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Guerra Mundial Z

Los decrépitos tiranos y gobiernos oligárquicos de todo el mundo se enfrentan a la joven resistencia de la generación posmilenial

Víctor Lapuente

La vida es como La guerra de las galaxias: cuando parece que van a ganar las fuerzas del mal, en el lugar más inesperado surge una alianza rebelde. Cuando da la sensación de que las tropas imperiales extienden su manto por todo el planeta, como advierten las pitonisas, los hechiceros y otros observadores (que, como el V-DEM Institute, apuntan que el porcentaje de población mundial viviendo en autocracias ha pasado del 49% en 2004 al 72% en la actualidad), cuando la antorcha de la libertad es una vela en la tempestad, cuando nos está apuntando ya la Estrella de la Muerte, nace la esperanza en el sitio más insospechado: las almas más jóvenes y humildes de los rincones más remotos del planeta.

Los decrépitos tiranos y gobiernos oligárquicos de todo el mundo se enfrentan a la joven resistencia de la Generación Z. De la cordillera del Rif a las costas de Madagascar, de las ciudades de cristal y cemento de la jungla filipina a los pueblos de madera y adobe de la montaña nepalí. Y en Indonesia, Bangladesh, Kenia y Angola. En cientos de dialectos, miles de manifestantes lanzan un mismo grito: basta ya de corrupción y nepotismo, de inversiones en estadios de fútbol para la gloria de gobernantes megalómanos; queremos servicios básicos: electricidad, educación y sanidad.

La generación Z del Sur Global tiene poco que perder y mucho poder. El 60 por ciento de la población africana tiene entre 15 y 35 años y, de esos 420 millones, un tercio está desempleado, otro tercio tiene trabajos precarios y un quinto está inactivo. Lógico que se alcen contra líderes que pisotean sus derechos mientras viven en un oasis de palacios en el desierto y pisos en París, cortejando a las estrellas del fútbol en lugar de a sus súbditos.

La resistencia juvenil cuenta con un arma poderosa: la conectividad digital. Más flexible que las milicias, más barata que los fusiles, más eficaz que las bombas para derribar autócratas. Cualquier red social o app de videojuegos se transforma en un sable de luz frente al que los métodos de represión habituales, tanques y tanquetas, pelotas y escopetas, parecen de juguete.

Pero la fuerza tiene un lado oscuro. La ausencia de organización impide que se impongan las reglas que hacen exitosos a los movimientos: sobre todo, evitemos el vandalismo. Y el igualitarismo sin líderes de las redes es maravilloso, pero arriesgado, porque es un terreno abonado para los influencers e instragramers más interesados en su protagonismo que en el éxito colectivo.

Aun así, que la fuerza os acompañe, jóvenes.

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