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Columna
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Donde hay miedo hay despotismo

Desde el inicio del ‘blitz’ trumpiano, muchos nos hemos venido preguntando cómo es posible que haya tan pocas voces en contra de la locura que ha introducido el magnate en la política estadounidense

Elon Musk escucha al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hablar en el Despacho Oval de la Casa Blanca en Washington, Estados Unidos, el pasado 11 de febrero.
Elon Musk escucha al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hablar en el Despacho Oval de la Casa Blanca en Washington, Estados Unidos, el pasado 11 de febrero.Kevin Lamarque (REUTERS)
Fernando Vallespín

Hace un par de días The New York Times advertía sobre un enfrentamiento abierto entre algunos miembros del Gobierno de Trump y Elon Musk. Tuvo lugar en presencia del presidente y con especial virulencia por parte del secretario de Estado, Marco Rubio, harto de la injerencia del equipo de Musk en su negociado. Exceptuando también al secretario de Transportes, los demás se mantuvieron más o menos callados ante el temor a las ácidas réplicas del dueño de Tesla. Una señal más de que la estrategia de esta presidencia de Trump 2.0 se monta sobre el amedrentamiento, aunque ya haya algunos que empiezan a estar hartos. Otra noticia, esta vez leída en el The Washington Post: la retirada de 400 millones en ayudas a la Universidad de Columbia por las algaradas que allí tuvieron lugar contra la invasión/destrucción de Gaza y no “proporcionar la protección adecuada a los estudiantes judíos”. El mensaje que se quiere transmitir es cristalino: aquí no se admiten manifestaciones que no vayan en la línea de la posición oficial del Gobierno. Y si no, aténganse a las consecuencias.

Desde el inicio del blitz trumpiano, muchos nos hemos venido preguntando cómo es posible que haya tan pocas voces en contra de la locura que ha introducido el magnate en la política estadounidense. Los demócratas lo intentan con timidez, pero siguen sin liderazgo y lamiéndose las heridas de su derrota; les pesa su incompetencia a la hora de elegir el tono adecuado y les paraliza la perplejidad e incredulidad ante lo que está pasando. ¿Y los ciudadanos? No ha habido grandes manifestaciones por el vertiginoso giro en su política exterior, el ponerse al lado de un tirano frente a la Europa democrática, ni por los muchos recortes que ya están afectando a los más menesterosos. ¿Y los propios republicanos? Exceptuando a la atrevida senadora Lisa Murkowski de Alaska, aterrada por la eliminación del USAID y sus consecuencias, las protestas que elevan son sobre todo de tipo económico, los famosos aranceles. Por las erráticas idas y venidas de Trump en este tema hay que colegir que quien realmente lo está controlando son los mercados. En fin, solo la prensa liberal de prestigio y algunos activistas de las redes están teniendo coraje cívico en estos momentos.

Fíjense, el adjetivo que estoy aplicando a las voces disidentes es el de “valiente”, y cuando esto ocurre en un sistema democrático, cuando disentir del poder se presenta casi como una proeza, es porque se encuentra a dos telediarios de dejar de serlo. Hay miedo, mucho miedo, ese elemento que Montesquieu atribuía a los regímenes despóticos. Como decía Judith Shklar, el miedo es incompatible con la libertad, y la función de los poderes públicos no debe ser la de infundirlo, sino, por el contrario, el aliviarnos de él.

Es ya una evidencia que el amedrentamiento mafioso es el modo particular de ejercer el poder de Trump, que va purgando a quienes considera que lo agraviaron y coacciona sin rubor a quienes se le oponen. Tiene a millones de inmigrantes ilegales aterrados, a los funcionarios, a un parlamento que no se atreve a chistar, una oposición política y popular perpleja y asustada, y todo un imperio mediático apoyado sobre las redes sociales como última arma de disuasión para quienes osen levantar la voz en su contra. Por ahora solo está dando la talla el Poder Judicial, pero está por ver si aguanta la presión a la que está sujeto; también ha sido objeto de amenazas más que veladas. Si esto va a seguir así, si no se activa el tradicional coraje cívico de ese país, este régimen acabará ―manteniendo todas las lógicas distancias―, como el de Stalin: todos acongojados, dentro y fuera del establishment. Esta vez como farsa absoluta.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
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