La juventud de Marruecos dice basta
La represión de las protestas no acabará con las razones profundas del descontento de una generación atrapada


Una ola de descontento, rebeldía y frustración ha sacudido la aparente estabilidad de Marruecos. Desde hace más de una semana, ciudades como Rabat, Casablanca, Tetuán o Tánger son el escenario de protestas callejeras de jóvenes. Las manifestaciones pacíficas derivaron durante varias noches en actos violentos. Tres jóvenes han muerto. Las protestas están lideradas por el colectivo GenZ 212. Este grupo, que toma su nombre de la llamada generación Z y del prefijo telefónico marroquí, ha puesto voz a una juventud que ha dicho “basta” a un modelo económico que le condena a la exclusión social. El 55% de los menores marroquíes de 30 años quieren emigrar.
El detonante fue la trágica muerte de mujeres embarazadas que se habían sometido a cesáreas en un hospital público de Agadir, un símbolo macabro de la crisis sanitaria. Sin embargo, el problema es mucho más profundo. Marruecos invierte en grandes proyectos de infraestructuras, como la preparación para el Mundial 2030, que Rabat coorganiza con España y Portugal, mientras los servicios básicos se desmoronan. El grito de los manifestantes es “no queremos estadios, queremos hospitales”.
Los jóvenes piden mejoras en la sanidad, en la educación y freno a la corrupción. El país sufre escasez de médicos, que buscan mejores salarios en Europa. La enseñanza pública no termina de dar frutos. Y en medio de todo, la eterna corrupción y una estructura clientelar que favorece a unos pocos. Las vías para prosperar por mérito propio están cerradas. Es una frustración compartida globalmente, pero amplificada en un país con una alta tasa de desempleo juvenil. El jefe del Gobierno de coalición, el liberal Aziz Ajanuch, el hombre más rico del país, después del rey, ha prometido diálogo y comprensión. Pero muchos manifestantes reclaman su dimisión.
GenZ 212 nació en plataformas como Discord y TikTok. Esto demuestra la desafección hacia los canales políticos tradicionales, vistos como ineficaces o cooptados por la monarquía. La naturaleza anónima y descentralizada del grupo protege a sus fundadores frente a la represión. Al mismo tiempo, limita las vías de diálogo con el poder. Pero las detenciones y el uso de la fuerza no son una solución; son un parche que solo agranda la grieta. El Gobierno marroquí tiene una oportunidad para evitar que esta efervescencia se convierta en una revuelta de mayor calado.
La solución sostenible pasa por un cambio de paradigma en la inversión pública. El desarrollo a largo plazo no solo se mide en estadios de fútbol, sino en los servicios básicos de un país, y en los mecanismos de transparencia y rendición de cuentas en la Administración. Ignorar el grito de GenZ 212 no es solo un error político; es una hipoteca moral sobre el futuro de Marruecos. Invertir en su juventud, en lugar de intentar silenciarla, es la única manera de construir una prosperidad compartida.
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