El debate | ¿Deben las instituciones públicas dejar de publicar en X?
El Ayuntamiento de Barcelona se sumó el lunes a otras instituciones europeas y anunció que no difundirá más información en X (lo que fue Twitter) por su creciente orientación política y la pérdida de efectividad del algoritmo
La red social X (antes Twitter), ha sido durante años una gran plaza pública en la que políticos, periodistas y ciudadanos de a pie intercambiaban información y comentaban la actualidad. Esto la ha convertido en una red cuya importancia política y cultural sobrepasa de lejos el número de personas que realmente la usan. Sin embargo, la compra de la red social por parte del magnate Elon Musk ha acelerado el cambio del algoritmo de la plataforma para aumentar el número de anuncios. Además, el giro ultraderechista de Musk ha llevado a la red a potenciar contenidos fraudulentos, falsos y extremistas que encajen dentro de los intereses de su propietario. Ante esta situación, algunas instituciones públicas europeas, de universidades a ministerios pasando por agencias independientes y ayuntamientos como el de París y Barcelona, han dejado de publicar en la red. ¿Es una buena idea? La consultora de comunicación digital Marta G. Franco y el secretario de Organización de Podemos (partido que ha anunciado que no dejará X) Pablo Fernández nos dan sus opiniones sobre el tema.
Parar los pies a un oligarca totalitario
Marta G. Franco
Sería aberrante que la Agencia Española de Protección de Datos tuviera su página web en los servidores de Amazon, que es la empresa más multada por incumplir la normativa europea de protección de datos. Sería aberrante que el Ministerio de Cultura se hubiera dedicado a hacer promoción del audiovisual español a través de Seriesyonkis.com, una popular web de descargas. De la misma manera, resulta cada vez más aberrante que las instituciones públicas utilicen X como medio para hacer llegar información veraz a la ciudadanía.
La Comisión Europea está investigando a Elon Musk porque hay serias sospechas de que manipuló el algoritmo de su red social para aumentar la visibilidad de su conversación en directo con Alice Weidel, líder del partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). Ya lo hizo para multiplicar el alcance de sus propios mensajes, según consta en documentos filtrados por sus trabajadores y ha demostrado un estudio de la Universidad de Queensland. Manipular algoritmos para favorecer la propagación de unas ideas sobre otras es uno de los “riesgos para la democracia” que Bruselas trata de mitigar con la Ley de Servicios Digitales (DSA).
Si Pedro Sánchez hablaba en serio cuando dijo en el Foro de Davos, la semana pasada, que hay que poner límites a los “tecnomillonarios” que están “cercenando la democracia”, tiene una oportunidad excelente con la política de comunicación de su Gobierno. Le basta con abandonar X, como ya han hecho una decena de universidades públicas españolas y el Ayuntamiento de Barcelona, entre otras entidades públicas europeas. Todos los responsables al frente de las instituciones públicas tienen la oportunidad de mandar un mensaje muy claro: cerrar sus cuentas en X para escenificar que no consienten las interferencias antidemocráticas de su dueño.
El argumento de que la comunicación institucional debe hacerse donde está la ciudadanía no se sostiene: X nunca ha estado entre las redes sociales más usadas, ni siquiera en los tiempos en que se llamaba Twitter. Solo fue la preferida para políticos y periodistas, y, por tanto, para quienes quieren intervenir en la agenda pública. Desde que está al frente, Musk redujo los mecanismos de moderación y seguridad e instauró un sistema en el que son los usuarios de pago quienes consiguen más alcance, sin importar si sus mensajes son engañosos o discriminatorios. Auditorías independientes han alertado sobre el aumento de los discursos de odio. Quienes se dedican a gestionar redes sociales han notado que se han reducido drásticamente las interacciones y el alcance de sus mensajes en X; cada vez se llega a menos gente, en un entorno más tóxico.
Abandonar X es lo que están pidiendo movimientos ciudadanos como HelloQuittX, en Francia, o Vámonos juntas, en España, que claman por una fuga masiva hacia otros espacios digitales. Organizar el éxodo es como el dilema del huevo y la gallina: si no hay muchas personas en ellas, medios de comunicación y creadores de contenidos carecen de incentivos para unirse; si no hay suficientes medios y creadores de contenidos, no serán atractivas para los nuevos usuarios. Las instituciones públicas podrían ser la avanzadilla que le dé peso al cambio.
Abandonar X es, sobre todo, una excelente vía para apostar por la soberanía tecnológica, ese objetivo que la UE lleva marcándose desde 2020 y que, en vista del devenir geopolítico, cada vez parece más urgente. Entre las alternativas a considerar, existe el fediverso, un sistema para desarrollar redes sociales basado en un estándar abierto y mantenido por W3C, una entidad internacional sin ánimo de lucro. Su exponente más destacado es Mastodon, desarrollado por una empresa alemana, y que presenta una arquitectura que permite recuperar lo que hizo de internet una prometedora red para el acceso universal al conocimiento: la descentralización y la colaboración entre sector público, empresas privadas y ciudadanía.
Cada día que las instituciones siguen gastando recursos en alimentar una plataforma que no es eficaz ni justa, es un día que no están contribuyendo a construir la internet democrática que necesitamos.
Dejar de tuitear no nos salvará
Pablo Fernández
El saludo nazi de Elon Musk en un mitin de Trump, su injerencia en las elecciones germanas en favor de los neonazis de Alternativa por Alemania (AfD) y el cada vez más evidente sesgo ultra del algoritmo de X (antes Twitter) ha reavivado un debate recurrente: ¿Debemos seguir publicando en esta red?
En los últimos días, algunas instituciones y dirigentes han respondido abandonando sus perfiles, al entender que permanecer en una plataforma controlada por un tipo siniestro como Musk, donde crecen los bulos y el odio, contribuye a difundir mentiras y mensajes de la extrema derecha. Quienes abogan por esta opción se inclinan por dar este terreno por perdido y concentrar esfuerzos en otros espacios. En Podemos somos muy conscientes del peligro para la democracia que entrañan tanto los personajes como Musk como la manipulación del debate público. Lo hemos sufrido en primera persona, con especial virulencia, a lo largo de estos 11 años. Sin embargo, por bienintencionado que pueda ser el planteamiento y pese a compartir el objetivo, no creemos que abandonar X sea la solución.
Comencemos por Musk: sí, el hombre más rico del planeta ha puesto toda su fortuna y su capacidad de influencia al servicio de la extrema derecha, pero desgraciadamente no es un caso aislado. Los máximos directivos de Meta, Amazon o Google, entre otros, han financiado la campaña de Trump, le rindieron pleitesía en su toma de posesión y se han puesto a su servicio. Si la utilidad de una red se mide por la catadura moral de su propietario, el abandono de X debería ir seguido de la renuncia a Facebook, Instagram, WhatsApp o YouTube, sin las que resulta casi imposible imaginar el internet actual.
Es igualmente cierto que existen pruebas de que Musk manipula al algoritmo de X para allanar el terreno a la mentira y el odio, pero la situación no es mucho mejor en otras plataformas que también le ponen una alfombra roja a la agenda de Trump: Meta, por ejemplo, acaba de suprimir la verificación de contenidos y, bajo el pretexto de una mayor “libertad”, permitirá difundir mensajes de odio machista, racista, homófobo o tránsfobo.
De hecho, una reflexión más amplia nos llevaría a concluir que los principales motivos que se esgrimen para dejar X –el perfil ultraconservador de Musk y la manipulación que ejerce al servicio de intereses políticos– afectan también, en mayor o menor medida, a medios privados tradicionales. ¿Hay alguna red de TV en manos progresistas en España? ¿Cuántos grandes medios tienen en su accionariado a bancos y energéticas que dictan su línea editorial? ¿Cuántas informaciones negativas vetan los principales anunciantes? ¿Por qué hay miles de noticias que criminalizan un fenómeno residual, como la okupación, y casi ninguna sobre el drama social de los desahucios? ¿Si nos vamos de X, hay que renunciar a aparecer en determinados periódicos, radios o televisiones? ¿Deben instituciones, partidos y cargos políticos expresarse solo en aquellos espacios donde estén plenamente garantizados estándares éticos y deontológicos? Por desagradable que pueda ser a veces, creemos que no.
Musk y X son un peligro para la democracia, pero dejar que los suyos campen a sus anchas en una plataforma con millones de usuarios diarios no mejorará las cosas: solo servirá para reducir el alcance de información relevante y para que el odio se difunda más rápido y con menor oposición. La solución, a nuestro juicio, es más compleja que la retirada: no basta con publicar contenidos veraces o desmentir bulos en X, es necesario fortalecer otras redes y adoptar medidas que arrebaten el control del debate público al puñado de grandes corporaciones que hoy lo domina.
Dicho de otro modo —y desde una perspectiva de izquierdas—, el mundo, probablemente, no va a mejorar tuiteando, pero tampoco lo salvaremos abandonando X. A medio plazo, potenciar otras redes, democratizar el poder mediático y fortalecer los movimientos sociales es lo que puede elevar el nivel del debate, reducir el impacto de los bulos y, en consecuencia, minar el poder de X. Y, mientras tanto, toca disputar cada espacio y no dar ninguno por perdido.
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