Protestas virales: ¿qué recorrido tienen realmente?
Las redes contribuyen a que nos manifestamos cada vez más. Pero tanta impulsividad quizá desdibuja el calado de las movilizaciones
Hace más de una década todo parecía posible gracias a las redes sociales. Pequeñas protestas, con muy poco tiempo de desarrollo, tuvieron una enorme repercusión. Todo esto sigue pasando hoy, si acaso amplificado mediante las redes de mensajería instantánea. Pero los eventos más antiguos nos permiten analizar con perspectiva los logros y la vigencia de aquello por lo que nos manifestábamos. Bastantes de las propuestas que se gritaban en el 15-M, Occupy Wall Street o la Primavera Árabe han naufragado. Pero también hay otras, como el Black Lives Matter, que siguen vivas. Y algunas como el #MeToo no solo tuvieron consecuencias globales en su momento, sino que aún se reinterpretan localmente, como con el #Seacabó español.
La perspectiva del tiempo impulsa también un debate sobre los pros y contras del fenómeno. Por un lado, académicos de prestigio como Manuel Castells o Donatella della Porta sostienen que las redes sociales son esenciales para que marchas y concentraciones se produzcan en el siglo XXI. Mientras que, por otro, hay una nueva corriente de investigadores y periodistas que dudan del recorrido y trascendencia de aquellas.
Figuras como Zeynep Tufekci, importante analista de los movimientos sociales en el ámbito global, reflexionaba en el libro Twitter and Tear Gas: The Power and Fragility of Networked Protest (Twitter y gas lacrimógeno: el poder y la fragilidad de la protesta en red, sin edición española) sobre cómo las redes sociales habían cambiado nuestra forma de manifestarnos. La escritora turca concedía que la amplificación de estas redes había sido crucial para organizar todo lo que conlleva una gran protesta, desde hacer correr la voz hasta hacer frente al desdén de los medios. Sin embargo, añadía, estos grandes movimientos, que se organizaban con gran rapidez, a menudo también perdían el rumbo en cuanto surgía cualquier inconveniente. “No contaban con las herramientas necesarias para navegar por la traicionera fase siguiente de la política, porque no habían necesitado construirlas para llegar a ella”, escribía unos años más tarde en una columna para The New York Times titulada “Me equivoqué sobre la razón por la que las protestas funcionan”.
Esta es la tesis que el ensayista Gal Beckerman defiende en su último libro, Antes de la tormenta: Los orígenes de las ideas radicales (Crítica, 2023). A través de una decena de casos que recorren el pasado y el presente de nuestra historia, desde la obtención del derecho al voto en Inglaterra hasta los fanzines feministas de los noventa o los movimientos como Occupy Wall Street o Black Lives Matter, Beckerman plantea su teoría, que muestra cómo en el pasado las relaciones que establecíamos eran más fuertes y largas, a pesar de no contar con Instagram, Twitter o TikTok. “Si no asentamos las bases para movimientos duraderos, como hemos visto muchas veces, nos arriesgamos a la posibilidad de un rápido estallido de luz y un retorno a la oscuridad”, comenta de forma gráfica tras un largo viaje por Italia. “Debe haber un periodo en el que las personas deliberen entre sí y afinen sus ideas para presentarlas al mundo”.
Beckerman llama a esa fase inicial fase de incubación. Un momento de especial relevancia, donde las ideas “verdaderamente radicales” necesitan tiempo para desarrollarse. Todo ese proceso de gestación, según el escritor estadounidense, desaparece con las redes sociales: “Al principio esto puede parecer algo bueno, sería como una forma más eficiente y rápida de llegar a un mayor número de personas. Pero el mismo aspecto, que permite que los movimientos se consoliden más rápidamente y atraigan a muchos seguidores, también los debilita”, añade por correo electrónico.
Las tecnologías a nuestra disposición hacen que todo se mueva a un ritmo “más rápido, menos profundo y más enfocado en provocar emociones extremas”, afirma Beckerman. Y cita a Marshall McLuhan, cuyo conocido “el medio es el mensaje” delimita nuestro marco de actuación presente. “Si nuestro medio dominante es uno que recompensa ser rápido, ruidoso y llamativo, nuestra sociedad, nuestra política y nuestra cultura lo serán”, zanja.
Los números son elocuentes, vivimos una época donde nos manifestamos por casi todo. Más si somos españoles. Datos de la Encuesta Social Europea, aparecidos en 2021, situaban la media del continente en un 7,5% de personas que fueron por lo menos a una manifestación. En España esa cifra casi se triplicaba y alcanzaba el 19,7%. La información del Ministerio del Interior sobre manifestaciones comunicadas también es preclara: en 1994 se convocaron 10.902, en 2008 pasaron a ser 15.226, y una década más tarde, 53.726.
Para Stefania Milan, profesora de Critical Data Studies en la Universidad de Ámsterdam y autora del estudio From social movements to cloud protesting: the evolution of collective identity (de los movimientos sociales a las protestas en la nube: la evolución de la identidad colectiva), las redes sociales se quedan cortas si hablamos de sostener una protesta o un movimiento en el tiempo. “Un me gusta o un compartir en las redes difícilmente se traducen en apoyo en la vida real cuando la gente sale a las calles o participa en una acción disruptiva (tal vez ilegal) como una ocupación”, dice vía e-mail.
Un elemento adicional que es relevante con las redes sociales es la capacidad de difundir imágenes en lugar de solo palabras, recuerda Donatella della Porta, directora del Programa de Doctorado en Ciencia Política y Sociología en la Scuola Normale Superiore en Florencia y autora de libros como Los movimientos sociales (Centro de Investigaciones Sociológicas, 2019). “Esto le da aún más relevancia a la difusión de emociones colectivas”, sostiene.
Esta doble dicotomía, por un lado visibilidad y exposición, pero por otro control y división, es una de las cuestiones centrales en el reciente artículo Young Humans Make Change, Young Users Click: Creating Youth-Centered Networked Social Movements (los jóvenes humanos hacen cambios, los usuarios jóvenes hacen clic: creando movimientos sociales en red centrados en los jóvenes), donde Mina Rezaei, del Departamento de Ecología Humana de la Universidad de California, culpa a las redes sociales de la abundancia de estímulos, que distraen a las personas de sus objetivos principales, “haciéndolas más proclives al clictivismo o atrapándolas en filtros burbuja”, ese estado de aislamiento intelectual que los algoritmos promueven.
“Las redes son el instrumento de comunicación y organización esencial a día de hoy”Manuel Castells, sociólogo
Aunque todos son críticos, también ven un halo de esperanza. “Si observamos el ámbito global, en realidad las protestas organizadas por internet se han intensificado, algunas con importantes efectos sociales y políticos”, recuerda vía e-mail Manuel Castells, otro referente en el mundo académico, que lleva dedicándose medio siglo a estudiar los movimientos sociales.
Castells, exministro de Universidades en la anterior legislatura, enumera las recientes protestas en Chile, el poco conocido End SARS en Nigeria, la movilización Black Lives Matter, el estallido social en Colombia, que llevó a Gustavo Petro a la presidencia, o las reivindicaciones de las mujeres iraníes contra el asesinato de Mahsa Amini. “Todas surgieron de las redes sociales que ya son el instrumento de comunicación y organización esencial de las movilizaciones en nuestro tiempo”, concluye el también autor de Redes de indignación y esperanza (Alianza, 2012), obra clave para entender cómo los movimientos sociales comenzaron a organizarse hace una década.
Los números recopilados por Daria Kuznetsova y Caroline J. Tolbert en Globalizing information networks, social media, and participation, el estudio realizado más completo hasta la fecha, con muestras representativas de 45 países, corroboran esto último. “Sostenemos que el acceso a las redes de información, que existen dentro del espacio de los medios digitales y donde las discusiones sobre normas y valores políticos son frecuentes, promueve tasas más altas de participación política en el mundo”, concluyen.
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