Rubitabig4
Veo tres salidas para los jóvenes: multiplicar el esfuerzo hasta límites sobrehumanos, rebelarse políticamente o rendirse


Rubitabig4 es rubita y hace prácticas en una big 4, una de las cuatro consultoras globales que tienen sus oficinas españolas en las Torres de Madrid. Estudia en la privada y suele ir los afterwork más premium con Borja, que no la quiere mucho pero a veces le regala un Hermès, la lleva a los toros o a reservados muy top lejos de los fritos de la charca. Son insufribles: los sigo con ganas. Estos personajes de Instagram y TikTok son una de las pocas creaciones realizadas con inteligencia artificial que me han hecho cierta gracia. Que los mejores personajes de IA parodien a los consultores junior es irónico, porque este septiembre las cuatro grandes tenían previsto contratar hasta un 20% menos, y una excusa ha sido la IA. Lo que me alimenta me destruye, decía aquel tatuaje de Angelina Jolie.
El desempleo juvenil está en observación en todo el mundo, por si se cumple la maldición de que la tecnología afectará más a los recién graduados que aspiran a trabajar en las industrias del conocimiento. El impacto, de momento, es irregular: según el Financial Times, en EE UU sí se nota en el descenso de contrataciones de diseñadores y copywriters autónomos; y la contratación de programadores también ha bajado, aunque por causas no necesariamente achacables a la IA. En España, los programadores sin mucha experiencia tampoco lo tienen tan fácil como antes. La tasa de desempleo juvenil ha descendido hasta el 25%, una cifra escandalosa pero que es la mínima desde 2008. Es, de todas formas, un empleo en servicios y a tiempo parcial, que no alcanza para cumplir demasiados sueños. “Nuestros padres nos dijeron que podríamos ser lo que quisiéramos, y ni siquiera podemos ser independientes. Quizá lo decían porque no quedaba bonito decirle a una niña de 10 años que, en el futuro, solo los turistas podrían comprarse una casa”, dice en una carta al director Ylenia Jorge García, una lectora tinerfeña.
Cumplir la promesa, expresa o tácita, del progreso generacional es lo más relevante para nuestro destino común. En esos primeros trabajos se concentra toda la esperanza de la movilidad social. Como escribe la periodista de EL PAÍS Noelia Ramírez en su ensayo Nadie me esperaba aquí: Apuntes sobre el desclasamiento, recién publicado en Anagrama, las hijas de las clases trabajadoras “siempre cumplidoras, acatamos el ‘estudia y no seas como nosotros’ que nos imploraron nuestros padres. La espantada nos llevó tan lejos que nos perdimos”. El ascensor social estaba muy averiado y su peaje era alto, pero ahí seguía. Sin embargo, ¿qué ocurre si los buenos trabajos son solo para Rubita y Borja? ¿Si estudiar es imposible por el precio de los pisos compartidos? ¿Si se asfixia a universidades públicas como la Complutense? ¿Si la única forma de salir del tecnofeudalismo son las herencias o jugar la lotería de las bitcoins?
Peluquería aparte, apenas veo tres salidas para las no rubitas: multiplicar el esfuerzo hasta límites sobrehumanos, rebelarse políticamente o rendirse. Para la primera pueden mirar a la joven Rosalía, al joven Alcaraz: somos un país de héroes y opositores, ciertamente (“los fans de Rosalía yendo a sacarse el C1 en cuatro idiomas distintos después de escuchar el nuevo single”, bromeaba alguien en X). Para la segunda opción ya se fijan en las ultraderechas, pero también pueden hacerlo en las olas revolucionarias iniciadas por la generación Z en todo el mundo. Para la tercera solo es necesario que levanten la vista hacia nosotros, sus mayores.
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