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Adultocentrismo: una sociedad centrada en los adultos y que olvida a los niños

Para los expertos, el mundo actual tiene poca sensibilidad y empatía hacia la infancia, lo que impide lograr que se cumplan sus necesidades reales e intereses

Adultos
Una familia disfruta de una comida en un restaurante.Ivan Matejic (Getty Images)

El adultocentrismo es la corriente hegemónica en la que se mueve una sociedad centrada en las necesidades e intereses de las personas adultas; de esta manera, se subordina a las personas que no encajan en el modelo, como son la infancia, la adolescencia e incluso la tercera edad. Así lo explica Patricia Collado Vicente, maestra en la escuela pública San Carlos de Madrid: “Somos adultocentristas, cosa que se manifiesta en pequeños detalles como en los comportamientos y expresiones que les decimos a los niños y a las niñas, como, por ejemplo: ‘Cuando dos personas mayores están hablando, no debes interrumpirlas’, en lugar de explicarles que cuando dos personas están hablando, debemos esperar nuestro turno y no interrumpir otra conversación”. A lo que Collado señala que no se está mostrando unas normas de intervención comunicativa, sino que se está “señalando a los pequeños como miembros inferiores con menos derecho a intervenir en una conversación”.

En nuestro sistema social existe poca sensibilidad y empatía hacia la infancia. “¿Cómo se explica entonces que un bebé de 16 semanas entre en una escuela infantil en la que se pasa de seis a ocho horas sin su madre o su padre? ¿Qué hay de las actividades extraescolares a las que van? ¿Queremos que aprendan inglés, violín, teatro, natación... o es que necesitamos que les cuiden otros porque nosotros salimos tarde del trabajo? ¿Los horarios ampliados de desayuno o merienda en los centros educativos son porque los necesitan, o son los adultos quienes sin ellos no podríamos cumplir el horario laboral?”, se pregunta esta maestra.

Para Collado, la falta de conciliación familiar es la gran consecuencia del adultocentrismo: “La sociedad te valora por tu desarrollo profesional, tu futuro laboral o lo productivo que seas dentro de una empresa. La función reproductiva y el papel de la maternidad, paternidad o esfuerzo y dedicación que supone la crianza está relegado e invisibilizado”. Por este motivo, un mundo en el que el adultocentrismo sea un denominador común impide llegar a las necesidades reales e intereses de la infancia, como una conciliación real, según la experta. “Hablamos de educar a los niños de hoy porque son los adultos del mañana. Y sí, claro que son el futuro, pero no debemos enfocar nuestro objetivo en su figura como representantes de esa sociedad anhelada que perseguimos, sino que ellos mismos, a día de hoy, por el hecho ya de ser niños y niñas, sustentan un papel fundamental en la vida y en la sociedad siendo un claro reflejo y espejo de la misma”, añade.

La docente e investigadora Heike Freire cuenta que el adultocentrismo está en miles de detalles: “Hace unos días entré con una niña de seis años a los baños de un restaurante. Aunque es una persona muy inteligente y autónoma, tuve que abrirle la pesada puerta porque con su tamaño era imposible. Cuando fue a coger jabón para lavarse las manos, el dispensador estaba altísimo, y tuve que ayudarla. Después, incluso de puntillas, fue incapaz de conseguir agua del grifo porque estaba durísimo el botón”. Freire afirma que aunque muchas personas como ella trabajan para respetar la infancia y conseguir que sean personas autónomas, cuestión importantísima para el desarrollo, “te das de bruces continuamente con la realidad física, social, educativa”. “Esto hace”, dice, “que no les respete como personas, con sus diferencias. Les discrimina y esto afecta muy negativamente a su crecimiento y desarrollo”.

Rubén García Martín es maestro del centro público Antonio Allué Morer, en Valladolid. Afirma que a nivel educativo se nota en las metodologías: “Cuando un adulto es adultocentrista, deja a un lado las necesidades de los niños y las niñas. Le importa poco el proceso de maduración del alumnado. Solo piensa en su razón, su verdad... Y su necesidad”. En ese caso la enseñanza de conocimientos suele ser lo importante para práctica docente, dejando de lado las necesidades de los niños y las niñas: “Es una educación pasiva para el alumnado, carente de sentido de autonomía, en la que importa poco lo qué sienten o qué necesitan”. Y García asegura que se está creando una sociedad egoísta y despreocupada, donde los niños no pueden expresarse ni son escuchados. “Eso hará que en el futuro hagan lo mismo y creamos una sociedad más injusta y egoísta”, señala.

Para el maestro, la educación tendría que ser más amable, más respetuosa. Una educación más activa, escuchando las necesidades del alumnado. “Nos tendríamos que fijar en lo importante, en una educación, en los sentimientos y las necesidades, olvidarnos de rankings y competencias. Tendríamos que ver al niño y a la niña como personas que son la base de nuestra sociedad”, puntualiza. Como adultos, incide en que tendríamos que ser menos competitivos, menos exigentes, menos esclavos deshumanizados: “Unas clases más activas, dinámicas, donde se potencie la autonomía y la participación por parte del alumnado conseguiría una sociedad más social, más democrática y más participativa. La clave está en la educación, si cambiamos la educación, cambiamos a la sociedad”.

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