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tribuna
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El camino hacia el poder, según Elon Musk

El empresario utiliza X para intentar cambiar gobiernos porque quiere más fábricas, más trabajadores baratos, más rebajas fiscales y menos regulación

El multimillonario Elon Musk (a la izquierda) y el presidente electo de EE UU, Donald Trump, tras un acto de campaña en Butler (Pensilvania), 5 de octubre.
El multimillonario Elon Musk (a la izquierda) y el presidente electo de EE UU, Donald Trump, tras un acto de campaña en Butler (Pensilvania), 5 de octubre.Anna Moneymaker (Getty Images)
Marta Peirano

“El verdadero presidente es quien controla el teleprompter”, anunció Elon Musk en el congreso All-in de Miami en 2022, después de comprar Twitter por 44.000 millones de dólares. “El camino hacia el poder es el camino hacia el teleprompter”. También anunció que estaba a punto de votar republicano por primera vez. Washington cuenta dos historias para explicar el presunto giro político del empresario.

Una es Vivian Jenna Wilson, antes conocida como Xavier Alexander Musk, uno de los cinco hijos que tuvo con su primera esposa, Justine Wilson. El empresario declaró que había sido “asesinada por el virus woke”. Aquí empieza su cruzada personal contra lo políticamente correcto.

La segunda es que Biden organizó una Cumbre de Vehículos Eléctricos en la Casa Blanca para promover la electrificación del transporte y reducir las emisiones en EE UU y no le invitó. Peor aún: Biden elogió públicamente a General Motors (GM) y a su CEO, Mary Barra, por liderar la transición porque “fuisteis vosotros y eso importa”. Entonces Tesla tenía el 66% de cuota de mercado y GM no llegaba al 9%. Pocos días después de las últimas elecciones, una cuenta fan de Tesla tuiteó el video de Biden diciendo aquellas palabras, y Musk respondió: “No encontrarás a un amigo mejor que yo, ni tampoco peor enemigo”. Desde entonces, ha cambiado el buenismo por la filosofía de Mae West: cuando soy buena, soy muy buena; cuando soy mala, soy mejor.

En su último ensayo, Doppelganger: A Trip Into the Mirror, Naomi Klein explica cómo una intelectual feminista y progresista como Naomi Wolf pudo transformarse en influencer de la ultraderecha y vehículo de sus teorías de la conspiración. En este caso, hay un momento de exposición pública que genera un pico de vergüenza y, esperando al otro lado, un universo donde los errores son aciertos, la maldad es astucia, la bondad es hipócrita, los verificadores son los mentirosos, y el hombre más rico y poderoso del mundo es un rebelde que encarna el martillo de la voluntad popular. A ese lado, que Klein llama el “mundo espejo”, la audiencia es más entusiasta, menos crítica y más maleable. Primero, porque produce más dopamina estar furioso que estar deprimido. Segundo, porque han hecho y dicho cosas tan imperdonables que ya no tienen a dónde ir.

Esta es la audiencia a la que Musk interpela cuando tuitea “la guerra civil es inevitable”, durante los disturbios racistas de este verano en Reino Unido o “solo Alternativa por Alemania (AfD) puede salvar Alemania”. Es la audiencia que pide que saquen al ultra Tommy Robinson de la cárcel y metan al primer ministro Keir Starmer o a su ministra Jess Phillips, a los que acusan de encubrir a las bandas paquistaníes de violadores que operaban en el norte de Reino Unido para no parecer racistas. Sigue la estrategia de Tommy Robinson, pero no porque sea también un supremacista británico que sueña con encabezar una limpieza racial. Musk persigue un nuevo cambio de gobierno porque es su vía más directa de expansión.

Musk quiere más fábricas, más trabajadores baratos, más rebajas fiscales y menos regulación. Pero, sobre todo, quiere desplegar la clase de infraestructura que no se puede desmantelar, a ser posible con dinero europeo. Tiene un negocio espacial que pone cohetes en órbita y que, de momento, solo compite con los rusos. Tiene un sistema de comunicaciones por satélite que, de momento, no compite con nadie más. Tiene un negocio de coches eléctricos en declive cuya sede europea es Brandeburgo. En su artículo para Die Welt, ha dicho que sus “inversiones significativas” en Alemania justifican su intervención en la política local, dibujando una visión perfectamente colonialista del capitalismo que los otros líderes del sector comparten. Todo indica que Alemania va a las elecciones con AfD como segunda fuerza política y al menos un teleprompter trucado. Musk sigue siendo el único usuario de X capaz de modificar el servicio para garantizar su visibilidad y la de su clan.

X tiene cien millones de usuarios en Europa. El pasado octubre, el comisionado europeo confirmó que no es lo bastante grande como para ser considerado un gatekeeper en la ley europea de mercados digitales (DSA, por sus siglas en inglés) y por lo tanto no está sujeto a los mismos estándares que Meta, que tiene 250 millones, o TikTok, con 142. No tiene la obligación de compartir datos con la competencia, demostrar que no se favorece a sí mismo o justificar la forma en que operan sus algoritmos, suscripciones y negocios comerciales. Pero sí entra en la categoría de VLOP (plataforma online muy grande), con la obligación de tomar medidas para prevenir la propagación de contenido ilegal y desinformación, y proporcionar información clara sobre sus políticas de moderación de contenido, incluyendo cómo funcionan sus algoritmos y sistemas de recomendación.

Hace un año que la Comisión abrió una investigación formal contra X por sospechas de infracciones en todos esos ámbitos. Esta semana, el legislador Damian Boeselager, de Los Verdes alemanes, preguntó en carta abierta a la comisaria europea de Soberanía Tecnológica, Henna Virkkunen, si el algoritmo de X cumple los requisitos de transparencia de la DSA. Son peticiones relevantes, después de que el Tribunal Constitucional rumano anulara el resultado de unas elecciones presidenciales por la evidencia de una campaña de intoxicación. Pero también peligrosas, mientras Europa no tenga una estrategia unificada europea para garantizar la integridad electoral.

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