Los niños son los padres
Para muchos Adanes y Evas, sus niños son distintos. Ni dicen palabrotas ni acosan en el cole ni, muchísimo menos, ven porno o se masturban, porque no lo han visto en casa
Sábado, diez de la noche, planta de cine, ocio y restauración de un centro comercial en plenas rebajas de invierno. Una rugiente marabunta humana atesta el espacio y el ambiente. En una cervecería de esas con 20 clases de lúpulo, jarras de a medio litro la pequeña y pantallón de 100 pulgadas para ver el fútbol e insultar al árbitro a gusto, cena una pareja de cuarentones con tres crías monísimas, de, no sé, seis, cuatro y dos añitos a ojo. Al lado, otra pareja, sola, se atiza unas pintas mientras él le cuenta a ella, a voz en cuello por el estruendo, que está estresado de la hostia porque ha tenido una semana de mierda en el curro y el cabrón del jefe le está jodiendo vivo. Lo normal, vamos. Hasta que el papá le toca el hombro al currante y le pide que modere su lenguaje porque sus hijas están en edad de copiarlo todo y que, por favor, un respeto a las niñas. Mira, porque el aludido aún está mudo del pasmo y yo ya me estaba yendo a dormirme El brutalista en el cine que, si no, le monto un pollo al padre modelo.
Los Adanes, y las Evas, por acción u omisión, como los de la escenita son una especie más común de lo que pueda creerse aquí y ahora. Padres y madres para quienes sus criaturas no solo son las más guapas, buenas y listas del globo, como toda la vida, sino deidades absolutas. Dioses a los que hay que adorar, llevar en andas y librar de toda contrariedad o blasfemia, no sea que se traumen, como si el mundo fuera un cuento y no un lugar injusto, incierto e imperfecto, cuando no terrible. No, sus niños son distintos. Ni dicen palabrotas ni acosan en el cole ni, muchísimo menos, ven porno ni se masturban porque no lo han visto en casa. Luego, si en vez de príncipes o princesas les salen ranas, la culpa es de las malas compañías y de las redes sociales. Pues no, mira. Educar consiste en acompañar, orientar y dar a los hijos el amor, el ejemplo y los valores para adaptarse, crecer y desenvolverse en el mundo en que viven, y no a la inversa. Así que, a riesgo de que me llamen boomer, charo, o, anatema, adultocéntrica, desde aquí lo digo: hoy, demasiadas veces, los niños son los padres y luego vienen los madre mía. Ya lo sé: voy a tener una vejez muy mala.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.