La herida que no se cura
Me pregunto a cuántas madres les hacen tests de inteligencia y de solvencia emocional. Cuántas de nosotras hemos salido de la clínica con un bebé en brazos, muertas de miedo y sin saber cómo el amor podría suplir todo aquello que desconocíamos de la crianza

De entre todas las fechas que se rememoran con más o menos solemnidad en el calendario público, se me cuela a mí todos los febreros el día del nacimiento de mi madre. Es algo tan íntimo y tan perdido en un tiempo que ni tan siquiera era el mío que me resulta asombroso traerlo hoy aquí, a estas páginas en las que seguramente se impondrá una vez más la evidencia de estos tiempos amenazantes. Espero que me comprendan. Un día de febrero me permito obviar el ruido del mundo y rebuscar entre los recuerdos de esa mujer con la que compartí pocos años de vida. ¿Qué queda en la memoria de una madre a la que no has conocido a lo largo del tiempo?
Espero que los psiquiatras, expertos en la edición constante de nuestros recuerdos, me permitan asegurar que de mi madre aún permanece la voz, que se hace presente en la mía cuando canto una canción de las que ella entonaba; me queda en el tacto la anchura y lo mullido de esas caderas sobre las que dormí, lloré y exigí atención con todo el egoísmo de quien se sabe querido y conservo el olor, ese olor suyo y solo suyo que la hacía distinguible entre todas las mujeres. Si es que lo invento, se entenderá que hay fantasías que tejen su benéfica labor de consuelo.
Leo en estas mismas páginas una historia que a buen seguro no llenará el tiempo de las tertulias y cuyo desenlace tal vez no sabremos: a la pareja formada por Yumara, de 19 años, y Abdel, de 32, los servicios sociales de Castilla-La Mancha le han retirado, hasta la resolución del juez, la custodia de su niña recién nacida. En el espléndido reportaje de Patricia Ortega Dolz se puede escuchar la conversación de un técnico de Bienestar Social con la pareja en la que ellos tratan de revertir la decisión sin éxito y él les comunica que de momento la separación es irrevocable. La bebé, cuenta la crónica, se había agarrado ya al pecho de su madre. Solo una parturienta puede comprender el alcance de este acto: se trata de ese momento esencial en que una recién nacida siente el penetrante olor de quien la ha custodiado durante nueve meses y, alentada por ese reconocimiento, mueve la cabeza desesperada hasta que encuentra el pezón rebosante de leche hasta que se activa en ella el milagroso instinto de chupar.
¿Cuáles son las razones que ofrecen las autoridades para interrumpir este encuentro que no por ser común deja de constituir cada vez que ocurre un pequeño milagro? Yumara, la joven madre, pasó su infancia tutelada por los servicios sociales de Toledo y esos años traumáticos la inhabilitan, al parecer, para cuidar a su hija. Yumara, cuando recibió la noticia que la arrojaba de nuevo al desamparo, se desmayó. Reaccionó como cualquier madre despojada de lo suyo, más aún si cabe por haber carecido en la niñez del cobijo de unos padres. Yumara no es lo suficientemente inteligente para alimentar a su bebé, pero resulta que la cría se aferró a ella; no tiene madurez para cuidarla, pero las fotos muestran con cuánto primor había preparado una habitación con la cuna vestida ya y la ropilla colgada en perchas diminutas. Yumara carece de asistencia familiar, pero ahí estaba la pareja, Abdel, reclamando su paternidad y exigiendo no ser ninguneado.
Esto me lleva a preguntarme a cuántas madres les hacen tests de inteligencia, de solvencia emocional, cuántas de nosotras hemos salido de la clínica con un bebé en brazos, aturdidas, muertas de miedo y sin saber cómo el amor podría suplir todo aquello que desconocíamos de la crianza. El gobierno regional afirma que hay que respetar el procedimiento. ¿No había otra manera de velar por ellas? El problema de este insensato procedimiento es que mientras los expertos esperan el veredicto, hay una criatura que deberá aprender a vivir sin el olor de su madre, sin el pezón al que se enganchó, sin esa leche que ya no sabrá como ninguna. Puede que la niña ya haya entrado en un proceso de olvido y esa es una herida que jamás se cura.
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