Política del quizás
Trump ha entendido mejor que nadie cómo se coloniza la mente humana en la era de internet


Para entender a Trump hay que estudiar a los chimpancés. En un famoso experimento, Robert Sapolsky se dio cuenta de que los monos segregaban más dopamina (la hormona de la felicidad) cuando, al tocar un botón, tenían un 50% de probabilidades de obtener un plátano que cuando, al hacer lo mismo, era seguro que les llegara la ansiada fruta. Los seres humanos somos idénticos, como apunta Borja Santos en el ensayo Estar o no estar. Lo que baña nuestros cerebros de química celestial no es el placer, sino la anticipación incierta del placer. La probabilidad embriaga nuestros cerebros. ¿Ganaré ese descuento? ¿Me hará match ese chico? Sapolsky lo llama la “magia del quizás”. Y el político que mejor ha comprendido que las personas somos yonquis del suspense es Trump.
Debe su éxito a la “política del quizás”. Frente a una política convencional que ensalza la congruencia, la estabilidad y la seriedad (aunque bordee el aburrimiento), Trump propone la incoherencia, la inseguridad y la broma (aunque roce el absurdo). Se dio cuenta antes que nadie de que, en un mundo inmerso en una auténtica guerra civil por la atención de las personas (entre las redes sociales, los medios y los infinitos entretenimientos audiovisuales de nuestra época), la imprevisibilidad vende más que la certeza. Segrega más dopamina en el cerebro de los votantes. Y probablemente no es casual que Trump haya tenido siempre más predicamento en unos perfiles psicológicos determinados. Sus seguidores más fieles parecen ser los sujetos más ansiosos por un chute de dopamina.
Y, una vez en el poder, Trump sigue el juego de la incertidumbre. A un ritmo frenético. ¿Soy el gran pacificador o el gran imperialista? ¿El último cruzado de la civilización occidental o el peor enemigo de Occidente? ¿Vengo a poner a orden o a sembrar el caos? Nos mantiene en permanente vilo, sin saber si sus amenazas se convertirán en políticas. Su palabra favorita era “arancel”, pero ahora lo es “aplazamiento”. Le dio la motosierra a Musk, pero ahora se la quita.
Trump no es un hombre de Estado, como pretenden sus seguidores, ni de negocios, como sospechan sus oponentes, sino de medios. Ha entendido mejor que nadie cómo se coloniza la mente humana en la era de internet: inundando el espacio público con mensajes inciertos, porque generan adicción. Trump es un guionista de serie al que no le interesa la consistencia de un episodio, sino llevarte al siguiente. Suelta falsedades, pero la mentira es circunstancial. La intriga es lo esencial. Trump no ha ganado por las fake news, sino por las maybe news. Porque hemos sido sus monos.
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