El franquismo, la memoria y las clases en el instituto
Al explicar la Historia, toca incidir en las historias que pueden contar todavía aquellos a los que nadie rebatirá lo que fue vivir sin libertad


En mi clase apenas lo dimos. En clase, la historia empezaba a veces en el Imperio romano y otras veces, cuando ya era historia contemporánea en el instituto, comenzaba en la Revolución francesa. Lo normal era quedarse a medias, con el temario por terminar. A la Guerra Civil casi ni llegábamos y menos aún a los 40 años de dictadura. En segundo de bachillerato vimos el franquismo a todo correr, pero con la tranquilidad que daba saber que en selectividad habría dos opciones: siempre podrías escoger la pregunta del siglo XIX o de principios del XX. Eso hicimos todos el día del examen, salvo una alumna, Carolina, que eligió la posguerra porque, harta del turnismo y de la dictablanda, se leyó el tema de una sentada. Se lo estudió en la víspera, y aprobó.
El franquismo aparecía a lo largo del curso en comentarios de los profesores, pero era posible pasar por la educación secundaria sin haber entrado en detalles. Puede que fuera mala planificación, pero, visto ahora, íbamos a la velocidad que nos permitía entender y discutir aquello que nos contaban. Lo contrario hubiera sido obligarnos a memorizar los temas para olvidarlos al poco. Para muchos de nosotros, el franquismo fueron sobre todo las historias que contaban los mayores cuando describían la guerra y el hambre, cuando la familia se reunía en verano a la fresca de la calle y le preguntabas a tu tío qué quería decir cuando decía que de joven tuvo que ser estraperlista. Muchos de esos tíos y abuelos ya se han muerto, y nadie cuenta aquellas vivencias que tenían grabadas en su memoria.
Una parte creciente de los jóvenes dice que prefiere la dictadura a la democracia. Quizá sea el plan de estudios. Quizá sea la forma interesada en que organizan los algoritmos en los teléfonos, capaces de atrofiar la empatía según cómo se usen. Quizá conviene empezar el curso por ahí o igual ya es tarde porque han calado los años de descrédito propiciado por quienes llaman adoctrinamiento a la educación mientras quieren usar las aulas para extender su ideología.
Quizá es que los referentes ya son otros o que, al explicar la historia, toca incidir en las historias que pueden contar todavía aquellos a los que nadie rebatirá lo que fue vivir sin libertad. Para que expliquen cómo las mujeres debían pedir permiso a sus maridos y cómo se sucedieron las torturas y las persecuciones arbitrarias y la falta de pluralidad y de derechos y la impotencia y la rabia por la ley del más fuerte y el adoctrinamiento de verdad y la censura y la corrupción de los de siempre y la homofobia y el machismo y la forma en que los derechos de hoy costaron palos, venganzas, cárcel y muerte. Quizá es que quienes prefieren la dictadura han decidido relativizar toda esa parte que otros sufrieron. Por eso importa la memoria. Anhelar ese pasado no es nostalgia, es otra cosa, y nadie podrá alegar desconocimiento: basta con querer saber.
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