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La brújula europea
Columna
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Italia y Gaza: un despertar utópico contra los señores de la noche

La huelga general apunta a la necesidad de adueñarse del futuro frente a poderes imperialistas, racistas y machistas

Andrea Rizzi

Para bien y para mal, Italia ha sido varias veces a lo largo de la historia un avanzado laboratorio político, cuna de movimientos e ideas. Desde el acervo de instituciones y derecho de la antigua Roma hasta el fascismo, desde la revolución humanista-renacentista hasta el berlusconismo, en muchas ocasiones la península ha dado luz a fenómenos que tendrían amplia proyección en el tiempo y el espacio. Ojalá lo vuelva a ser otra vez ahora con el ejemplo de la gran protesta de ayer a favor de los gazatíes, a favor de los derechos humanos.

Ha habido otras admirables iniciativas de rechazo al genocidio que perpetra Israel en la Franja —ya hay suficientes pruebas fácticas y veredictos de expertos con auctoritas como para definirlo así en el debate público, a la espera de que la justicia internacional decida si es aplicable también en el ámbito jurídico—, como por ejemplo en España, donde la movilización con ocasión de la Vuelta ciclista tuvo una enorme relevancia, sin duda funcionando como mecha inspiradora para otros. Pero lo ocurrido en Italia se eleva a otro plano, con una huelga general y masivas manifestaciones simultáneas a lo largo y ancho del país.

Conviene detenerse a reflexionar sobre su significado. Asistimos en estos tiempos a importantes protestas ciudadanas, desde la huelga en Francia contra los planes de recortes del gasto público hasta las manifestaciones en Marruecos, pasando por los admirables movimientos antiautoritarios en Georgia o en Serbia. En algunos casos, estas protestas tienen como objetivo la defensa de valores tan nobles como la democracia, pero, por supuesto, se entremezclan en ellas intereses políticos o personales directos. Una huelga general por Gaza es algo diferente.

Es algo que vuelve a elevar la antorcha de las utopías. Quedaron estas sepultadas en décadas de supuesto fin de la historia, de reformismos rácanos, de realismos cínicos, de individualismos patéticos, de redes supuestamente sociales y efectivamente fragmentadoras, de partidismos de vuelo gallináceo. No es baladí que la gran protesta italiana haya sido movilizada por los viejos sindicatos, símbolos de mecanismos de intermediación, de conexiones humanas y tangibles, de redes solidarias de resistencia. Ellos también cometieron errores, pero, aunque debilitados, ahí siguen, y pueden activar cosas así. Por supuesto, en la protesta parte de la vibración emerge de la oposición a Giorgia Meloni. Pero sería un craso error entenderla solo en esa clave.

Recuperar las utopías, la capacidad de imaginar y desear un futuro luminosamente humanista, de activarse para conseguirlo aunque parezca sumamente difícil, es ingrediente fundamental del antídoto contra la noche oscura que se ciñe sobre nosotros. Ser abanderados del futuro mientras los señores de la noche ondean el estandarte del pasado, ahí está el reto. Porque todos ellos tienen por bandera algún pasado idealizado. Putin, el poderío imperial de la URSS; Xi, el rejuvenecimiento de China para reconstituirla como fuerza central que fue; Trump, el regreso a un pasado blanco, homogéneo, de mujeres que se quedan en casa; Netanyahu, del colonialismo de toda la vida. Ellos tienen la noche y el pasado —suelen ser señores, aunque haya señoras también, como Meloni, que ni siquiera llega al paso mínimo de reconocer a Palestina, en una lamentable táctica que tiene a que ver con no mosquear a Trump y no “traicionar” al país que, según la ultraderecha, es baluarte contra el asalto musulmán—. Conviene intentar adueñarse del futuro, movilizarse, sin resignación ante el poder duro, sin sumisión ante los partidismos, siendo propagadores de la emoción que hay en el valor del derecho y la justicia.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS. Autor de la columna ‘La Brújula Europea’, que se publica los sábados, y del boletín ‘Apuntes de Geopolítica’. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Autor del ensayo ‘La era de la revancha’ (Anagrama). Es máster en Periodismo y en Derecho de la UE
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