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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un futuro aceptable para Siria

Un mes después de la caída de El Asad, es necesario presionar para que la nueva autoridad no derive hacia el islamismo

Damascus, Syria
Amanecer del 1 de enero en Damasco, la capital de Siria. Amr Abdallah Dalsh (REUTERS)
El País

Siria respira algo parecido a aires de libertad cuando apenas ha transcurrido un mes desde la caída de Bachar el Asad. Han sido derribadas las estatuas y los símbolos del régimen depuesto, se han abierto las puertas de las cárceles y han emergido las estampas del horror de sus torturas, ejecuciones y fosas comunes. Es un nuevo comienzo para el martirizado país tras una guerra de 13 años y una cruel dictadura familiar de medio siglo. Sin embargo, es muy incierto el horizonte político del país en mitad de una región inestable y cuarteada por la guerra.

Como nuevo jefe del Estado oficioso, Ahmed al Shara —conocido como Abu Mohamed al Julani en la guerra—, el jefe del grupo yihadista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), se ha instalado en los palacios donde habitaba el dictador, pero ni controla el territorio ni gobierna en puridad el Estado. Gracias a la moderación de sus propósitos y gestos, ha sido anulada la recompensa de 10 millones por su cabeza que ofrecía Estados Unidos para eliminar a este antiguo yihadista. Diplomáticos de todo el mundo están regresando a Damasco, y de manera destacada los de la Unión Europea, para exponer las condiciones para la ayuda financiera y diplomática que debe seguir a la normalización política.

El objetivo inmediato del nuevo poder es el levantamiento de las sanciones internacionales y la exclusión de HTS, el partido ahora gobernante, de la lista de organizaciones terroristas. Sus antecedentes no son los mejores para que estos pasos se produzcan sin garantías previas. Sobre todo, si no hay avances tangibles en la vida social y política. Es indispensable que la nueva autoridad garantice el respeto a todos los ciudadanos, con independencia de su sexo, religión o etnia, incluida la alauí, a la que pertenecen los Asad. La UE no debe admitir un régimen que discrimine a las mujeres, ni una justicia guiada por la sharía al estilo de los talibanes afganos o del wahabismo árabe.

También es imprescindible la pacificación. La guerra no ha terminado del todo, pues persisten enfrentamientos entre fuerzas kurdas y turcas, el Estado Islámico está presente en el territorio, hay incidentes con restos del ejército de El Asad en la frontera con Líbano e Israel persiste en sus bombardeos. Turquía e Israel tienen en su mano facilitar a Damasco el control del territorio, aunque es de temer que la prioridad de ambos países, al igual que la de Arabia Saudí, no sea la estabilidad sino su propia influencia. A todos convendría una salida definitiva de Rusia y la desaparición de cualquier apoyo a Irán. En todo este escenario, el actor con más influencia sobre la nueva autoridad siria es Turquía, principal apoyo de los rebeldes. Ankara se perfila como el interlocutor privilegiado para influir en lo que suceda a partir de ahora en Damasco y se puede esperar que utilice esa baza diplomática con Europa y con EE UU.

Las tareas que tienen los sirios ante sí son inmensas. Hay que construir un nuevo ejército tras la disolución de las guerrillas, controlar el territorio y las fronteras, perseguir y juzgar a los responsables de las atrocidades de la dictadura, recuperar la normalidad y la vida económica, y empezar un proceso constituyente. De momento, no parece el mejor calendario el que ha apuntado Al Shara, que ha anunciado un margen de dos o tres años para una nueva Constitución y cuatro para las primeras elecciones. Conviene que la frágil libertad recientemente conquistada se consolide y adquiera carta constitucional lo antes posible, debidamente avalada por unas elecciones libres y plurales, antes de que el grupo yihadista que ha tomado el poder se asiente en una nueva dictadura islamista.

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