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tribuna
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Elecciones decisivas en el Gran Oeste extremeño

Con los comicios del domingo arranca una vuelta a España electoral que puede ser un vía crucis para el PSOE

No hay lugar de importancia que no sea también lugar de tópicos. A Extremadura la persiguen unos cuantos. Quizá el más arraigado esté en aquella rima que, con el gusto moralizante del siglo XVIII, censura que un “espíritu desunido / anima a los extremeños”. Mirados desde el siglo XXI, esos versos despiertan menos reconocimiento que estupor: si por algo se ha caracterizado el cuerpo electoral extremeño durante décadas es por estar unido, por no decir imantado, al Partido Socialista. El PSOE, de hecho, comenzó a gobernar Extremadura antes de que el Estatuto de Autonomía rebautizara a la Junta Regional como Junta a secas. Era a finales de 1982, se deshacía la UCD y a Juan Carlos Rodríguez Ibarra, como ocurre en tantos destinos que parecen manifiestos, le cayó la presidencia de chiripa: dos ucedeístas descontentos tenían que votar por su candidato, pero aprovecharon la votación secreta para votar por él. Ibarra luego iba a gobernar un cuarto de siglo. Y el PSOE, por cerrar con otro tópico, iba a formar, como las cigüeñas de siempre o las placas solares de hoy, parte necesaria del paisaje.

Desde esta orilla del XXI también cuesta reconocer a esa Extremadura que, a decir de Ibarra, ha amado más a España de lo que España la ha amado a ella. Quizá con un exceso de dramatización, Fernández Vara aportó algunos datos en 2009, cuando el Gobierno extremeño no quiso quedarse atrás y optó a un Estatuto de nueva generación. “La Extremadura de 1983, aquella que accedió al Estatuto (...) era una comunidad autónoma de la que se acababa de marchar justamente la mitad de su población, un 50% del 1,1 millón de personas que en ella vivimos ahora”, dijo Vara. “El 80% de sus ciudadanos eran analfabetos (¡!) o solo tenían estudios primarios”, añadió. Ampliamente funcionarizada y razonablemente gestionada, Extremadura —con fuerte apoyo de los fondos europeos— se convirtió desde entonces en todo lo que una república soviética hubiera soñado ser. En lo que nos interesa, seguía siendo un jardín cerrado para el centroderecha. El Partido Popular, desde comienzos de los noventa, había ido viendo cómo caían de su lado, una tras otra, plazas de tradición izquierdista, a veces de viejo arraigo republicano. Cada una era un hito: Madrid, Comunidad Valenciana, Murcia: lugares de los que luego, prácticamente, no se ha marchado. Pero el Gran Oeste extremeño siempre resistía. En el año 2007, el paso de Rodríguez Ibarra a Fernández Vara iba a ser también un paso más en la frustración del PP: con sus formas, más templadas, y con el pasado lejano de un año de militancia en Alianza Popular, al competir con Vara el PP se lamentaba de competir contra uno de los nuestros.

Es llamativa la raigambre de algunos partidos en algunos territorios. El PP llegó a tener tres cuartos de los escaños de la Asamblea de Murcia. Y el PSOE, en Extremadura, protagonizó dos milagros políticos: con Ibarra, perder la mayoría absoluta en 1995 para recuperarla en 1999; con Vara, perder el Ejecutivo en 2011 para recuperarlo en 2015. Entre dos administraciones del PSOE, José Antonio Monago iba a conseguir uno doble: Izquierda Unida lo invistió y luego lo libró de una moción de censura. Como fuere, su itinerario en Extremadura se pareció en algo al de Dolores de Cospedal en Castilla-La Mancha: la euforia por la victoria se encontró con la realidad de la crisis y, al final, con la derrota en las urnas. En sus cuatro años, Monago adoptó un discurso antiseñorito y un estilo más progresista que la media del PP. Ambos estaban inspirados por lo más perdurable de aquella legislatura: la asesoría de un tal Iván Redondo, que ahora ha recogido puntos de cosecha tardía por condecorar en su día a Robe Iniesta.

Tras 40 años de PSOE modulados por el PP, Vox parecería tener hecha la campaña con solo señalar cierta parálisis bipartidista: Extremadura está mejor si se la compara consigo misma; sigue a la zaga si se la compara con los demás. Hay un agravio por el que se puede pensar que esta gran desconocida es también —tren, AVE, avión— una gran olvidada. Sin embargo, Extremadura, como Galicia, como Asturias, no es el lugar donde Vox esté más cómodo. Preocupan los migrantes que se van, no los que llegan. Su población no es joven y todavía atiende más a los medios que a TikTok. Hay una lealtad inercial a los partidos fuertes, PSOE y PP, muy implantados. Y se ha inflado tanto a Vox que será fácil una cierta venganza de las expectativas. Pero Abascal arrasa allá donde gusta José Manuel Soto, y su mensaje campero tiene tirón: contra el pacto verde, contra la burocracia de la UE.

Será significativo que la autonomía con menor renta de España deposite sus esperanzas en la derecha, algo a lo que sin duda va a ayudar una campaña socialista que más bien parece la crónica de un suicidio anunciado: la única duda es si resta más Gallardo o resta más Ferraz. Cómo será que medio establishment nacional ve conspiración: Sánchez estaría instigando gobiernos autonómicos PP-Vox para que se cuezan en su propio radicalismo y, llegadas las generales, ofrecerse él como único dique contra las derechas. Por sugerente que sea este guion, sin embargo, soslaya las contusiones de una vuelta a España electoral que, de Extremadura a Andalucía, pasando por Aragón y Castilla y León, puede ser más bien un viacrucis para el PSOE.

Si la derecha siempre ha subestimado a Sánchez, hay en la izquierda una tendencia a mitificarlo: sea por su capacidad de resistencia, sea por sus golpes de audacia, al final todo termina, según sus creyentes, por cuadrarle. Con un poco más de frío, el caso extremeño lleva a pensar que el PSOE nunca se lo ha puesto más fácil a sus contrincantes ni más difícil a quienes —fieles o dudosos— le han votado anteriormente. Con lo que ha sido Extremadura para el socialismo, resulta como mínimo conformista que, en la economía de las expectativas, pueda venderse como éxito para el PSOE todo lo que no sea un desastre. Pero, si pasamos de Extremadura al conjunto de España, Sánchez, aunque más abollado, seguirá donde estaba. El bloque de investidura seguirá sin pedirle elecciones. Y seguirá en sus manos el poder mágico de convocar cuando el tiempo y sus sorpresas le abran una rendija favorable.

Así, las elecciones han de ofrecer varias lecturas. Uno: medir hasta dónde llega la caída del PSOE y ver con qué estado de ánimo comienza un ciclo electoral capaz de inmolar, de Alegría a Montero, a gentes muy connotadas de un partido que ya otea el horizonte. Dos: observar cómo Génova cabalga las contradicciones de estar muy a las buenas con Vox en Valencia y muy a las malas en Extremadura; una geometría variable que puede dañar esa unidad de mensaje que, en cambio, resulta rocosa en Vox. Y lo más importante: comprobar si el choque directo con Vox le rinde en votos al PP. Véase que la beligerancia con los de Abascal es una de las claves por las que Azcón se ha convertido en figura ascendente en el partido. Y la propia María Guardiola, conocida por su cintura moral para desdecirse de sus noes a Vox, luego ha incrementado su estatura política al enfrentarse a ellos. Incluso habrá que reconocer que eso de convocar elecciones por no sacar adelante el Presupuesto, como se ha hecho en Extremadura y Aragón, hubiera puesto lágrimas en los ojos de los clásicos del parlamentarismo.

La esperanza de Guardiola pasa por una victoria con la suficiente contundencia numérica como para inhibir el tradicional sadismo de Vox en sus negociaciones poselectorales con el PP. Eso avalaría la línea contestataria de Feijóo ante los de Abascal, aunque Extremadura es solo una de las cuatro autonómicas previstas antes de las generales. Es largo el camino, son muchas las vallas. Y ya Ibarra decía que de Mérida a Madrid se tarda mucho.

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Sobre la firma

Ignacio Peyró
Nacido en Madrid (1980), es autor del diccionario de cultura inglesa 'Pompa y circunstancia', 'Comimos y bebimos' y los diarios 'Ya sentarás cabeza'. Se ha dedicado al periodismo político, cultural y de opinión. Director del Instituto Cervantes en Londres hasta 2022, dirige el centro de Roma. Su último libro es 'El español que enamoró al mundo'.
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