La Europa de Meloni
No podemos esperar un papel de vanguardia para Italia en la época de reformas que se abrirá en la UE, pero es poco probable que se llegue a un enfrentamiento como el de Bruselas y la Hungría de Orbán
Las elecciones en Italia de este domingo podrían dar como resultado que Giorgia Meloni se convierta en la primera mujer primera ministra, apoyada por una mayoría conservadora de derechas formada por su partido, Hermanos de Italia, con la Liga de Matteo Salvini y Forza Italia de Silvio Berlusconi como compañeros de viaje. Meloni lleva mucho tiempo en la escena política: ya fue miembro del Gobierno presidido por Silvio Berlusconi que llevó a Italia al borde de la quiebra en 2011. Pero para muchos observadores, su presidencia representa tanto una novedad como una incógnita, sobre todo para el futuro lugar del país en Europa. De hecho, su parábola tiene algo de sorpresa: en poco más de cuatro años ha conseguido que su partido salte de poco más del 4% en las elecciones de 2018 a posible primera fuerza política de Italia. Sin duda le ha beneficiado ser el único partido de la oposición durante el Gobierno de Mario Draghi, lo que le ha permitido canalizar el apoyo de los descontentos y atraer el voto de los decepcionados, en particular de los otros partidos de derecha, la Liga y Forza Italia.
En cuestiones de política europea e internacional, Meloni ha pretendido ganar credibilidad tejiendo relaciones con la parte más conservadora del Partido Republicano estadounidense y ha reafirmado con fuerza su apoyo a la asociación euroatlántica, sobre todo en la línea firme que ha elegido en respuesta a la invasión rusa de Ucrania, pero también suavizando los tonos euroescépticos del pasado. La experiencia de la pandemia y la aprobación de los fondos de recuperación Next Generation UE, de los que Italia es la primera beneficiaria, han vaciado la narrativa populista de una Europa madrastra e insolidaria. Meloni parece haber entendido que la resiliencia del país está inextricablemente ligada a la relación con Bruselas. Precisamente por eso, más allá de las declaraciones incendiarias en los mítines electorales prometiendo más presión sobre las instituciones europeas para proteger los intereses nacionales, las propuestas sobre política europea son lo suficientemente vagas como para no presagiar necesariamente una confrontación directa.
Ciertamente, no podemos esperar un papel de vanguardia para Italia en la época de reformas que se abrirá en Europa, desde la ampliación a los Balcanes Occidentales hasta la extensión de la mayoría cualificada para decidir sobre sanciones y derechos humanos, pasando por la revisión del sistema de migración y asilo. Pero es poco probable que se llegue al enfrentamiento que hemos visto entre la Comisión Europea y la Hungría de Viktor Orbán. Es probable que predomine una lógica transaccional: asistiremos a un intento de preservar los tonos soberanistas y la protección de las cuestiones identitarias (que quizá se declinen con ataques a la comunidad LGTBQI+ y la migración incontrolada), en beneficio del electorado nacional, y al mismo tiempo de establecer un diálogo fructífero con los referentes institucionales europeos.
Sin embargo, este acto de equilibrio corre el riesgo de verse socavado por dos factores: uno interno y otro externo. El factor interno está representado por la base de su propio partido, que todavía tiene connotaciones de fuerza política de extrema derecha y que sobre todo carece de una clase dirigente con experiencia de gobierno, pero también por sus aliados de coalición. Salvini no ha cambiado significativamente su narrativa populista y euroescéptica, tratando de superar a Hermanos de Italia por la derecha y manteniendo una posición ambigua sobre las relaciones con Moscú y la lealtad transatlántica. Berlusconi debía representar el alma moderada y proeuropea en el equipo de Gobierno, pero su fuerza electoral parece destinada a un papel marginal. Es probable que estas tendencias se acentúen durante el próximo invierno, que promete ser muy problemático debido a la crisis energética, financiera y social que golpeará duramente a Italia.
Luego está el aspecto externo y fundamental de las alianzas en Europa. Hasta ahora, los referentes políticos de Hermanos de Italia han sido los socios de extrema derecha dentro y fuera del partido de los conservadores y reformistas en el Parlamento Europeo, del que Giorgia Meloni es presidenta: Vox, los Demócratas de Suecia, el PiS polaco y también Fidesz, en Hungría. Aunque se trata de fuerzas políticas en ascenso, siguen siendo minoritarias en el Parlamento Europeo y alejan a Italia de sus aliados tradicionales en Europa, principalmente los actuales Gobiernos francés y alemán.
Este es el mayor reto para Giorgia Meloni en su camino hacia la licencia europea de fiabilidad. Sin un anclaje sólido en París y Berlín, siempre buscado por Italia y recientemente concretado por Mario Draghi, será difícil que el nuevo Gobierno italiano encuentre el apoyo necesario para impulsar aquellas reformas imprescindibles para proteger el interés nacional, en primer lugar las relativas a las reglas fiscales y la gobernanza económica de la eurozona. Al mismo tiempo, este anclaje es una garantía para Europa de que uno de los países fundadores y la tercera economía europea no se hundirá en una espiral demagógica y euroescéptica, abriendo un nuevo frente de crisis endógena tras el de Polonia y Hungría. Esperemos que el pragmatismo se imponga en ambas partes: de ello depende el futuro del proyecto europeo en una de las fases más delicadas y complejas de su historia.
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