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Anatomía de Twitter
Columna
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El museo de las redes sociales

Cachitos de nuestra memoria están enredados en tuits, mensajes, vídeos, publicaciones y comentarios y son el nuevo álbum de fotos de la estantería del salón

Donald Trump Twitter
La cuenta de Donald Trump en Twitter, vista en la pantalla de un móvil.OLIVIER DOULIERY (AFP)
Carmela Ríos

Les propongo un pequeño ejercicio de memoria: ¿recuerdan cuál fue el último acontecimiento importante de sus vidas que quedó documentado con un álbum de fotos? ¿Cuándo dejó de crecer la hilera de libros de recuerdos que ocupan alguna estantería de su casa y el móvil pasó a ser el contenedor potente y desordenado de los momentos de su vida? La historia de esta década es la del continuo revolcón al que nos someten los cambios tecnológicos. Irrumpen a un ritmo vertiginoso en nuestra existencia y la configuran, o desfiguran, sin que tengamos tiempo de pensar en sus consecuencias. Vamos camino de convertirnos en depredadores de la historia, de nuestra propia historia y la de las sociedades a las que pertenecemos. Todo pasa rápido y alcanza muy pronto la consideración de recuerdo, y, poco más tarde, la de recuerdo lejano.

La gestión de la memoria personal, colectiva e histórica en la era de las redes sociales constituye un episodio tan trascendente como poco abordado. Twitter es un buen ejemplo de ello. Estos días coqueteamos, con fundamento, con la posibilidad de un cierre o de disfunciones en cadena que pueden hacer inservible o inútil esta plataforma. Pero esta red guarda un tesoro: sus archivos albergan un pedazo fundamental de la historia global reciente sin cuya consulta será imposible obtener un relato completo y riguroso de los años que nos ha tocado vivir. Habría que inventar la forma de hacer del fondo documental de Twitter un gran manual de Historia para instruir a los estudiantes del futuro en cómo las redes sociales democratizaron el diálogo entre gobernantes y gobernados y fueron el altavoz de movimientos sociales y protestas civiles en todo el mundo. Sin Twitter quedaría mutilado el relato de la eclosión de las primaveras árabes y el movimiento 15-M de 2011 a la ola feminista del #MeToo en 2017. Con una buena selección de tuits del perfil de Donald Trump podría prepararse una clase magistral de historia contemporánea sobre el auge de los populismos y las nuevas formas de conquistas del poder.

No me gustaría estar en el pellejo del profesor que tendrá que explicar a sus alumnos en los próximos años sesenta cómo Twitter emergió como uno de los campos de batalla que enfrentó a los ingenieros de la desinformación que desordenaron el mundo con los expertos, los medios de comunicación y los organismos que lucharon hasta el final por la prevalencia de la verdad como cimiento de la realidad. Necesitamos a una nueva generación de historiadores con capacidad y conocimientos para recuperar, tratar, explicar y dar contexto al inmenso caudal de información que se ha gestado en las redes sociales y que ha transformado profundamente las formas de trabajar tanto en la comunicación política o en la corporativa, en la divulgación científica, en los mecanismos de los servicios de emergencia o en las herramientas del periodismo.

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Y después estamos nosotros, que, sin darnos cuenta, hemos entregado a las redes sociales el relato de una parte de nuestra vida personal y profesional. Cachitos de nuestra memoria están enredados en tuits, mensajes, vídeos, publicaciones y comentarios y son el nuevo álbum de fotos de la estantería del salón. De un salón alquilado, algo que convendría no olvidar como nos recuerda estos días el amigo Musk. No deberíamos extrañarnos que, tal como van las cosas, un día nos pida dinero por acceder a nuestros tuits antiguos. Será como pagar una entrada por un rato de nostalgia en el museo de Twitter, ese lugar donde aprendimos tanto y pasamos tan buenos ratos.

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