos con el libro acusaron a la escritora de desconocimiento, precisamente al proceder de los barrios donde habitaban los blancos menos instruidos. Sin embargo, ella sabe que todos los colonos estaban por igual inmersos en una auténtica burbuja, dentro de un país africano donde experimentaban el placer de vivir, pero que devoraban sin pizca de humanidad de sol a sol.
Cuando el tiempo de los blancos terminó en Mozambique, su familia pensó que su vida corría peligro allí y la desterraron sola a Lisboa. Al despedirse, su padre la conminó a que contara lo que estaba ocurriendo una vez todo se había vuelto del revés. En realidad, la invitaba a contar solo una parte, a ocultar el resto a sabiendas de que la verdad era demasiado larga y complicada. Cómo evitar traicionar… La hija del electricista comenzó, entonces, un retorno duro, valiente y asombroso: aquel que la obligaba a deconstruir todo aquel pasado, empezando por su propio padre. Y Figueiredo volvió a la tierra roja (“¿Quién no fue dejando en cualquier sitio sus muchos corazones?”), a la misma arcilla que casi podemos oler a cada página de este libro, para abrir una dolorosa brecha de luz en contra del silencio.
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