Contra la bazofia digital, vuelve a pensar
El trabajo intelectual nos entretiene a unos pocos, pero el esfuerzo de dar forma a la experiencia es universal, convierte a ‘sapiens’ en ‘sapiens’


La necesidad de dar forma a la realidad empezó con el primer Homo sapiens que talló en la cueva un hacha de sílex, golpe a golpe. Resulta trabajoso, requiere oficio, pero no hay alternativa: transformar la materia prima en herramienta útil para la vida exige fricción, incomodidad, incluso irritación cuando no salen las cosas.
Avanzando unos milenios, hoy solo sufre fricción el albañil. Le dice a ChatGPT: “Levanta una casa” y no ocurre nada. En cambio, el trabajo intelectual se ha vuelto mullido, porque los modelos de lenguaje eliminan la fricción de escribir. LinkedIn se ha llenado de posts escritos por ChatGPT; y TikTok, de vídeos hechos por Sora. Más de la mitad del contenido en inglés existente en internet está hecho por IA, según la empresa de SEO Graphite.
Charlie Warzel reflexiona en The Atlantic sobre este tipo de contenido, que ya tiene nombre específico: slop. ‘Bazofia’ es una buena traducción. Nos inunda, imprimiendo al lenguaje una textura fundente, melosa y narcótica. Nos devuelve una realidad sin forma, desprovista de significado, pero fácil: tengo la sensación de ser una niña de nueve años, con todos sus dientes, a la que quisieran atiborrar con papilla. Y ojo, porque ese puré intelectual es, a su vez, alimento para los modelos de lenguaje. Tal vez ese círculo vicioso de la bazofia que se autofagocita desemboque en la chaladura de la IA.
El problema es que la fricción atraviesa el verdadero trabajo intelectual desde que sapiens estaba en la cueva. Allí donde se encuentra la pepita de oro de las ideas, chirrían los goznes con un ruido insoportable. Buscarla genera incomodidad, encontrarla también: la realidad es dura como el pedernal y la pensadora —incluso la más experimentada— debe tener oficio para darle forma al mundo. Esa es la manera de trabajar las ideas: golpe a golpe.
Se ha dado la ampulosa denominación de “creadores” a quienes llenan de contenido la red, pero en realidad son la nueva clase explotada del capitalismo cognitivo. Los modelos eliminan fricción para el creador, que así se vuelve más productivo. A base de cantidad, logra llamar la atención del algoritmo, tan amigo de las adicciones. Le das un par de ideas a ChatGPT y escribe un post, un artículo, un libro. Amazon ha limitado —¡a tres!— la cantidad de libros que puede autopublicar una misma persona cada día, para no convertir la plataforma en una churrería.
Entendíamos como dos caminos vitales irreconciliables el negocio y la filosofía (o el arte). El hombre de negocios persigue el dinero; la pensadora y el artista buscan la verdad. Pero el capitalismo cognitivo ha disuelto la disyuntiva: los creadores digitales producen contenido para obtener dinero. Cuanta menos fricción, más beneficio.
Unir en el creador al capitalista y al pensador es la última jugarreta del tecnofeudalismo: bajo el señuelo de la monetización, se reduce el pensamiento autónomo y se externaliza la creatividad, es decir, el soplo trascendente, soñador y subversivo de los humanos. Todo se acomoda al antiintelectualismo en boga: ahí tenemos a la Casa Blanca, feliz creando bazofia.
Como las cosas van rápidas, auguro que la inundación de bazofia ahogará pronto a los “creadores” y a su público. Cuanto mayor es la confusión entre lo verdadero y lo falso, más necesitamos periodistas, o sea, profesionales de identificar lo que Hannah Arendt llamaba “las modestas verdades de los hechos”. También habrá que atender otras urgencias. Existen empresas de IA que, por unos euros, resucitan digitalmente a los muertos: son chatbots que imitan la voz, el estilo, la personalidad del ser querido. Para poner claridad en el par de opuestos “estar muerto/ estar vivo”, o sea, entre la realidad y la ficción, serán cada vez más necesarios los intelectuales.
Porque el gran problema de la bazofia es que distrae, pero no aporta significado. Donde hay algo importante que saber hay fricción para aprenderlo. Platón nos advirtió: “Lo bello es difícil”. Cuando uno se entrega a lo fácil se acostumbra a vivir en esa bazofia fea, falsa y sin sentido. Pronto se verá que una vida sin fricción es una vida sin sentido.
El trabajo intelectual nos entretiene a unos pocos, pero el esfuerzo de dar forma a la experiencia es universal, convierte a sapiens en sapiens. Por eso el ansia de fricción ya asoma por las esquinas: desde la que hace senderismo para sentir el golpe de viento cortándole la cara, hasta el que se apunta a cerámica para hendir la arcilla con sus dedos.
Pronto la habilidad más valorada será pensar con la propia cabeza, de forma radical, con criterio y originalidad. La de intelectual volverá a ser una profesión reputada. Porque sapiens se comprende a sí mismo con imaginación, pensamiento y palabras, no con bazofia. La sociedad buscará al homínido en la cueva que, como al hacha de sílex, da forma al mundo golpe a golpe. Al fin y al cabo, pensar fue siempre un trabajo físico.
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