Francisco, muerto en el mejor momento
La polarización se hará un hueco entre quienes decidirán su sucesión


Reconozcámoslo: la muerte del papa Francisco habría desencadenado en cualquier momento la cadena de afectos que vemos estos días en Roma. Pero que se haya producido en abril, justo tres meses después de que la crueldad, el mal trato y el matonismo se hayan convertido en política de Estado en Washington, concede a su fallecimiento un significado aún más especial. Y es la oportunidad de poner en valor el humanismo.
Francisco no ha introducido cambios trascendentales en el funcionamiento de la Iglesia, en la igualdad de las mujeres o en el papel de los homosexuales, como sí han hecho otros credos mucho más avanzados en Occidente, pero sus mensajes han sido apreciables. Amigo de desfavorecidos, defensor de inmigrantes y compasivo con los que sufren, la gesticulación del Pontífice a favor de quienes no tienen el poder y además sufren el abuso de los poderosos es, a estas alturas del siglo, un gran legado. Aunque solo sea en contraposición a los vientos que soplan desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca.
Y ya sabemos que uno gobernaba en las cosas del espíritu —sea lo que sea eso— y el otro en las del mundo, pero colocarlos a ambos lados de la balanza tiene sentido. No hablamos de hechos, sino de retóricas: Trump no está deportando a más inmigrantes que su predecesor demócrata, pero su retórica contra el extranjero ampara una xenofobia que tiene así vía libre para extenderse desde el Estado hasta la población; Francisco tampoco ha dado más pasos que sus antecesores en igualdad de las mujeres o de orientación sexual, pero su mensaje (su retórica) ha sido incluyente.
Inclusión frente a exclusión. Compasión frente a desprecio. Humildad frente a exhibición de poder. Esa es la batalla en la que hoy se están jugando los principios en el mundo, aunque solo sea en ese duelo de retóricas. Es justo conceder a Bergoglio su aportación.
El nuevo mandato de Trump y su deriva matona concede así al legado del Papa mucho más valor. Y hoy lo visibilizaremos en las ceremonias distintas en el Vaticano (con jefes de Estado) y en Santa María la Mayor (con presos, trans y sin techo). A partir de entonces veremos el pulso entre las fuerzas que defienden su tono reformista y quienes propugnan un mayor encastillamiento aún de la cúpula eclesial. Y la polarización que vive el mundo se hará un sitio en el cónclave.
Eso sí, pase lo que pase y aunque ganen los buenos, la compasión nunca será suficiente. Frente a la desigualdad, necesitamos acción.
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