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tribuna
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Esta puede ser la hora de Alemania, si sabe aprovecharla

Berlín tiene que construir una Europa más fuerte y democrática, y que apoye a Ucrania, en contra de la posición política actual de Estados Unidos

Ilustración de Eulogia Merle para la tribuna 'Esta puede ser la hora de Alemania si sabe aprovecharla' de Timothy Garton-Ash, 27 de febrero de 2025.
Eulogia Merle
Timothy Garton Ash

En la historia de la República Federal de Alemania ha habido tres ocasiones en las que un canciller tomó una decisión estratégica que abrió la puerta a un futuro mejor para Europa. Hoy no solo es posible, sino urgentemente necesario, que vivamos un nuevo momento histórico similar. Si el nuevo Gobierno de coalición del país presidido por Friedrich Merz aprovecha la oportunidad que le ofrece esta crisis, Alemania y Europa seguirán avanzando. Si fracasa, es posible que, antes de que acabe esta década, hayamos retrocedido más y más deprisa de lo que jamás habríamos imaginado en nuestras peores pesadillas hace solo unas semanas.

La gran diferencia con esos tres momentos trascendentales es que en 1949, 1969 y 1989 había una coincidencia política fundamental entre la República Federal y Estados Unidos. Esta vez, Alemania tiene que construir una Europa más fuerte, libre y democrática, y que apoye a Ucrania, en contra de la posición política actual de Estados Unidos. El instante más asombroso de la noche electoral del domingo se produjo cuando Merz, que siempre ha sido un atlantista, declaró que Europa debe “independizarse verdaderamente de Estados Unidos”. (En comparación con la zalamería vagamente británica de Emmanuel Macron en la Casa Blanca al día siguiente, el futuro canciller de Alemania parece casi más gaullista que el presidente francés).

En 1949, Konrad Adenauer, el gran canciller fundador de la República Federal, tomó la decisión de sumar la mitad occidental de su país dividido al Occidente geopolítico transatlántico que estaba naciendo y a una Europa más integrada; su postura estaba en consonancia con la actitud de Estados Unidos y los principales socios europeos del nuevo Estado —Francia y Gran Bretaña— en plena posguerra y Guerra Fría. En 1969, la apertura hacia el Este del canciller Willy Brandt, la Ostpolitik, coincidió con las políticas de distensión que estaban iniciando Washington, París y Londres. En 1989, el empeño del canciller Helmut Kohl en que la reunificación alemana formara parte de las siguientes fases de unificación europea, incluida la creación de una moneda europea común, contó con la opinión favorable de Estados Unidos y facilitó que Francia aceptara la unidad alemana. En los tres casos, siempre hubo algún gobernante occidental que manifestó sus reservas —la más corta de miras fue Margaret Thatcher cuando se opuso a la reunificación alemana—, pero, desde una gran perspectiva histórica, las decisiones estratégicas más importantes de Alemania estuvieron en sintonía con las del Occidente geopolítico encabezado por Estados Unidos.

Hoy ya no. Mientras Trump esté en la Casa Blanca, no habrá ningún “Occidente” con una postura geopolítica unida. El lunes, en el tercer aniversario de la invasión rusa de Ucrania, asistimos en la ONU al indignante espectáculo de que Estados Unidos votara lo mismo que Rusia, en contra de una resolución en favor de Ucrania propuesta por los británicos y los países de la UE. Estados Unidos ha decidido unirse a las grandes y medianas potencias de los BRICS que utilizan la política transaccional para destruir lo que queda del orden internacional liberal que el propio Estados Unidos construyó. El experto en relaciones internacionales John Ikenberry dijo en una ocasión que Estados Unidos era un leviatán liberal. Hoy, ese leviatán liberal se ha convertido en un elefante descontrolado.

La Europa libre que hemos construido desde 1949 está siendo atacada desde dentro y desde fuera, unos asaltos interconectados. En todas partes gana terreno la Europa antiliberal, populista y nacionalista. Es normal que la candidata de AfD, Alice Weidel, calificara los resultados electorales de su partido de “éxito histórico”: ha obtenido una quinta parte de los votos totales, ha ganado con claridad de las elecciones en la parte oriental de Alemania y ha pasado a ser el segundo partido del nuevo Bundestag. Lo alarmante es que lo haya logrado con el apoyo de Washington. La diatriba que soltó en la Conferencia de Seguridad de Múnich el vicepresidente estadounidense, J. D. Vance, fue un auténtico mítin en favor de AfD. El domingo por la noche, Merz comentó con ironía que las injerencias de Washington en nuestra política democrática “son tan terribles como las de Moscú”.

Después de la reunificación de Alemania en 1990, celebramos que se hubiera convertido en un país europeo “normal”. Ahora, en cierto sentido, tenemos que lamentarlo. Porque, hoy en día, ser un país europeo normal significa que al centro liberal le quedan pocas oportunidades. Si no cambia lo que hace falta para recuperar a los votantes que se han ido a los extremos populistas, Marine Le Pen será presidenta de Francia en 2027, AfD ganará las elecciones alemanas en 2029 y la formación de Nigel Farage, Reform UK, tendrá más votos que el Partido Conservador.

La buena noticia es que los grandes partidos alemanes y europeos de la democracia liberal tienen cada vez más claro lo que hay que hacer. Europa tiene que salvar a Ucrania. Debemos apresurarnos a construir una defensa europea común mucho más fuerte que incluya a Gran Bretaña. Todos nosotros, pero especialmente Alemania, tenemos que recuperar el dinamismo económico, sin revertir la transición ecológica, pero abordando las preocupaciones que suscitan las desigualdades socioeconómicas y geográficas que han empujado a los votantes hacia los populistas. Debemos controlar la inmigración irregular y, al mismo tiempo, lograr la integración de un gran número de inmigrantes, que es la única manera de resolver nuestro grave problema demográfico.

¿Cómo se va a hacer? ¿Cómo se va a pagar? Los obstáculos internos son inmensos. Alemania, un país famoso por los motores que fabrica, ahora destaca más por los frenos, los mecanismos como el “freno de deuda” consagrado en la Constitución. Pese a ello, el canciller alemán tiene enormes posibilidades de llevar al país en una nueva dirección si muestra, como Adenauer, Brandt y Kohl, la voluntad y las aptitudes necesarias para hacerlo.

De acuerdo con la tradición, las inminentes negociaciones para formar una coalición entre los demócratas cristianos y los socialdemócratas deberían desembocar en una serie de acuerdos para repartirse las porciones de un pastel grande y cada vez mayor. Pero ¿y si el pastel es cada vez más pequeño y hay que cortar dos nuevas porciones, para invertir más en defensa y en las desatendidas infraestructuras del país? Es evidente que Alemania tendrá que relajar de alguna forma el freno de la deuda, pero, para que este momento tenga verdadera trascendencia estratégica, para que sea un auténtico Zeitenwende, Merz tendrá que seguir el ejemplo de sus dos grandes predecesores democristianos, Adenauer y Kohl, y dar un gran paso más para contribuir a fortalecer Europa. El continente necesita tener más peso en materia de seguridad, industria de la defensa, energía, transición ecológica e inteligencia artificial para no perder terreno en este mundo de matones gigantescos. Las soluciones no tienen por qué consistir siempre en una integración al estilo de Bruselas, pero no pueden ser solo de ámbito nacional.

El mayor freno que retiene a Alemania es el estado de ánimo: una curiosa mezcla de demasiada comodidad y demasiado miedo, todo al mismo tiempo. Con lo aficionado que soy a los sustantivos compuestos alemanes, me encanta ver de qué manera tan brillante ha captado ese sentimiento el politólogo alemán Karl-Rudolf Korte, que ha dicho que Alemania es un Wolferwartungsland (un país constantemente pendiente de la llegada del lobo). Salvo que los lobos, hoy, ya han llegado: dos grandes que llaman a la puerta —Putin y Trump— y uno pequeño, AfD, que ya está dentro del gallinero.

Para ahuyentar a los lobos, la cualidad que más necesitan exhibir los alemanes es el coraje. Que sigan el consejo de su poeta nacional. “Dinero perdido, pérdida ligera”, escribió Goethe, “honor perdido, pérdida considerable. ¡Coraje perdido, pérdida irreparable!”

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