No se medique, sufra
Igual de dañino es recetar fármacos para la salud mental sin supervisión médica que recomendar que no se tomen nunca


La prescripción de psicofármacos en este país está regulada y solo pueden recetarlos los profesionales de la medicina. No son como la aspirina o las vitaminas, aunque el discurso farmacofóbico de moda dé a entender lo contrario. Habrá, como en todo, un mercado negro e ilegal en el que uno pueda saltarse los controles existentes, pero eso no es un problema de salud sino un asunto policial. Lo que llama poderosamente la atención es que en este tema se incurra en el irresponsable error de dar consejos generales a menudo basados en un desconocimiento absoluto de la materia sin recordar que estamos hablando de dolencias, de sufrimiento y del tratamiento que lo puede paliar. Nadie con dos dedos de frente aparecería en televisión diciendo, por ejemplo, que tomamos demasiados medicamentos para la presión arterial o demasiadas pastillas para prevenir la obstrucción de las arterias, que nos ponemos demasiados marcapasos o demasiadas caderas de titanio. Al que sufre un traumatismo no se nos ocurriría aconsejarle que aguantara el dolor de una fractura o una herida sin analgésicos de ningún tipo. Entendemos que hay que hacer algo para mitigar el sufrimiento del enfermo.
En cambio, cuando se trata de sufrimiento mental, de dolor psicológico, se pone sistemáticamente en duda que sea necesaria la medicación. El paciente que sangre por dentro, que ve alterada su visión del mundo, que se descompensa hasta el punto de que se tambalee su ser hasta los cimientos, el que no puede ser y pensar como siempre o no puede disfrutar de la vida misma, el que pierde el sentido de su existencia y quisiera ponerle fin no es alguien que carezca de fuerza de voluntad o que simplemente se angustie por nimiedades y no sepa afrontar los desafíos de una vida normal. La enfermedad mental no es la tristeza natural que traen algunos momentos dolorosos, ni la simple preocupación o el malestar soportable que pueden provocar algunas circunstancias adversas, es una afección que el profesional puede reconocer y diagnosticar. Y ese profesional, si llega a la conclusión de que su paciente necesita tomar un psicofármaco, no puede permitirse el lujo de ofrecer placebos o remedios de curandero a su paciente. Ni prescribir lecturas, afiliarse a un sindicato o esperar a que dos horas y media de reducción de la jornada laboral curen su trastorno. Si es una irresponsabilidad recomendar públicamente tomar fármacos sin supervisión facultativa también lo es incentivar la “desprescripción” solo porque las estadísticas dicen que en conjunto nos estamos medicando demasiado.
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