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Red de Redes
Columna
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Un año sin química en el cine

A falta de historias creíbles en la gran pantalla, vamos tan desesperados en las redes por sentir esa chispa que nos hemos conformado con migajas

Andrew Garfield y Amelia Dimoldenberg, en una imagen promocional de 'Chicken shop date'.
Andrew Garfield y Amelia Dimoldenberg, en una imagen promocional de 'Chicken shop date'.

Que la taquilla no les engañe: 2024 no ha sido un buen año para los romances en pantalla. No habrá sido por falta de películas, pero las nostálgicas de la elocuencia de Nora Ephron y de la chispa que desprendía la última edad dorada vista en Cuando Harry encontró a Sally (1989), La boda de mi mejor amigo (1997) o Notting Hill (1999) no compramos esta nueva ola de títulos sobre el flirteo en la construcción de la parejita hetero. Si algo ha definido a estos 12 meses, y los cuatro años que llevamos de década, es la explosión en la producción de comedias románticas. A primera vista, estupenda noticia para las adictas al género; lástima que todas lleguen sin rastro de química entre sus protagonistas.

Haciendo balance, la cosecha ha sido tan predictiva como olvidable. Tanto, que ya nadie recuerda los títulos ni de las que ha visto. Pregunta seria: ¿alguien puede distinguir entre títulos como Cualquiera menos tú, La idea de ti o Todo me lleva a ti? Ficciones tan mediocres que hasta se antojan intercambiables en sus títulos. Este ha sido un año de películas tan malas que cuando avisamos a otros para que no cometan nuestro error y pierdan preciosos minutos de su existencia, lo hacemos destacándolas solo por la fama de quien las interpreta: “Uy, ni se te ocurra ponerte la de Anne Hathaway [La idea de ti]. Hazlo solo si tienes ganas de siesta”. No solo pasa con las que se llaman prácticamente igual. Que levante la mano quien sepa decir sin googlear el título de ese experimento fílmico de Jennifer Lopez a lo cuento de hadas en el que mezcló Flashdance con videoclips de su último álbum para intentar probar al mundo que su idilio con Ben Affleck era genuino (pista: no lleva el you de las de antes, sino el me de rigor, porque las divas tiran del yo si se ponen pastelosas en la autoficción).

¿Alguien explicará dentro de 30 años la que se montó en redes porque Twisters no tuvo beso final con la misma devoción con la que se comparte de forma cíclica la escena del orgasmo fingido de Meg Ryan en el Katz’s ante la mirada atónita de Billy Cristal? ¿Adónde nos va a llevar todo este superávit de contenido sin flechazos genuinos? Quizá una de las respuestas a cómo el Me Too y la cuarta ola feminista han puesto a la heterosexualidad en crisis no esté en la falta de sexo en las películas (según The Economist, más de la mitad de las películas más taquilleras de los últimos cinco años carecen de escenas de cama; en el cambio de milenio, era una de cada tres). Quizá radique en esta oleada de ficciones con enamoramientos poco creíbles. Puede que no conectemos porque la brecha de entendimiento entre hombres y mujeres, como explicó Delia Rodríguez, se esté acentuando por el consumo del algoritmo de chicos (dinero, fuerza, liderazgo) y el algoritmo de chicas (psicología, cultura y feminismo). Puede que por todo ello la única historia que ilusionó este 2024 fue una cita que no se proyectó en ningún cine, sino en nuestra pantalla del móvil. “¿Se ha vuelto todo tan penoso que ver a dos personas bromeando en una pollería nos tiene echando espuma por la boca?”, se preguntó en octubre Merryana Salem en This Reeks of A Chemistry Recession (“Esto apesta a una recesión de la química”). En aquel texto de Substack, Salem defiende lo que muchas nos planteamos: que aquella cita de 11 minutos entre Andrew Garfield y Amelia Dimoldenberg seguida por nueve millones de almas enloquecidas que la viralizaron durante días en octubre no emocionó por mostrar una química genuina, sino por un ansia de romance tan voraz que nos hizo conformarnos con las migajas que nos servían.

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