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La tristeza

Nuestros secretos y nuestras ilusiones son una narración de nosotros mismos

Feliza Bursztyn

El 8 de enero de 1982, a los 49 años, murió en París la escultora colombiana Feliza Bursztyn. Días después, en un artículo publicado en EL PAÍS, García Márquez escribió que había muerto de tristeza. Juan Gabriel Vásquez lo leyó entonces, y recoge ahora la historia en Los nombres de Feliza (Alfaguara). La literatura se esfuerza en demostrarnos que el tiempo no es una prisa, una mercancía de usar y tirar. La experiencia humana teje olvidos, memorias, sentidos propios de la vida y la muerte. Porque cada una de nuestras realidades individuales forma parte de un linaje, la comunidad que nos sostiene y nos envuelve. Los lectores de La forma de las ruinas (2015) o Volver la vista atrás (2020) se encuentran de nuevo con una magnífica novela de Juan Gabriel, una historia colombiana abierta a los escenarios del mundo. El destino de los personajes se define dentro de las circunstancias, los pasados y las rebeldías que caben en una conciencia y en una sociedad. La sangre judía, el papel destinado a una mujer, las tensiones políticas, la represión, el exilio, el amor, las ciudades, la desgracia o el arte contemporáneo buscan a la persona que se sienta en una mesa para cenar o mirar hacia la calle por una ventana. ¿La persona? ¿El personaje? Nuestros secretos y nuestras ilusiones son una narración de nosotros mismos. La literatura nos ayuda a reconocernos y sentirnos responsables de nuestra imaginación.

El autor puede tener dudas sobre las dificultades literarias de llegar a un personaje histórico, pero el lector de los buenos libros sabe que las historias le llegan al corazón de su propio ser. Leemos a los demás para reconocer nuestra vida. El último amor de Feliza llega al hogar común después de su muerte. Ahí está su mundo, el mundo de las cosas que ya no importan. De pronto la libertad no tiene que ver con la alegría o el miedo, sino con el vacío. Aprender a estar solo. Eso es la tristeza.

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