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TRIBUNA
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Soberanía digital europea: cuando hay que actuar con valentía

La UE no debe desmantelar sus regulaciones sobre internet con el pretexto de que son demasiado complejas o antinnovadoras; no seamos tontos útiles

Thierry Breton

Nuestra soberanía digital es vital. Redes sociales, comercio electrónico, asistentes de inteligencia artificial (IA)... Cada día pasamos una media de entre cuatro y cinco horas en este espacio informativo a través de nuestros teléfonos móviles y otras pantallas. Es esencial organizarlo, estructurarlo y regularlo. Europa ya se ha puesto manos a la obra. Entre 2022 y 2024, nuestras leyes digitales fueron aprobadas por una abrumadora mayoría de los diputados europeos y por unanimidad de los Estados miembros. El DSA (redes sociales), el DMA (mercados digitales), la Ley de Datos y la Ley de IA (inteligencia artificial) constituyen la base común para la protección de nuestros hijos, nuestros conciudadanos, nuestras empresas y nuestras democracias contra todo tipo de abusos en el espacio informacional. Estas cuatro grandes leyes reflejan nuestros valores fundamentales y los principios de nuestro Estado de derecho.

A día de hoy, este marco jurídico es el más avanzado del mundo. Europa puede estar orgullosa de ello. Nuestro inmenso mercado digital está abierto a todos. Pero los actores que quieran beneficiarse de él deben respetar nuestras condiciones. No temamos desagradar: si no se respetan las leyes, no hay acceso al mercado. Esa es la norma de nuestros grandes socios. ¿Acaso Estados Unidos o China se niegan a aplicar sus propias leyes para complacernos? Apliquemos las nuestras con celeridad. Esa debe ser la primera expresión de la soberanía digital europea.

Estados Unidos, China, Rusia, Europa... Los nuevos imperios digitales estatales se distinguen por sus propias visiones y estrategias divergentes del espacio informativo, que reflejan sus valores, sus prioridades en materia de soberanía y su relación con el mercado y el Estado. El modelo estadounidense se basa en la primacía de los actores privados y una regulación mínima. Es un enfoque ultraliberal, donde las grandes empresas, las GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft), dominan el ciberespacio y tratan de imponer sus normas. Su visión del mundo. Y la dependencia que ello conlleva. En Oriente, el modelo chino se basa en el control y en encerrarse. En la cibersoberanía, la vigilancia masiva y la defensa de las normas locales. En una infraestructura digital autónoma (nube, 5G, Inteligencia A) en la que se apoyan los campeones nacionales (Huawei, ByteDance, Alibaba...). El Estado dirige, vigila los contenidos y utiliza los datos como palanca política, geopolítica y comercial. Por su parte, Rusia adopta una visión estratégica integrada del espacio informativo y del ciberespacio, considerados como una extensión del territorio nacional. Moscú reivindica la soberanía informativa, aboga por la multipolaridad en la gobernanza mundial de Internet y apoya un estricto control de los contenidos en nombre de la seguridad y la cohesión nacional. Las campañas rusas de guerra informativa son, como es sabido, herramientas privilegiadas para influir en la opinión pública, desestabilizar nuestras democracias e impulsar sus intereses geopolíticos.

Ante el liberalismo desenfrenado y el dirigismo autoritario, Europa ha elegido un camino propio. Ha apostado por la fuerza de su gran mercado interior, con 450 millones de ciudadanos. Esto implica tener el coraje político de utilizarlo sin vacilar en las relaciones de poder. El arsenal jurídico de nuestro espacio informativo tiene por objeto garantizar su homogeneidad, la protección de los usuarios, la transparencia de la actuación de los agentes y la preservación de los fundamentos de nuestras democracias. ¿Cómo sorprenderse, pues, de que algunos se esfuercen por debilitarlo, por socavar metódicamente los cuatro grandes pilares de nuestro espacio digital? No nos dejemos intimidar. Renunciemos más bien a desmantelarlos (mediante leyes denominadas ómnibus u otras) apenas unos meses después de su aplicación con el pretexto de que son demasiado complejos o incluso antinnovadores. El origen transatlántico de estos ataques no engaña a nadie. No seamos tontos útiles. Preservar a toda costa la integridad de nuestros pilares jurídicos digitales, incluso a nivel geopolítico, es, por tanto, la segunda expresión de nuestra soberanía digital.

La soberanía se construye. No se compra. Europa, que no cuenta con empresas líderes mundiales en el campo digital, solo podrá asegurar una soberanía creíble y duradera si combina una regulación ambiciosa, inversiones masivas, innovación soberana, acción coordinada y valorización del talento. Debe invertir en investigación, infraestructuras críticas (nube soberana, redes y satélites, semiconductores). Apoyar al sector continental en toda la cadena de valor (IA y algoritmos, ciberseguridad, cuántica, centros de datos). Formar y atraer cada vez más expertos digitales de alto nivel. Favorecer la aparición de líderes capaces de competir con las grandes tecnológicas, lo que pasa por financiar las start-ups, consolidar las pymes innovadoras y crear plataformas nativas europeas. Para ello, un mercado único de capitales es una prioridad absoluta para disponer de un terreno financiero comparable al de Estados Unidos. Y para que nuestros proyectos no se queden en prototipos o escaparates, sino que se conviertan en estándares mundiales. La autonomía también exige dejar de depender de jurisdicciones extraeuropeas para nuestros datos (Patriot Act, Cloud Act...), localizar y certificar nuestras infraestructuras críticas, al tiempo que se impulsa del código abierto. Oponerse a las presiones externas, desarrollar y afirmar la impermeabilidad de nuestras infraestructuras soberanas: esa debe ser la tercera expresión de nuestra soberanía digital.

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